lunes, 30 de mayo de 2016

ADIOSES



Mamá siempre fue muy menuda, pero viéndola por última vez, me pareció una muñeca de porcelana. Había llegado a última hora y apenas tuve tiempo para verla, porque el entierro estaba fijado para media hora después. Me avisaron tarde y salí en el primer avión que pude. Al parecer los acontecimientos se habían precipitado inesperadamente. Al ver a mi familia reunida en el tanatorio, lo que más me sorprendió fue su actitud: nadie parecía realmente afectado, y daban la impresión de estar asistiendo a un mero trámite. Es cierto que era algo esperado desde hacía tiempo, pero me impresionó percibir como nos blindamos en situaciones que de otra manera serían casi insoportables. Estoy seguro que yo mismo les transmití también esa sensación, pues  ya en el avión poco antes de aterrizar, algo en mi interior se cerró para no reconocer que aquello que estaba viviendo era un hecho real y no un sueño. Intenté abstraerme de aquellos pensamientos insidiosos, y conversé durante un rato con mis hermanos. Palabras rutinarias sobre su enfermedad, las complicaciones de los últimos momentos, los médicos que la atendieron, la funeraria, etc…, pero era evidente que todos tratábamos de alejar nuestros auténticos sentimientos de nuestras cabezas, como si tal cosa fuera la última estrategia a la que podíamos recurrir para no hundirnos.
Poco antes de que cerraran el ataúd, me acerqué de nuevo  y estuve contemplándola con mucho detenimiento, tratando de grabar en mi memoria hasta los mínimos detalles de su rostro, apenas alterados por la rigidez de su cadáver. Me llamó sobre todo la atención el hecho de que de alguna manera parecía sonreír, como si en el momento del tránsito hubiera percibido algo que la hacía feliz. No era la expresión habitual de mamá, normalmente seria y poco expresiva, sino de la mamá de los días dichosos, en los que nos volvía a ver tras un largo período de separación, o cuando recibía a sus nietos, nuestros hijos. Sentí en esos momentos unas ganas enormes de llorar y expresar allí mismo todo el amor que me suscitaba aquel ser del que me despedía, pero me contuve como pude a pesar del dolor que la represión provocó en mi pecho. Los otros también estaban a mi lado, y pude percibir que, como yo, trataban de disimular la emoción que les embargaba.
Me acordé también de papá, muerto hacía ya mucho tiempo, pero no fue nada parecido. De hecho dos de mis hermanos ni siquiera se presentaron por razones que nunca llegué a entender, aunque en alguna ocasión se habían disculpado vagamente aduciendo razones de lejanía o de dificultades para abandonar su trabajo. Allá ellos, después de todo nadie pueden obligar a otro a tener determinados sentimientos. Con mamá era diferente, estábamos todos y parecía que éramos conscientes de que con su muerte no sólo se moría ella, sino que la familia, ese grupo que a pesar de todo constituíamos, dejaba de existir como tal, y que en adelante cada cual tendría que enfrentarse a la soledad de su propia vida. Claro que, por otro lado, quizás aquella muerte podía provocar el efecto contrario, y a partir de entonces, trataríamos de estar más en contacto. El tiempo diría, aunque era evidente que nuestras miradas reflejaban en aquellos momentos una orfandad inesperada. Después, todo transcurrió rápidamente y enterramos a mamá en un nicho alquilado por una serie de años. Alguien propuso cenar juntos aquella noche, pero finalmente no fue posible y nos limitamos a tomar algo en una cafetería próxima. Había una cierta tensión en el ambiente, pues aquello, a pesar de esperado, suponía al mismo tiempo una situación nueva que nadie sabía como manejar adecuadamente. Nos despedimos con cierta precipitación, como si todos nos viéramos urgidos a abandonar aquel lugar enseguida para calibrar lo que había sucedido, o más posiblemente para decirnos que no había pasado nada.
Por mi parte decidí pasar la noche en un hotel de las cercanías a pesar del ofrecimiento de alojamiento del único hermano que vivía allí. Tenía ganas de estar solo y no dar ocasión a las conversaciones sin sentido sobre los tópicos que se manejan en situaciones semejantes, teniendo en cuenta, además, que no mantenía relaciones cercanas con él y su familia desde hacía años. Me dio tiempo sin embargo a alquilar un coche y salir a la carretera, tenía necesidad de sumergirme en mis propios pensamientos que paradójicamente sentía placenteros y apaciguadores, como si la pérdida de mamá me hubiera devuelto una calma inexplicable en aquellos momentos. No volví al hotel. Circulé despacio por una de las rondas periféricas de la ciudad, sintiendo al cruzarme con los vehículos que venían de frente el estrecho margen que nos separa de la otra vida. Encendí la radio y conduje hasta el amanecer. Fue solo un día.

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