La prohibición
de utilizar vehículos privados debido a la polución, ha originado un enorme
colapso en la ciudad, pues a pesar del reforzamiento de las líneas de autobuses
del Transporte Público y del número de trenes en el Metropolitano, la gente se
ve incapaz de trasladarse con la celeridad necesaria a sus puestos de trabajo, lo
que ha influido decisivamente en la caída de la producción en un tanto por
ciento alarmante. Hay ciudadanos, sin embargo, que conscientes de la gravedad
de la situación, se desplazan en bicicleta o a pié, lo que da a las calles y
avenidas de la ciudad el aspecto de principios del siglo pasado, con el añadido
visual de una proliferación incontrolada de competiciones ciclistas. Esto, sin
embargo, origina los previsibles problemas de aparcamiento para las bicicletas,
y de instalación de servicios sanitarios donde los recién llegados puedan
asearse, si no se quiere que el estado de las instalaciones deje mucho que
desear, y que la pituitaria sufra más de
lo acostumbrado, dada la prohibición del uso de aerosoles.
Los autobuses se
desplazan lógicamente a rebosar, e incluso se ha permitido que circulen con las
puertas abiertas, y que los más hábiles, se trasladen cogiéndose de la barra de
sujeción de acceso. Se cuentan varios casos de caída y muerte por aplastamiento, pero las autoridades
estiman que, a pesar de todo, ha sido tal el descenso del índice de CO2 en la
atmósfera, que tales accidentes siendo muy de lamentar, son rentables. A los
que contemplan la vida ciudadana como una posibilidad preferentemente estética,
se les ve muy motivados y casi eufóricos, pues es frecuente ver a nubes de
fotógrafos, cámara en ristre, haciendo su trabajo con un furor renovado, y no
digamos nada de los pintores, principiantes o
no, apostados por doquier con sus
paletas, caballetes y tubos de pintura, tomando apuntes del natural o incluso
terminando obras, algunas de las cuales posiblemente darán mucho que hablar
tiempo adelante. Proliferan asimismo los negocios secundarios que dan a la
ciudad un aspecto casi decimonónico, lo que ha hecho que no pocos hayan sacado
del baúl de los abuelos trajes de época, y paseen de esta guisa los fines de
semana por las principales avenidas. Incluso se diría que hasta los modales se
han modificado en cierta medida, y no digamos nada del vocabulario, que para el
asombro general, y por razones aún por explicar por los científicos sociales, ha
sufrido una mutación sorprendente, hasta el punto que determinados objetos y
situaciones denominados con un léxico moderno, han dejado de ser nombrados,
empleándose en s lugar circunloquios y expresiones un tanto pobres, tipo “ese
cacharro”, “esa cosa redondeada”, etc. A
pesar de todo, se mantiene un nivel de actividad mínimo que hace concebir
ciertas esperanzas a las autoridades que, aceptando un posible cambio regresivo
de paradigma, se pueda salir de la situación airosamente. Es posible que la
telefonía celular e internet colapsen, pues el uso que los ciudadanos y las
empresas hacen de ambos es cada vez más reducido, pero ya hay entidades y
movimientos civiles que mantienen que quizás sea esta una posibilidad de
retomar los valores que la civilización industrial olvidó, y que la vuelta a
las cabinas de teléfonos públicos y la proliferación de legajos sea un mal
menor. En Estados Unidos determinadas Comunidades cristianas y ecologistas han
abierto un diálogo franco y abierto con los “amish”, de quien ahora se piensa
que tenían buenas razones con su negativa a utilizar procesos industriales
avanzados. Volveremos posiblemente a ver los tiros de caballos por las principales
vías de la ciudad, el alumbrado de gas y el brasero eléctrico. Y nuevos Dickens surgirán al amor de la lumbre, quién
sabe .Sin duda va a ser duro para aquellos que supusieron que la televisión por
satélite y cable eran imprescindibles, pero la vuelta de los trovadores y las
gachas harán de nuevo felices a quienes creyeron fervorosamente en la
simplicidad y la belleza del polisón y el pelo cardado .Esperemos
acontecimientos y olvidemos la Luna y Marte como campos de operaciones para
futuras empresas interplanetarias. Adiós, pues, los cohetes espaciales y su
velocidad de escape. En su lugar, siempre nos quedarán al menos las Fallas, los
Ninots y la Cremá, que no irán a ninguna parte, pero que darán a la noche
valenciana la magia y el fulgor que se perdió con la desaparición de los
neandertales.
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