viernes, 27 de mayo de 2016

NINOTS



La prohibición de utilizar vehículos privados debido a la polución, ha originado un enorme colapso en la ciudad, pues a pesar del reforzamiento de las líneas de autobuses del Transporte Público y del número de trenes en el Metropolitano, la gente se ve incapaz de trasladarse con la celeridad necesaria a sus puestos de trabajo, lo que ha influido decisivamente en la caída de la producción en un tanto por ciento alarmante. Hay ciudadanos, sin embargo, que conscientes de la gravedad de la situación, se desplazan en bicicleta o a pié, lo que da a las calles y avenidas de la ciudad el aspecto de principios del siglo pasado, con el añadido visual de una proliferación incontrolada de competiciones ciclistas. Esto, sin embargo, origina los previsibles problemas de aparcamiento para las bicicletas, y de instalación de servicios sanitarios donde los recién llegados puedan asearse, si no se quiere que el estado de las instalaciones deje mucho que desear,  y que la pituitaria sufra más de lo acostumbrado, dada la prohibición del uso de aerosoles.
Los autobuses se desplazan lógicamente a rebosar, e incluso se ha permitido que circulen con las puertas abiertas, y que los más hábiles, se trasladen cogiéndose de la barra de sujeción de acceso. Se cuentan varios casos de caída y  muerte por aplastamiento, pero las autoridades estiman que, a pesar de todo, ha sido tal el descenso del índice de CO2 en la atmósfera, que tales accidentes siendo muy de lamentar, son rentables. A los que contemplan la vida ciudadana como una posibilidad preferentemente estética, se les ve muy motivados y casi eufóricos, pues es frecuente ver a nubes de fotógrafos, cámara en ristre, haciendo su trabajo con un furor renovado, y no digamos nada de los pintores, principiantes o  no,  apostados por doquier con sus paletas, caballetes y tubos de pintura, tomando apuntes del natural o incluso terminando obras, algunas de las cuales posiblemente darán mucho que hablar tiempo adelante. Proliferan asimismo los negocios secundarios que dan a la ciudad un aspecto casi decimonónico, lo que ha hecho que no pocos hayan sacado del baúl de los abuelos trajes de época, y paseen de esta guisa los fines de semana por las principales avenidas. Incluso se diría que hasta los modales se han modificado en cierta medida, y no digamos nada del vocabulario, que para el asombro general, y por razones aún por explicar por los científicos sociales, ha sufrido una mutación sorprendente, hasta el punto que determinados objetos y situaciones denominados con un léxico moderno, han dejado de ser nombrados, empleándose en s lugar circunloquios y expresiones un tanto pobres, tipo “ese cacharro”,  “esa cosa redondeada”, etc. A pesar de todo, se mantiene un nivel de actividad mínimo que hace concebir ciertas esperanzas a las autoridades que, aceptando un posible cambio regresivo de paradigma, se pueda salir de la situación airosamente. Es posible que la telefonía celular e internet colapsen, pues el uso que los ciudadanos y las empresas hacen de ambos es cada vez más reducido, pero ya hay entidades y movimientos civiles que mantienen que quizás sea esta una posibilidad de retomar los valores que la civilización industrial olvidó, y que la vuelta a las cabinas de teléfonos públicos y la proliferación de legajos sea un mal menor. En Estados Unidos determinadas Comunidades cristianas y ecologistas han abierto un diálogo franco y abierto con los “amish”, de quien ahora se piensa que tenían buenas razones con su negativa a utilizar procesos industriales avanzados. Volveremos posiblemente a ver los tiros de caballos por las principales vías de la ciudad, el alumbrado de gas y el brasero eléctrico. Y nuevos  Dickens surgirán al amor de la lumbre, quién sabe .Sin duda va a ser duro para aquellos que supusieron que la televisión por satélite y cable eran imprescindibles, pero la vuelta de los trovadores y las gachas harán de nuevo felices a quienes creyeron fervorosamente en la simplicidad y la belleza del polisón y el pelo cardado .Esperemos acontecimientos y olvidemos la Luna y Marte como campos de operaciones para futuras empresas interplanetarias. Adiós, pues, los cohetes espaciales y su velocidad de escape. En su lugar, siempre nos quedarán al menos las Fallas, los Ninots y la Cremá, que no irán a ninguna parte, pero que darán a la noche valenciana la magia y el fulgor que se perdió con la desaparición de los neandertales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario