La pura verdad, a estas horas de la noche en que soy consciente de mi
presencia ante la pantalla del ordenador, es que mi campo de visión
prácticamente se reduce a mis dedos tecleando torpemente, mientras, de
vez en cuando, levanto la mirada para comprobar si sobre la pantalla van
apareciendo los guarismos que pretendo, para, si no es así, corregirlo
de inmediato. Sin embargo, en algunas ocasiones dejo la corrección para
el final, operando por tiempos bien definidos: primero escribo el
texto, luego lo leo y finalmente lo corrijo. Lo cierto, por otro lado,
es que si fijo mi atención un poco más, aprovechando los lapsos de
tiempo entre palabras o ideas, puedo ver lo que una atención polarizada
en el texto me impediría. A la derecha del ordenador, sobre la mesa,
creo percibir dos lápices y un bolígrafo, y a su lado unas hojas de
borrador desordenadas. A la izquierda, unos cuantos folios
mecanografiados, si tal cosa todavía se entiende hoy en día. Veo también
la sombra de la impresora, un volumen grisáceo difuminado y casi fuera
de mi campo de visión, mientras que a su lado, el flexo ilumina con su
bombilla de 40 watios lo que voy escribiendo, y un objeto plateado, que
supongo que es la grapadora.
Hago un esfuerzo para continuar sin
mirar al teclado, de forma que pueda ampliar mi visión periférica,
dejando que mi atención respecto a lo que escribo, se diluya,
manteniendo solo lo que ciertas capillas psicoanalíticas llaman
“atención flotante”, pero con el firme propósito de que el hilo
descriptivo de lo que escribo no se pierda. Y si lo hace, que mantenga
una unidad de significado con lo ya escrito. En algunos momentos puedo
dejar de mirar al teclado, y abandonar la mirada más allá de la ventana,
pudiendo sin temor a equivocarme, afirmar que ya ha amanecido y se
avecina un día nublado y un tanto triste. Y por un instante hasta llego a
percibir, una columna de humo no muy lejano ascendiendo perezosamente
hacia el cielo. Decido finalmente interrumpir durante unos
instante mi escritura y ponerme un antifaz, y enseguida “rcobto la marca
para comprobr si sou cpaz de ecribit lo que smeantoje sin demasiadod
probñamas,pos lo puntp seguido mi quito el antifaz paea cmprobar el
reltado y cmpuebo” que aún me falta mucho para poder presentarme a una
oposición de taquimecanografía de primer nivel, pues sea cual sea mi
velocidad, cometo tal cantidad de errores que más me vale practicar, y
no ser suspendido a las primeras de cambio.
Decido por lo tanto,
volver a mi visión periférica, y dada la quietud de las ramas de los
árboles en el jardín de al lado, colijo que no hace viento, y que si lo
hace, está muy lejos de tratarse de un ciclón y ni siquiera una brisa
digna de tal nombre. Y desde luego, no nos hallamos en el ojo de un
huracán ni en el centro de un área de bajas presiones. Un tanto
exhausto, decido dejarlo aquí y seguir practicando. Quiero no solo
mejorar mi capacidad de estenotipista, mi atención flotante y mi visión
periférica, sino al mismo tiempo ser capaz de escuchar música heavy a
ciertos decibelios, leer el periódico, picotear un sándwich y recordar
algún diálogo brillante entre Settembrini y Hans Castorp en “La Montaña
mágica”. Solo así me consideraré un hombre medianamente realizado,
capaz de multiplicar su capacidad de atención simultánea a niveles que
ni el electrón más avispado podría alcanzar. La ubicuidad la dejo para
otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario