Siempre quise
escribir la novela definitiva, aquella que clausurase de una vez por todas, el
gasto inútil de papel y tinta que se viene haciendo desde los asirios, los
chinos y los egipcios. Decidí reunir
aquellas obras que había leído u ojeado, desde mis primeros años de
Bachillerato: Homero y su Iliada y Odisea, las tragedias griegas, La Biblia, La
Divina Comedia de Dante, La Suma Teológica de San Agustin, Shakeaspeare y lo suyo, El Quijote de
Cervantes, La Comedia Humana de Balzac, El rojo y el negro de Sthendal, La
montaña mágica de Thomas Mann, El ruido y la furia de Faulkner e incluso
Millenium de no sé quien, para que nada falte.
Me puse a ello con denuedo, tratando de hacer no solo una novela río, sino
una novela oceánica, que abarcara toda la tragedia humana desde los albores de
los tiempos hasta Andy Warhol. Me
documenté exhaustivamente, e incluso aprendí idiomas para que no se me
escaparan los matices que se evaporan con las traducciones. Después de quince años, pude por fin comenzar
una obra monumental, en donde se desenvolvían alrededor de mil personajes, todos
interconectados de alguna manera por la filigrana del lenguaje y el sentido
aventurero de la narración, que prescindía casi absolutamente de divagaciones
filosóficas y ensayísticas, y se centraba en el
mero desarrollo de la acción, aunque en alguna ocasión se filtrasen
leves apuntes históricos y psicológicos para dar a la obra una entidad no
exclusivamente descriptiva. Es cierto que poner en contacto a Gigalmesh con
Settembrini ó Jean Sorel, por decir algo, no me resultó fácil, y hube de acudir
a sutilísimos ardides semánticos ó
iconográficos para tratar de relacionarlos.
Y lo mismo cabría decir de la pléyade de personajes que pueblan mi obra.
Pero al final me quedé bastante satisfecho, pues si era cierto que algunas
relaciones y sucesos parecían traídos por
los pelos y hechos encajar poco menos que a martillazos, la impresión
general, en mi opinión, y en la de los pocos amigos que han sido capaces de
digerir las dieciséis mil páginas del libro, es que hay una coherencia general
en el relato, ya se trate de los desiertos de Medio Oriente o de las
polvorientas llanuras de Alabama. Late en la obra el aliento universal que subyace
en el ser humano a través de los siglos, no importa lo próximo ó lejana a
nosotros que se desarrolle la acción desde la aparición del homo sapiens sobre
la superficie del planeta.
Se me ha dicho, e
incluso objetado con cierta virulencia por mis escasos críticos, que hay
momentos de la narración en que los personajes se confunden, y uno no sabe exactamente de quién se está
hablando, aunque unas líneas más arriba aparezca perfectamente identificado. Y
desgraciadamente yo estoy de acuerdo, a pesar de considerar que, aún así, mi obra tiene una
innegable parte valiosa, más allá de esas confusiones. Debo confesar, y con esto doy una pista a mis
futuros lectores, que a través de los años que me costó la elaboración de la
obra, mi mente sufrió lo que podríamos llamar un “proceso de convergencia”. Eran
tantos los personajes que, en un momento, dada mi necesidad de síntesis empezó
a funcionar y a hacer que actuaran a modo de clones, es decir, que independientemente
de sus características bien diferenciadas, el lector tendría la impresión de
que en el fondo, se trata de un único personaje en el que confluían las
cualidades de todos ellos, con los matices que se quiera, desde luego, pues
tampoco se trata, para simplificar, que todos llegaran a parecerse a la oveja
Dolly y su descendencia. En un simple
asesinato, por ejemplo, estando la
acción perfectamente desarrollada, e identificados la víctima y el criminal sin
posibilidad de error, actúa un proceso
empático generalizado que hace que al final, no tengamos claro quien es quien, o
teniéndolo, comprendamos tan bien las razones de ambos, que acabemos
desnaturalizando la situación, y nos dé tanta lástima quien levanta la mano
como quien yace en el suelo ensangrentado. Es cierto que esto supone una
crítica a la totalidad de la obra que, sin embargo, intento que vea la luz en
las semanas próximas, de forma que sea el público quien diga la última palabra. Mientras tanto,
voy a descansar una temporada en la que me dedicaré a la literatura ligera, los
mini relatos, los aforismos, los haikus e incluso las aleluyas. Espero que tal dedicación me de renovadas
fuerzas para escribir otra obra de largo aliento, basada esta vez en los Vedas,
el Kalevala, y las leyendas de los patagones. Muchas gracias.
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