miércoles, 18 de mayo de 2016

AVISAME

Antes de meterme en la cama le dije que por favor me avisara y que luego me llevara a la estación de madrugada, las vacaciones habían terminado. Me miró con cara de sorpresa, como si no supiera que a esas horas de la noche, y en aquel lugar, no había ningún medio de transporte que yo pudiera utilizar. Así que no me quedaba otro remedio que molestarle. Hizo un ademán ambiguo y se metió en su habitación. A la hora prevista, me levanté y pude percibir sus ronquidos en la habitación de al lado, totalmente ajeno a mi partida. No había dormido nada temiendo que sucediese lo que efectivamente sucedió. Me vestí rápido, cogí mi bolsa y salí a la carretera a ver si por casualidad, pasaba algún coche. No me atrevía a molestarle pues su gesto de por la noche no me había gustado nada y sabía como se las gastaba. Al cabo de un rato pasó una camioneta renqueante y el conductor aceptó llevarme a la estación a unos cuántos kilómetros de allí. Llovía torrencialmente y el vehículo avanzaba con dificultad. El hombre aquél no volvió a abrir la boca en todo el trayecto sino para emitir esporádicamente una especie de chasquido desagradable y escupir por la ventana que entreabría. Al llegar le pagué lo acordado y no respondió a mi despedida. La estación parecía vacía, solo iluminada por unas débiles bombillas cubiertas con una tapa de hojalata. Sin embargo, al entrar en el andén pude ver un tren largísimo que parecía dispuesto a arrancar, pues la máquina resoplaba soltando vapor con cierta desesperación, como si tuviera dificultades para cumplir la tarea que se le había encomendado. Dentro de los vagones, a través de los cristales medio empañados, pude observar gran cantidad de niños y chicos jóvenes, que contrastando con el sórdido ambiente exterior, parecían muy contentos, riendo y hablando a gritos. Me pareció que uno de ellos me decía algo por señas gesticulando un tanto angustiado, pero enseguida desaparició; tuve la sensación de que eran extranjeros y parecían iniciar un viaje de recreo, quizás a un campamento. Lo digo por el atuendo que llevaban: ropa recia, sombreros, mochila, cantimplora, y supongo que botas de campo, aunque no pude verlas por razones obvias. De todas maneras, algo me llamó la atención, pues desentonaba con esa vestimenta. Y es que todos llevaban en las manos unos enormes cuchillos plateados que brillaban en la penumbra del interior. Decidí no subir y encaramado en un banco de puntillas pude ver que los más pequeños iban desarmados, y parecían sin embargo muy felices y confiados. El tren arrancó enseguida soltando un fenomenal bufido. Me quedé un rato allí, solo en el andén, pues al parecer nadie había venido a despedir a los chicos. Debía encontrarme en un lugar de Alemania, o centroeuropeo: conocía los caracteres de los carteles, pero no entendía nada. Lo que era más grave, no sabía donde estaba ni a quién dirigirme. Cavilando, miré hacia el suelo, y sentí una punzada de pánico cuando percibí con toda claridad un charco de sangre entre los raíles.

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