Sabes, hijo, cuando
la conocí era una auténtica muñeca. Y aunque
ahora la ves así, cuando ya todo ha terminado o está a punto de hacerlo, yo la
veo exactamente igual que entonces: aquella
cara de ángel que me miraba sonriente apenas con diecisiete años. Quién lo diría, porque yo sé como tú, que en este momento sobre esa silla de ruedas,
puede parecer alguien incluso
desagradable que nos recuerda lo que nadie quisiéramos ser nunca: una persona vencida por la vida y por el
tiempo, sabes, que debe ser la misma cosa.
Por eso, yo hace mucho que decidí, sin darme cuenta, que ella siempre
sería para mí aquél rostro, que siendo
aún muy joven, me hizo conocer la felicidad. La miro ahora mismo, y donde tú ves un rostro
que se disuelve y pierde los contornos, unos ojos-¡aún veo los que
tuvo!-perdidos en la nada que parece levantarse frente a ella, una boca flácida que deja salir un hilillo de saliva
que no sabe contener, e incluso un
cuerpo replegado sobre la silla al tiempo que sus brazos tiemblan por impulsos que no puede controlar, yo veo
todavía aquella imagen fresca, pura, casi
irreal de la tarde en que nos conocimos
cerca del mar, cuando yo me decía que no era posible, que seres como aquél no
existían. Debo reconocer, ahora que los
dos la tenemos delante, que sin duda yo exageraba entonces, y que posiblemente
había otras como ella, pero eso no tiene demasiada importancia, lo que yo te
quiero transmitir, por si te sirve de algo, aunque ya vas siendo mayor tu
también, es que lo importante no es tanto la realidad de lo que tenemos delante,
sino lo que nosotros ponemos en ella. He
llegado a pensar si lo mío, este amor desmedido por esta mujer moribunda, no es
sino un desvarío, pero créeme, da igual, y doy por bien empleada mi vida
compartida con ella en tantas ocasiones gozosas, y en otras que, te seré
sincero, no lo fueron tanto. Al final todo se trata, mi querido y joven
amigo-y perdóname que te llame joven, pero a los noventa años que tengo todo me
parece nuevo-de haber podido entregarse a alguien o incluso a algo, hasta una
afición o una causa, lo “otro” que nos saca de ese pozo sin fondo que somos
cuando nos sentimos incapaces de soltar amarras, y hacer propio lo que en realidad nos es ajeno. De verdad que sólo veo en ella aquella muñeca
que fue, esa pureza de rasgos, aquella mirada en la que yo me abismaba
buscándola, y que hacía que mi entusiasmo
creciese, como si mi vida consistiera en ahondar en aquél misterio que se
escondía tras sus párpados. Exageraciones,
recuerdo que me decían mis amigos, al parecer centrados en intereses más
evidentes que yo respetaba, pero que me
parecían demasiado pedestres. Mi querida
Isabel se está despidiendo, y yo percibo en su mirada perdida y
transparente un adiós agradecido y lleno de amor, porque ella me conoce y sabe
cuánto la he querido. Como solo se
quieren, mi querido amigo, a los seres que han venido a este mundo a
compartirlo: esos amaneceres que no volverán a ser los mismos cuando nos falte
su mirada, esas puestas de sol en las que los dos nos sumergíamos en mundos que
solo nosotros conocíamos. Perdóname, pero debo ausentarme un momento y llorar sin
que ella me vea, porque me ve aunque no lo creas , y percibe todo lo que te digo,
y llora sabiendo la tristeza que me inunda , sabiendo que debe partir y dejarme
solo aunque no sea por demasiado tiempo. Tengo que prepararme para el adiós
definitivo, cuando me acerque en la hora final y bese tiernamente sus labios yertos, y le cierre los ojos que se
ausentarán para siempre para mi desesperación, porque, mi querido amigo, aunque
siempre la llevaré conmigo, no creo en la resurrección de nuestros queridos,
amados, pobrecitos muertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario