Vivo en una isla al norte de Europa cerca de Islandia, que es otra.
Conmigo está mi mujer, que al final accedió a acompañarme sabiendo mi
pasión por la naturaleza. Es una mujer de ciudad, de hecho es de Nueva
York, el paradigma de las mismas, y no creo que haya que preguntar a
demasiadas personas para confirmarlo, ni que nadie tenga muchas dudas
sobre ello. No fue fácil convencerla, sobre todo teniendo en cuenta que
tenemos a un crío de tres años, y tenía mucho miedo de que pudiera coger
cualquier cosa, considerando que el primer dispensario médico está en
una pequeña población a cuarenta kilómetros de aquí, y que la
temperatura media, verano incluido, no sobrepasa los seis grados. Ya se
sabe que los niños a esas edades suelen padecer pequeñas indisposiciones
que, sin ser graves, afortunadamente enseguida inquietan a sus madres,
motivo sin el cual, paradójicamente, es más que posible que muchos de
nosotros no estuviéramos hoy aquí. En cualquier caso, lo cierto es que
desde que llegamos el niño no ha tenido nada, excepto un día con diarrea
y algo la fiebre. Soy biólogo marino, y me dedico a investigar la fauna
de esta costa, que me interesa sobremanera, aquí hay una gran cantidad
de animalitos que a pesar del clima tan inhóspito, sobreviven por
mecanismos que me interesa averiguar, y que junto con el estudio de una
variedad de percebe autóctona, es uno de los objetivos principales de mi
investigación. Elsa es una mujer de ciudad, como ya dije, acostumbrada a
frecuentar a sus amigas, salir algunas tardes a merendar e ir al
teatro, y a veces tengo mala conciencia, pues creo que la he forzado a
un sacrificio que podía haberse ahorrado: bastaba que yo me hubiera
venido aquí por temporadas para conseguir lo mismo. Pero lo hecho, hecho
está, y no es cuestión ahora de ponerse a dar vueltas al asunto. Por
otro lado, este tipo de climas forja un carácter apto para enfrentarse a
cualquier reto del futuro, que siempre será menor, y quien sabe si
Olsen, el niño, dará mucho que hablar tiempo adelante, quizás entonces
él y su madre me lo agradecerán. Lo cierto es que para mí este es un
lugar maravilloso, principalmente porque me permite trabajar en lo que
me gusta, y además no me veo obligado a cumplir las obligaciones que se
suponen son normales en un matrimonio joven, como son salir con sus
amistades o recibirlas en casa los fines de semana. Soy un hombre de
pocas palabras, al que solo interesan los crustáceos, los moluscos y
algunos animales afines, por lo que cualquier otro tema me acaba
desquiciando. La política me tiene sin cuidado, y desde luego prefiero
un régimen con la suficiente autoridad como para que la vida pueda
transcurrir en orden y sin violencias que no arreglan nada. Y sobre
esto no quiero extenderme porque me intranquilizo y acabo perdiendo los
papeles cuando llegamos al marxismo y el pueblo sometido. Mi vida son
los animales marinos y los anfibios. Eso es todo. Mencioné más arriba a
los percebes, y quiero aquí dar una pequeña información sobre estos
animalitos, suficientemente estoicos como para pasar la vida aferrados a
las rocas a la espera de que una mar exagerada se los lleve por
delante, o que unos mariscadores desaprensivos se acaben descolgando por
los farallones, para arrancarlos y llevárselos al mercado donde se
pagan a buen precio (sobre todo si los exportan). El hecho que en estos
momentos me interesa destacar que la variedad que se da exclusivamente
en esta isla y algunas de las próximas, es un crustáceo que ha
desarrollado un vello denso y profuso sobre la uña (también llamada
“capítulo”), posiblemente como un medio de defenderse de la temperatura
del mar, rondado los cero grados, y siempre a punto de congelarse. Estos
pelos me obsesionan, pues en mi opinión le bastaría con la cutícula de
la uña para sobrevivir, y finalmente no estoy seguro de que en realidad
cumplan otra función, como podría ser la protección del pedúnculo
(cuerpo). Eso es lo que estoy investigando con más precisión, para lo
cual debo en ocasiones arriesgar la vida acercándome para y ver como las
olas impactan sobre los bichos, y si los pelos cumplen la función que
les supongo. Los escasos habitantes de la isla tienen varias teorías
sobre la vida de este animal (que ellos apenas comen). La primera es que
los que son arrancados de la roca los días de mar gruesa, caen al fondo
marino y son alimento de algunos peces, y otra, que una vez autónomos,
se convierten en peces y navegan hacia el sur, mudando los pelos en
escamas. Si debo decir la verdad, después de casi un año aquí haciendo
todo tipo de experimentos, no he llegado a ninguna conclusión fiable,
con lo cual me veo abocado a regresar al mito, y dar alguna credibilidad
a las leyendas de los naturales del país, lamentando en este sentido
los cinco años de universidad que tuve que estudiar para ser ictiólogo,
cuando con un poco de imaginación podría haber llegado a las mismas
conclusiones. Solo me tranquiliza, y esto es una confidencia que espero
que no llegue más allá de los destinatarios de estas líneas, observar la
gruesa trenza de Elsa, que según pasa el tiempo parece haber adquirido
el grosor y calidad de algunas protagonistas del cine de Ingmar Bergman.
Creo que solo por eso merece la pena seguir aquí. Aunque los percebes
autóctonos sigan siendo un misterio, las noches árticas son mucho más
llevaderas con una trenza de esa categoría en las inmediaciones.
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