lunes, 23 de mayo de 2016

MUÑECA (en la muerte de LALA, la mujer de mi amigo Paco ELVIRA)



Sabes, hijo, cuando la conocí era una auténtica muñeca.  Y aunque ahora la ves así, cuando ya todo ha terminado o está a punto de hacerlo, yo la veo exactamente igual que entonces:   aquella cara de ángel que me miraba sonriente apenas con diecisiete años.  Quién lo diría, porque yo sé como tú,  que en este momento sobre esa silla de ruedas,  puede parecer alguien incluso desagradable que nos recuerda lo que nadie quisiéramos ser nunca:   una persona vencida por la vida y por el tiempo, sabes, que debe ser la misma cosa.  Por eso, yo hace mucho que decidí, sin darme cuenta, que ella siempre sería para mí aquél rostro,  que siendo aún  muy joven,  me hizo conocer la felicidad.  La miro ahora mismo, y donde tú ves un rostro que se disuelve y pierde los contornos, unos ojos-¡aún veo los que tuvo!-perdidos en la nada que parece levantarse frente a ella, una boca  flácida que deja salir un hilillo de saliva que no sabe contener,  e incluso un cuerpo replegado sobre la silla al tiempo que sus brazos tiemblan por  impulsos que no puede controlar, yo veo todavía aquella imagen  fresca, pura, casi irreal  de la tarde en que nos conocimos cerca del mar, cuando yo me decía que no era posible, que seres como aquél no existían.  Debo reconocer, ahora que los dos la tenemos delante, que sin duda yo exageraba entonces, y que posiblemente había otras como ella, pero eso no tiene demasiada importancia, lo que yo te quiero transmitir, por si te sirve de algo, aunque ya vas siendo mayor tu también, es que lo importante no es tanto la realidad de lo que tenemos delante, sino lo que nosotros ponemos en ella.  He llegado a pensar si lo mío, este amor desmedido por esta mujer moribunda, no es sino un desvarío, pero créeme, da igual, y doy por bien empleada mi vida compartida con ella en tantas ocasiones gozosas, y en otras que, te seré sincero, no  lo fueron tanto.  Al final todo se trata, mi querido y joven amigo-y perdóname que te llame joven, pero a los noventa años que tengo todo me parece nuevo-de haber podido entregarse a alguien o incluso a algo, hasta una afición o una causa, lo “otro” que nos saca de ese pozo sin fondo que somos cuando nos sentimos incapaces de soltar amarras,  y hacer propio lo que en realidad nos es ajeno.  De verdad que sólo veo en ella aquella muñeca que fue, esa pureza de rasgos, aquella mirada en la que yo me abismaba buscándola,  y que hacía que mi entusiasmo creciese, como si mi vida consistiera en ahondar en aquél misterio que se escondía tras sus párpados.  Exageraciones, recuerdo que me decían mis amigos, al parecer centrados en intereses más evidentes que yo respetaba,  pero que me parecían demasiado pedestres. Mi querida  Isabel se está despidiendo, y yo percibo en su mirada perdida y transparente un adiós agradecido y lleno de amor, porque ella me conoce y sabe cuánto la he querido.  Como solo se quieren, mi querido amigo, a los seres que han venido a este mundo a compartirlo: esos amaneceres que no volverán a ser los mismos cuando nos falte su mirada, esas puestas de sol en las que los dos nos sumergíamos en mundos que solo nosotros conocíamos. Perdóname, pero debo ausentarme un momento y llorar sin que ella me vea, porque me ve aunque no lo creas , y percibe todo lo que te digo, y llora sabiendo la tristeza que me inunda , sabiendo que debe partir y dejarme solo aunque no sea por demasiado tiempo. Tengo que prepararme para el adiós definitivo, cuando me acerque en la hora final y bese tiernamente  sus labios yertos, y le cierre los ojos que se ausentarán para siempre para mi desesperación, porque, mi querido amigo, aunque siempre la llevaré conmigo, no creo en la resurrección de nuestros queridos, amados, pobrecitos muertos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario