No sé que pinto yo por estos parajes,
pero el hecho es que al parecer me encuentro en el delta del Mekong. Y si no es
exactamente allí, en un lugar parecido. O al menos eso es lo primero que se me
ocurre. En cualquier caso, superada la
sorpresa inicial, paseo sobre unas tarimas flotantes que hacen las veces de
camino entre las embarcaciones y las casas de madera, en donde al parecer
transcurre la vida social y de relación de esta gente, indudablemente china o como
mínimo oriental, ya que nunca he logrado precisar la procedencia de los
asiáticos, pues igualmente podría tratarse de japoneses, coreanos o filipinos.
Los birmanos y tailandeses son algo más oscuros.
Me llaman la atención dos embarcaciones,
que decido comprar de inmediato a pesar de no tener ni un céntimo, aspecto que
en esos momentos no considero primordial, teniendo en mente que para mí el
trabajo tiene un valor igual o superior al capital, y estoy dispuesto a bregar
de sol a sol si es preciso. La primera de dichas embarcaciones tiene forma
rectangular, y está atravesada por una especie de rulos de junco, que deben
servir de bancadas para los tripulantes y los remeros; la segunda recuerda a
las embarcaciones que utilizo Thor Heyerdal para llegar desde la Polinesia a
América, hechas de tallos de papiro. Y también a una embarcación vikinga, pero
con una proa más modesta. No muy lejos alcanzo a ver unos champanes, pero no me
interesan. Decidido a seguir adelante con mi proyecto y discuto el precio con
el propietario, pero de inmediato me encuentro con el primer problema: no
hablamos el mismo idioma, y por más
gestos que hago tratando de hacerle ver mi deseo, aludiendo al dinero o trabajo necesarios, no me entiende. E incluso
es posible que me malentienda, o que mi propuesta le parezca una tomadura de
pelo, pues parece irritarse, y mirándome
con cara de pocos amigos, emite una serie de sonidos guturales y me amenaza con
un arma blanca que de entrada tiene toda la pinta de un kris malayo, de lo que
deduzco que debo de encontrarme más al sur de lo previsto, posiblemente en una
de las islas de Indonesia. No obstante trato de tranquilizarle, porque tengo
cierto apego a mis huesos a pesar de ser una persona cierta edad, pero eso no
parece convencerle, y aunque a continuación le largo un pequeño espiche sobre la
equivalencia entre capital y trabajo, no atiende a razones, y hace que me de a
la fuga, corriendo sobre aquella especie de parquet flotante, con una soltura y
equilibrio que para sí quisieran muchos jóvenes.
Logro finalmente despistarle tras
varias fintas y cambios de dirección, y olvido totalmente la situación,
interesándome rápidamente por la fauna marina del lugar. Alguien me informa en
seguida en perfecto castellano, que esencialmente está compuesta por barracudas
y tiburones. Tal hecho me hace pensar que estoy en un reducto filipino ajeno al
imperio yanqui, en donde todavía el español es considerado como lengua oficial.
Sofocado aún por la carrera y calibrando si en adelante la pesca puede
constituirse en uno de mis objetivos futuros, me siento en el borde de la
tarima flotante, con los pies dentro del agua. Al rato observo que dónde antes
tenía los mencionados pies, ahora no poseo más que dos excrecencias colgantes
que dejan mucho que desear y me hacen añorar a los muñones de algunas películas
de Buñuel. No recuerdo nada más. Si vuelvo a ponerme en contacto con ustedes y
no me desplazo en silla de ruedas, esta historia solo se trataba de un sueño
desagradable. En caso contrario, la situación era más grave de lo previsto, y
solo me cabe despedirme de ustedes un tanto apesadumbrado esperando que alguien
bien informado pueda en un futuro más o menos inmediato, informarles de la
equivalencia de capital y trabajo según Keynes. Y de los inconvenientes de la
pesca de altura sin la indumentaria adecuada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario