viernes, 27 de mayo de 2016

CLONES



Siempre quise escribir la novela definitiva, aquella que clausurase de una vez por todas, el gasto inútil de papel y tinta que se viene haciendo desde los asirios, los chinos y los egipcios.  Decidí reunir aquellas obras que había leído u ojeado, desde mis primeros años de Bachillerato: Homero y su Iliada y Odisea, las tragedias griegas, La Biblia, La Divina Comedia de Dante, La Suma Teológica de San Agustin,  Shakeaspeare y lo suyo, El Quijote de Cervantes, La Comedia Humana de Balzac, El rojo y el negro de Sthendal, La montaña mágica de Thomas Mann, El ruido y la furia de Faulkner e incluso Millenium de no sé quien, para que nada falte.  Me puse a ello con denuedo, tratando de hacer no solo una novela río, sino una novela oceánica, que abarcara toda la tragedia humana desde los albores de los tiempos hasta Andy Warhol.  Me documenté exhaustivamente, e incluso aprendí idiomas para que no se me escaparan los matices que se evaporan con las traducciones.  Después de quince años, pude por fin comenzar una obra monumental, en donde se desenvolvían alrededor de mil personajes, todos interconectados de alguna manera por la filigrana del lenguaje y el sentido aventurero de la narración, que prescindía casi absolutamente de divagaciones filosóficas y ensayísticas, y se centraba en el  mero desarrollo de la acción, aunque en alguna ocasión se filtrasen leves apuntes históricos y psicológicos para dar a la obra una entidad no exclusivamente descriptiva. Es cierto que poner en contacto a Gigalmesh con Settembrini ó Jean Sorel, por decir algo, no me resultó fácil, y hube de acudir a  sutilísimos ardides semánticos ó iconográficos para tratar de relacionarlos.  Y lo mismo cabría decir de la pléyade de personajes que pueblan mi obra. Pero al final me quedé bastante satisfecho, pues si era cierto que algunas relaciones y sucesos parecían traídos por  los pelos y hechos encajar poco menos que a martillazos, la impresión general, en mi opinión, y en la de los pocos amigos que han sido capaces de digerir las dieciséis mil páginas del libro, es que hay una coherencia general en el relato, ya se trate de los desiertos de Medio Oriente o de las polvorientas llanuras de Alabama. Late en la obra el aliento universal que subyace en el ser humano a través de los siglos, no importa lo próximo ó lejana a nosotros que se desarrolle la acción desde la aparición del homo sapiens sobre la superficie del planeta.
Se me ha dicho, e incluso objetado con cierta virulencia por mis escasos críticos, que hay momentos de la narración en que los personajes se confunden, y  uno no sabe exactamente de quién se está hablando, aunque unas líneas más arriba aparezca perfectamente identificado. Y desgraciadamente yo estoy de acuerdo, a pesar de  considerar que, aún así, mi obra tiene una innegable parte valiosa, más allá de esas confusiones.  Debo confesar, y con esto doy una pista a mis futuros lectores, que a través de los años que me costó la elaboración de la obra, mi mente sufrió lo que podríamos llamar un “proceso de convergencia”. Eran tantos los personajes que, en un momento, dada mi necesidad de síntesis empezó a funcionar y a hacer que actuaran a modo de clones, es decir, que independientemente de sus características bien diferenciadas, el lector tendría la impresión de que en el fondo, se trata de un único personaje en el que confluían las cualidades de todos ellos, con los matices que se quiera, desde luego, pues tampoco se trata, para simplificar, que todos llegaran a parecerse a la oveja Dolly y su descendencia.  En un simple asesinato, por ejemplo,  estando la acción perfectamente desarrollada, e identificados la víctima y el criminal sin posibilidad de error,  actúa un proceso empático generalizado que hace que al final, no tengamos claro quien es quien, o teniéndolo, comprendamos tan bien las razones de ambos, que acabemos desnaturalizando la situación, y nos dé tanta lástima quien levanta la mano como quien yace en el suelo ensangrentado. Es cierto que esto supone una crítica a la totalidad de la obra que, sin embargo, intento que vea la luz en las semanas próximas, de forma que sea el público  quien diga la última palabra. Mientras tanto, voy a descansar una temporada en la que me dedicaré a la literatura ligera, los mini relatos, los aforismos, los haikus e incluso las aleluyas.  Espero que tal dedicación me de renovadas fuerzas para escribir otra obra de largo aliento, basada esta vez en los Vedas, el Kalevala, y las leyendas de los patagones.  Muchas gracias.

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