viernes, 27 de mayo de 2016

SUCESOS



Qué sucedió  entonces para que ahora todo sea tan diferente, es algo para lo que no tengo una respuesta adecuada. Los datos en origen es posible que tengan consecuencias previsibles en función  de ellos mismos, pero no siempre sucede así, porque los criterios de aquel momento pueden no tener nada que ver con los actuales. Que te quería, era evidente, teniendo en cuenta que abandoné por ti un porvenir que, de acuerdo con la opinión  más generalizada, se me presentaba brillante. Aprobar las oposiciones a notario a los ventiocho años no es algo demasiado frecuente, pero abandonar la profesión  poco después para dedicarse a la venta ambulante, lo es mucho menos. Pero ¡qué podía hacer yo en aquel momento! apenas un chiquillo al que el mundo se le antojaba demasiado grande, a pesar de tener una inteligencia y una memoria de elefante que me hicieron sacar la mejor nota. Te empeñaste en que, en el fondo, era indigno vivir de la necesidad estatal de dar el visto bueno a todo tipo de actividades de los ciudadanos, como una forma de control de su vida y sus actividades. Preferías algo menos remunerado, pero que colaborase a la “elevación  del mundo” (en tus propias palabras). Para ti, ocupar un puesto de repartidor de una editorial de cierto prestigio, me hacía mucho más importante, y no dejando de ser una labor un tanto rutinaria y semi administrativa, colaboraba, en tu opinión, a que el mundo subiera un peldaño,  y nos alejara definitivamente de un regreso intempestivo a nuestros antepasados de la cuenca del Rif. Recuerdo, es cierto, el entusiasmo con el que algunas tarde me recibías, sudoroso y agotado, después de pasarme doce horas pateando los barrios de Madrid, y como en esos momentos, antes de quedarme dormido un buen rato, me preguntabas con ilusión cuántos “Ulises” había vendido o  cuántos “Procesos”, porque la verdad es que eras una persona muy polarizada hacia la literatura que un cinéfilo, en su ámbito, llamaría de “autor”. Los clásicos, la literatura costumbrista o  simplemente de aventuras, no te llamaban la atención , preferías a los autores que de alguna forma pusieran en duda el mundo en que vivíamos, el suelo que pisábamos, por eso también te gustaba que vendiera literatura fantástica, donde la mente se evade del mundo cotidiano y busca salidas a la rutina de nuestro quehacer cotidiano.  La literatura gótica, Lewis Carroll e incluso Asimov y compadres, te parecían que podían introducir en el mundo valores que lo redimíesen del simplismo y cotidianidad de las novelas decimonónicas y de los “roman fleuve”. Acepté tu punto de vista,  porque entonces no existía para mí nada


superior a tu opinión ; la verdad era, a pesar de todo,  que en no pocas ocasiones, me preguntaba el por qué de mi sacrificio, pues con mi título y colegiación, podíamos vivir una vida muelle (expresión  que sé que detestas por costumbrista, y por la cuál aun siento el impulso de pedirte perdón ), y disfrutar de cualquier tipo de literatura que nos agradara, sin necesidad de recurrir al puerta a puerta, como si fuera un propagandista de los Testigos de Jehová o  de cualquier Iglesia Evangelista, pero al mismo tiempo era consciente de que eso te parecería por mi parte una abdicación  en aras de un “savoir vivre”, que juzgabas detestable. Estaba claro que ante ti, mi trabajo me redimía de alguna característica personal que debía purgar, como si en el fondo fuera algún tipo de redentor que venía al mundo para exonerarse a sí mismo de una culpa primigenia, nunca explicitada. Heme pues aquí, deudor de un pecado del que no tengo conciencia, pero que tu te empeñas en recordarme cuando regreso exhausto, y me recompensas con una sonrisa que no acabo de entender ¿Te alegra verme derrengado, casi exhausto, pero capaz de haber vendido tres ejemplares de “La montaña mágica”? durante una jornada en la que he recorrido a pié y a más de treinta grados todo el distrito centro de la capital de España? Llegados aquí debo confesarte que he decidido poner fin a esta especie de aventura como veterano propagandista de la fe literaria. Sobre la mesa del salón  verás cuando vuelvas de la peluquería, un buen montón  de libros que puedes quedarte, y que sé que sin duda que te agradarán, pues, como amante que eres de la literatura de vanguardia,  no harás ascos  a  títulos que te retrotraerán a tus buenos tiempos de profesora de Literatura Contemporánea. Encontrarás asimismo varios boletines de suscripción  del Circulo de Lectores, del que a partir de este momento, si lo deseas podrás ocupar mi puesto. Las cosas han cambiado, olvídate de mí: vuelvo a la notaría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario