Cuando Luisito
faltó al colegio durante más de una semana no me asusté, después de todo por
entonces era bastante corriente que los niños se pusieran malos con cierta
frecuencia. Recuerdo, no obstante, que cuando su ausencia se empezó a prolongar
más de la cuenta empecé a sentirme algo inquieto, más que nada porque era mi
amigo preferido, pero sobre todo porque sin él los partidos de fútbol en el
patio tenían menos aliciente. Era el mejor y el que marcaba más goles, con lo
cual nuestro equipo comenzó a sufrir serios reveses. De todos modos, no sé por
qué le llamo Luisito, cuando para mí, y de hecho para todos era Luis, nuestro
delantero goleador, casi un héroe. Posiblemente se deba a que, incluso sin
quererlo, de una forma inconsciente, acabamos nombrado a todo cuanto conocemos
con el nombre que le asignan nuestros mayores, y aún recuerdo como si fuera hoy
el día al regresar a casa del colegio, mi madre me dijo que Luisito se había
ido al cielo y que no volvería a verle en algún tiempo. Decían que yo era un
niño precoz, incluso creo que en alguna ocasión oí decir que raro para mi edad,
y cuando mamá me dijo eso, lo primero que sentí fue una profunda decepción,
pues no concebía los partidos de fútbol sin él, pero si debo ser sincero, toda
la vida se me hacía a partir de ese momento un tanto incomprensible, por lo que
debido, digo yo, a mi precocidad, le pregunté que cuanto tiempo exactamente iba
a permanecer en aquel lugar a donde había ido o le habían llevado, momento en
el que mamá miró hacia otro lado y murmuró algo ininteligible para mí, pero que
yo guiado por mi necesidad de volverle a ver, interpreté como “no demasiado”. El
hecho, sin embargo, como a todo el mundo le resulta comprensible, es que Luis
no volvió nunca a pesar de mis preguntas a mamá que poco a poco se fueron
distanciando, supongo ahora que para su tranquilidad, pues cada vez que lo
hacía podía darme cuenta de que mostraba una creciente intranquilidad, y hasta
un punto de enfado, como si yo ya hubiera comprendido que el regreso de mi a
migo del alma era imposible. Si debo ser sincero, a partir de cierto momento yo
empecé a sospechar algo, sobre todo cuando murió mi abuelo, aunque en mi
interior no podía comprender como era posible que un niño pudiera seguir la
misma suerte que aquel viejo al que visitábamos de vez en cuando. Francamente
me resultaba incomprensible, aunque aquel hecho me confirmara la posibilidad de
que Luis se hubiera ido definitivamente. En muchas ocasiones estuve a punto de
preguntarle a mi padre si mis sospechas tenían algún fundamento y Luis y el
abuelo se encontraban ahora juntos en algún lugar, precisamente en ese lugar al
que habían llamado cielo, pero finalmente no me decidía e iba dejando
transcurrir los días, pues era evidente que a mamá no le hubiera gustado en
absoluto mi pregunta y no era cuestión de impacientarla aún más. Según pasaba
el tiempo fui olvidando a Luis, aunque en ocasiones estando en el recreo su
imagen parecía sonreírme cuando nuestro equipo marcaba un gol o simplemente
después de una buena jugada. Al abuelo lo olvidé pronto, porque estaba seguro
que estaría bien en cualquier sitio al que hubiera ido, porque la verdad es que
cuando le visitábamos siempre estaba en una silla de ruedas y no parecía
demasiado contento, aunque la verdad es que cuando me veía siempre me cogía la
cabeza con sus manos y me revolvía el pelo después de darme un beso. Tiempo
después, un día mamá me sorprendió diciéndome que íbamos a llevarle unas flores
al abuelito y que le gustaría que la acompañara. El abuelo era su padre y
fuimos al cementerio los dos solos, papá aquellos días estaba fuera. Yo no
sabía exactamente que era el cementerio, pero cuando entramos en aquel lugar
tranquilo y lleno de árboles no me pareció un mal sitio para visitarlo, a pesar
de la presencia de gente bastante seria con aspecto de estar triste. Cuando nos
paramos frente a la tumba del abuelo, mamá me dijo “mira el abuelito está ahí”.
Yo miré asombrado aquella lápida de mármol con su nombre donde me dijo que
dejara las flores. Yo entonces, como si fuera un rayo, me acordé de Luis y
comprendí que jamás volvería, intenté contenerme y aunque sentí un dolor agudo
en el pecho, no pude impedir echarme a llorar desconsoladamente. Mamá me abrazó
y me dijo que no llorara que ya estaba muy feliz en el cielo, y entonces
comprendí para siempre que el cielo es un lugar debajo de la tierra, y que Luis
también estaba allí.
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