Qué sucedió entonces para que ahora todo sea tan diferente,
es algo para lo que no tengo una respuesta adecuada. Los datos en origen es
posible que tengan consecuencias previsibles en función de ellos mismos, pero no siempre sucede así, porque
los criterios de aquel momento pueden no tener nada que ver con los actuales.
Que te quería, era evidente, teniendo en cuenta que abandoné por ti un porvenir
que, de acuerdo con la opinión más generalizada,
se me presentaba brillante. Aprobar las oposiciones a notario a los ventiocho
años no es algo demasiado frecuente, pero abandonar la profesión poco después para dedicarse a la venta
ambulante, lo es mucho menos. Pero ¡qué podía hacer yo en aquel momento! apenas
un chiquillo al que el mundo se le antojaba demasiado grande, a pesar de tener
una inteligencia y una memoria de elefante que me hicieron sacar la mejor nota.
Te empeñaste en que, en el fondo, era indigno vivir de la necesidad estatal de dar
el visto bueno a todo tipo de actividades de los ciudadanos, como una forma de
control de su vida y sus actividades. Preferías algo menos remunerado, pero que
colaborase a la “elevación del mundo” (en
tus propias palabras). Para ti, ocupar un puesto de repartidor de una editorial
de cierto prestigio, me hacía mucho más importante, y no dejando de ser una
labor un tanto rutinaria y semi administrativa, colaboraba, en tu opinión, a
que el mundo subiera un peldaño, y nos
alejara definitivamente de un regreso intempestivo a nuestros antepasados de la
cuenca del Rif. Recuerdo, es cierto, el entusiasmo con el que algunas tarde me
recibías, sudoroso y agotado, después de pasarme doce horas pateando los
barrios de Madrid, y como en esos momentos, antes de quedarme dormido un buen
rato, me preguntabas con ilusión cuántos “Ulises” había vendido o cuántos “Procesos”, porque la verdad es que
eras una persona muy polarizada hacia la literatura que un cinéfilo, en su
ámbito, llamaría de “autor”. Los clásicos, la literatura costumbrista o simplemente de aventuras, no te llamaban la
atención , preferías a los autores que de alguna forma pusieran en duda el
mundo en que vivíamos, el suelo que pisábamos, por eso también te gustaba que
vendiera literatura fantástica, donde la mente se evade del mundo cotidiano y
busca salidas a la rutina de nuestro quehacer cotidiano. La literatura gótica, Lewis Carroll e incluso
Asimov y compadres, te parecían que podían introducir en el mundo valores que
lo redimíesen del simplismo y cotidianidad de las novelas decimonónicas y de
los “roman fleuve”. Acepté tu punto de vista, porque entonces no existía para mí nada
superior a tu
opinión ; la verdad era, a pesar de todo, que en no pocas ocasiones, me preguntaba el
por qué de mi sacrificio, pues con mi título y colegiación, podíamos vivir una
vida muelle (expresión que sé que
detestas por costumbrista, y por la cuál aun siento el impulso de pedirte perdón
), y disfrutar de cualquier tipo de literatura que nos agradara, sin necesidad
de recurrir al puerta a puerta, como si fuera un propagandista de los Testigos
de Jehová o de cualquier Iglesia
Evangelista, pero al mismo tiempo era consciente de que eso te parecería por mi
parte una abdicación en aras de un
“savoir vivre”, que juzgabas detestable. Estaba claro que ante ti, mi trabajo
me redimía de alguna característica personal que debía purgar, como si en el
fondo fuera algún tipo de redentor que venía al mundo para exonerarse a sí
mismo de una culpa primigenia, nunca explicitada. Heme pues aquí, deudor de un
pecado del que no tengo conciencia, pero que tu te empeñas en recordarme cuando
regreso exhausto, y me recompensas con una sonrisa que no acabo de entender ¿Te
alegra verme derrengado, casi exhausto, pero capaz de haber vendido tres
ejemplares de “La montaña mágica”? durante una jornada en la que he recorrido a
pié y a más de treinta grados todo el distrito centro de la capital de España? Llegados
aquí debo confesarte que he decidido poner fin a esta especie de aventura como
veterano propagandista de la fe literaria. Sobre la mesa del salón verás cuando vuelvas de la peluquería, un buen
montón de libros que puedes quedarte, y
que sé que sin duda que te agradarán, pues, como amante que eres de la
literatura de vanguardia, no harás ascos a títulos que te retrotraerán a tus buenos
tiempos de profesora de Literatura Contemporánea. Encontrarás asimismo varios
boletines de suscripción del Circulo de
Lectores, del que a partir de este momento, si lo deseas podrás ocupar mi
puesto. Las cosas han cambiado, olvídate de mí: vuelvo a la notaría.
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