lunes, 30 de mayo de 2016

EMBARCACIONES



No sé que pinto yo por estos parajes, pero el hecho es que al parecer me encuentro en el delta del Mekong. Y si no es exactamente allí, en un lugar parecido. O al menos eso es lo primero que se me ocurre. En cualquier caso,  superada la sorpresa inicial, paseo sobre unas tarimas flotantes que hacen las veces de camino entre las embarcaciones y las casas de madera, en donde al parecer transcurre la vida social y de relación de esta gente, indudablemente china o como mínimo oriental, ya que nunca he logrado precisar la procedencia de los asiáticos, pues igualmente podría tratarse de japoneses, coreanos o filipinos. Los birmanos y tailandeses son algo más oscuros.
Me llaman la atención dos embarcaciones, que decido comprar de inmediato a pesar de no tener ni un céntimo, aspecto que en esos momentos no considero primordial, teniendo en mente que para mí el trabajo tiene un valor igual o superior al capital, y estoy dispuesto a bregar de sol a sol si es preciso. La primera de dichas embarcaciones tiene forma rectangular, y está atravesada por una especie de rulos de junco, que deben servir de bancadas para los tripulantes y los remeros; la segunda recuerda a las embarcaciones que utilizo Thor Heyerdal para llegar desde la Polinesia a América, hechas de tallos de papiro. Y también a una embarcación vikinga, pero con una proa más modesta. No muy lejos alcanzo a ver unos champanes, pero no me interesan. Decidido a seguir adelante con mi proyecto y discuto el precio con el propietario, pero de inmediato me encuentro con el primer problema: no hablamos el mismo idioma,  y por más gestos que hago tratando de hacerle ver mi deseo, aludiendo al dinero  o trabajo necesarios, no me entiende. E incluso es posible que me malentienda, o que mi propuesta le parezca una tomadura de pelo, pues  parece irritarse, y mirándome con cara de pocos amigos, emite una serie de sonidos guturales y me amenaza con un arma blanca que de entrada tiene toda la pinta de un kris malayo, de lo que deduzco que debo de encontrarme más al sur de lo previsto, posiblemente en una de las islas de Indonesia. No obstante trato de tranquilizarle, porque tengo cierto apego a mis huesos a pesar de ser una persona cierta edad, pero eso no parece convencerle, y aunque a continuación le largo un pequeño espiche sobre la equivalencia entre capital y trabajo, no atiende a razones, y hace que me de a la fuga, corriendo sobre aquella especie de parquet flotante, con una soltura y equilibrio que para sí quisieran muchos jóvenes.
Logro finalmente despistarle tras varias fintas y cambios de dirección, y olvido totalmente la situación, interesándome rápidamente por la fauna marina del lugar. Alguien me informa en seguida en perfecto castellano, que esencialmente está compuesta por barracudas y tiburones. Tal hecho me hace pensar que estoy en un reducto filipino ajeno al imperio yanqui, en donde todavía el español es considerado como lengua oficial. Sofocado aún por la carrera y calibrando si en adelante la pesca puede constituirse en uno de mis objetivos futuros, me siento en el borde de la tarima flotante, con los pies dentro del agua. Al rato observo que dónde antes tenía los mencionados pies, ahora no poseo más que dos excrecencias colgantes que dejan mucho que desear y me hacen añorar a los muñones de algunas películas de Buñuel. No recuerdo nada más. Si vuelvo a ponerme en contacto con ustedes y no me desplazo en silla de ruedas, esta historia solo se trataba de un sueño desagradable. En caso contrario, la situación era más grave de lo previsto, y solo me cabe despedirme de ustedes un tanto apesadumbrado esperando que alguien bien informado pueda en un futuro más o menos inmediato, informarles de la equivalencia de capital y trabajo según Keynes. Y de los inconvenientes de la pesca de altura sin la indumentaria adecuada.

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