No puedo entender lo que sucede ahí arriba, aunque supongo que las
razones no deben ser demasiado complejas. Después de todo, hay fenómenos
y situaciones muy simples que ignoramos por la sencilla razón de no
habernos preocupado en conocer sus fundamentos. En este sentido, y no
quiero entrar en detalles y ser demasiado prolijo, es muy posible que
mucha gente no sepa la razón por la que, existiendo la fuerza de la
gravedad, la luna no se derrumba sobre la Tierra, o por la que al pulsar
un interruptor se enciende una bombilla. Por eso digo que la situación
que causa mi desasosiego buena parte del día, puede tener una causa de
lo más elemental, pero que de momento desconozco las razones. Vayamos
de todas maneras por partes. Decir lo que he dicho al empezar estas
líneas no se ajusta a lo que verdaderamente he querido expresar, pues no
es que no sepa lo que pasa, sino que lo que realmente no sé es por qué
pasa. Me explicaré: desde que hace unos meses los nuevos inquilinos han
ocupado el piso de arriba, el ruido de unos tacones (o lo que sea)
desplazándose a todas horas sobre mi cabeza, está a punto de
trastornarme. Creo que así quedan las cosas suficientemente claras. Para
tratar de solucionarlo, podría ir al grano directamente y preguntarles
el motivo del suplicio chino a que me tienen sometido, pero hasta el
momento soy una persona lo suficientemente discreta como para dejar que
los acontecimientos se sucedan, y justifiquen por sí mismos lo que
acontece, por lo que me he dado un tiempo prudencial para resolver el
asunto. De todas maneras, y de buenas a primeras, se me ocurre que la
señora del sexto (mi piso, obviamente, es el quinto) usa zapatos de
tacón continuamente, por más que a mí me resulte sorprendente que no dé
un respiro a sus pies después de torturarlos con unos casi de aguja que
utiliza normalmente cuando sale a la calle (en el portal la he visto con
ellos varias veces). Esa, a mi parecer, es la posibilidad más factible.
Por las razones que sea, eso es otra cuestión sobre la que volveré, ha
decidido no cambiarse de calzado al volver a casa, o si lo hace se pone
otro de un tipo bastante parecido. De no ser esto así, pudiera suceder,
que ya en su domicilio, no utilice el calzado confortable al uso, sino
que por alguna querencia o hábito insustituible, se calce una especie de
zapatillas especiales con alzas, parecidas a las que utiliza el
personal sanitario en los hospitales y centros de salud, una variante de
los zuecos, pero más agresivas. Esta segunda opción parecería más
lógica, pues andar por casa con zapatos de tacón no debe resultar muy
cómodo, ni se le debiera escapar al usuario, a no ser que haya
sido informado en otro sentido, que el vecino de abajo no está sordo, lo
que diría muy poco del sentido que tiene de la buena vecindad. El
primer caso no sería de extrañar, dado que dicha mujer, aunque es joven
debe ya andar rondando los cuarenta, y es posible que intente por todos
los medios que la tersura de sus piernas y glúteos se prolongue en el
tiempo al llegar a esa edad fronteriza, en la que comienzan los temores a
la acción persistente de la fuerza gravitatoria (o la curvatura del
espaciotiempo, que viene a ser lo mismo). En el segundo, a mi parecer,
se trataría de una adaptación bastante ramplona del calzado sanitario,
del que ella debe pensar que proporciona algún beneficio en el mismo
sentido. O quizás es enfermera, todo es posible. Otras consideraciones
en el primer sentido, los tacones de aguja, me sugieren fantasías que
sin embargo nunca fueron mis preferidas, pues lo que puede suceder es
que, lisa y llanamente, el matrimonio practica la disciplina inglesa
(tiene un marido bastante enclenque y con pinta de sumiso), en la que
lógicamente ella actúa como ama, lo que justificaría en buena medida su
taconeo al trasladarse de un lado para otro, buscando los perfiles
adecuados para hacer restallar al látigo sobre las magras carnes del
esposo. Me los imagino y me quedo frío, al tiempo que me preocupa, pues
estos tipos de perversiones tienen difícil arreglo. De todas maneras,
ella, con la altura y formas que tiene, y con la cara angulosa y muy
pintada, debe dar miedo llena de cueros y herrajes. Pero es posible que
esté exagerando, y que solo se trate de pases de lencería íntima, que el
marido la hace probar, para ver que tal podría quedar a sus clientas,
suponiendo, claro está, que él sea un comerciante del ramo, aunque aquí
podría darse cabida gustos íntimos que ambos comparten, al disfrutar
todavía de la fase erótica de su relación amorosa. En último lugar
considero las patologías de cualquier género, sobre todo, como es
natural, las que afectan a las extremidades inferiores. Quien sabe si el
hombre, por ejemplo, tiene aún secuelas de una poliomielitis mal curada
a la que da rienda suelta en su casa, después de haber estado todo el
día forzando la postura y disimulando. O en un caso más extremo, si
ocultan a alguien, un niño tullido por ejemplo, del que se avergüenzan y
al que retienen encerrado (para ver que no sería tan raro solo hace
falta leer los periódicos). Claro que, en tal caso, el asunto sería más
complicado, los infantes en tales situaciones lloran y se hacen oír, y
de todas maneras su taconeo no sería tan nítido y bien acompasado. Me
mantendré alerta por si surgen otros indicios que aclaren la situación.
No quisiera por nada del mundo, no obstante, que tuviera que intervenir
la policía. Los vicios ajenos pueden acabar provocando en uno mismo
algunos beneficios secundarios que por nada del mundo quisiera perderme.
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