lunes, 30 de mayo de 2016

CARNICERIAS



Algunas tarde cuando vuelvo a casa después del trabajo demasiado fatigado, me echo en la cama y apenas puedo levantarme para cenar. Flavia y los chicos tienen paciencia y parecen comprenderme, porque poco después me reciben sonrientes en la mesa, conscientes de que hago todo lo posible para traer un dinerito a casa y mantener la familia a flote. Flavia quisiera ayudarme pero le resulta imposible. Su poliomelitis infantil ha sido demasiado cruel con ella, y nunca le ha sido fácil encontrar trabajo, aunque en ocasiones le salgan algunas oportunidades en pequeños negocios donde puede echar una mano en labores secundarias, teniendo en cuenta que tampoco es una experta en informática, lo que le facilitaría mucho las cosas. A pesar de su edad, estamos en ello y le pago a un buen profesional que la ponga al día y le permita trabajar sentada, donde sus dificultades con las piernas no tienen importancia.
Otras tardes, nada más regresar, todos saben que no cuentan conmigo en absoluto. Ha sido un día demasiado duro y ni siquiera tengo humor para compartir con ellos el rato que todavía queda para irnos a dormir. Esos días me encierro enseguida en mi habitación privada, Flavia y yo dormimos en habitaciones separadas, y después de un pequeño descanso tumbado en la cama tratando de recuperar el resuello, y devolver mi respiración y pulsaciones a los valores habituales, procedo a reconstituirme para poder seguir funcionando al días siguiente con normalidad. Me siento frente a la mesa de roble macizo, que forma parte de mi estudio al fondo de la habitación, y procedo a abrirme en canal como si fuera una res del matadero municipal. Me sirvo para ello de un cuchillo de grandes dimensiones que podría sin duda ser empleado para el ganado, y en ocasiones me ayudo con algo parecido a una navaja cabritera para las vísceras y los menudillos. Trato de situar el abdomen sobre la mesa aupado sobre un taburete de patas altas, y una vez conseguido procedo a mi eventración, que aunque pudiera ser embarazosa para un no entendido. A mí con la práctica me parece de lo más natural, teniendo en cuenta que manejo con facilidad los órganos y no se me escapan los líquidos, provisto como estoy en esos momentos de los recipientes y utensilios adecuados. En primer lugar llega el esófago, al que le sigue el estómago y poco después los intestinos delgado y grueso con el recto, con los que procedo a una limpieza exhaustiva y pormenorizada, que deja lo que habitualmente llamamos mondongo listo para reinstalarse en su lugar, una vez cerrada la herida y efectuadas las suturas pertinentes. El hígado, el páncreas, los riñones, el hígado y el bazo vienen después y sufren un proceso similar, aunque normalmente más limpio y menos aparatoso, recolocándolos a su vez en sus alojamientos correspondientes, listos para realizar sus funciones habituales como órganos fundamentales del funcionamiento de mi organismo. El corazón y los pulmones, estando más relacionados con la amígdala cerebral, y por tanto en procesos eminentemente emocionales y afectivos, no los toco o en todo caso les doy un pequeño retoque en superficie, pues nunca está claro como podrían reaccionar si son manipulados como vísceras. Procedo en todo momento con suma limpieza, y al poco de terminar me considero un hombre nuevo, algo que al día siguiente toda mi familia me corrobora por la mañana al levantarse y verme de buen humor, y según dicen, con buena cara. Ellos no están en el intríngulis de la operación que ha tenido lugar, teniendo en cuenta que he procedido en todo momento con sigilo, y que tengo los elementos quirúrgicos a buen resguardo en un lugar que ni podrían sospechar.
Salgo pues de nuevo al mundo como un automóvil después de una revisión a fondo, en la que todas sus partes han sido reconstituidas, adquiriendo el valor de una mercancía recién estrenada. Ni que decir tiene que en mi habitación nada denota el intenso trabajo a que he sometido a mi organismo, y que los desechos orgánicos de todo orden, líquidos incluidos, han desaparecido después de un proceso minucioso  de imposible detección. Pero hoy soy consciente que debo moderar mi afición a la fontanería interna, porque Flavia y los chicos entusiasmados por lo que desconocen. Piensan que la causa de mi apariencia renovada por la mañana solo se debe a las consecuencias de un sueño reparador, sin considerar en lo más mínimo que quien se presenta ante ellos sonriente y hasta en ocasiones exultante, ha sufrido una operación quirúrgica de alto riesgo, que no difiere en mucho de las labores que se llevan a cabo en una carnicería o un matadero. Tengo previsto, no obstante, para un futuro más o menos inmediato, la inclusión de todos mis órganos sensoriales, y esencialmente de mi cerebro, al que creo que seré capaz de desprender de ciertas adherencias con las que ha ido contaminándose con el paso del tiempo en su discurrir en contacto con el mundo exterior. Estaré entonces cerca de ser el hombre nuevo, el paradigma buscado con ahínco por tantos sabios y jefes de estado, deseosos del mundo feliz al que aspiran desde el comienzo de los tiempos. Luego vendrá la inclusión de los tejidos y las células, donde el trabajo sobre su ADN será fundamental cara a un futuro que, visto lo visto, no podrá ser otra cosa que halagüeño.

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