miércoles, 4 de mayo de 2016

PERCEBES

Vivo en una isla al norte de Europa cerca de Islandia, que es otra. Conmigo está mi mujer, que al final accedió a acompañarme sabiendo mi pasión por la naturaleza. Es una mujer de ciudad, de hecho es de Nueva York, el paradigma de las mismas, y no creo que haya que preguntar a demasiadas personas para confirmarlo, ni que nadie tenga muchas dudas sobre ello. No fue fácil convencerla, sobre todo teniendo en cuenta que tenemos a un crío de tres años, y tenía mucho miedo de que pudiera coger cualquier cosa, considerando que el primer dispensario médico está en una pequeña población a cuarenta kilómetros de aquí, y que la temperatura media, verano incluido, no sobrepasa los seis grados. Ya se sabe que los niños a esas edades suelen padecer pequeñas indisposiciones que, sin ser graves, afortunadamente enseguida inquietan a sus madres, motivo sin el cual, paradójicamente, es más que posible que muchos de nosotros no estuviéramos hoy aquí. En cualquier caso, lo cierto es que desde que llegamos el niño no ha tenido nada, excepto un día con diarrea y algo la fiebre. Soy biólogo marino, y me dedico a investigar la fauna de esta costa, que me interesa sobremanera, aquí hay una gran cantidad de animalitos que a pesar del clima tan inhóspito, sobreviven por mecanismos que me interesa averiguar, y que junto con el estudio de una variedad de percebe autóctona, es uno de los objetivos principales de mi investigación. Elsa es una mujer de ciudad, como ya dije, acostumbrada a frecuentar a sus amigas, salir algunas tardes a merendar e ir al teatro, y a veces tengo mala conciencia, pues creo que la he forzado a un sacrificio que podía haberse ahorrado: bastaba que yo me hubiera venido aquí por temporadas para conseguir lo mismo. Pero lo hecho, hecho está, y no es cuestión ahora de ponerse a dar vueltas al asunto. Por otro lado, este tipo de climas forja un carácter apto para enfrentarse a cualquier reto del futuro, que siempre será menor, y quien sabe si Olsen, el niño, dará mucho que hablar tiempo adelante, quizás entonces él y su madre me lo agradecerán. Lo cierto es que para mí este es un lugar maravilloso, principalmente porque me permite trabajar en lo que me gusta, y además no me veo obligado a cumplir las obligaciones que se suponen son normales en un matrimonio joven, como son salir con sus amistades o recibirlas en casa los fines de semana. Soy un hombre de pocas palabras, al que solo interesan los crustáceos, los moluscos y algunos animales afines, por lo que cualquier otro tema me acaba desquiciando. La política me tiene sin cuidado, y desde luego prefiero un régimen con la suficiente autoridad como para que la vida pueda transcurrir en orden y sin violencias que no arreglan nada. Y sobre esto no quiero extenderme porque me intranquilizo y acabo perdiendo los papeles cuando llegamos al marxismo y el pueblo sometido. Mi vida son los animales marinos y los anfibios. Eso es todo. Mencioné más arriba a los percebes, y quiero aquí dar una pequeña información sobre estos animalitos, suficientemente estoicos como para pasar la vida aferrados a las rocas a la espera de que una mar exagerada se los lleve por delante, o que unos mariscadores desaprensivos se acaben descolgando por los farallones, para arrancarlos y llevárselos al mercado donde se pagan a buen precio (sobre todo si los exportan). El hecho que en estos momentos me interesa destacar que la variedad que se da exclusivamente en esta isla y algunas de las próximas, es un crustáceo que ha desarrollado un vello denso y profuso sobre la uña (también llamada “capítulo”), posiblemente como un medio de defenderse de la temperatura del mar, rondado los cero grados, y siempre a punto de congelarse. Estos pelos me obsesionan, pues en mi opinión le bastaría con la cutícula de la uña para sobrevivir, y finalmente no estoy seguro de que en realidad cumplan otra función, como podría ser la protección del pedúnculo (cuerpo). Eso es lo que estoy investigando con más precisión, para lo cual debo en ocasiones arriesgar la vida acercándome para y ver como las olas impactan sobre los bichos, y si los pelos cumplen la función que les supongo. Los escasos habitantes de la isla tienen varias teorías sobre la vida de este animal (que ellos apenas comen). La primera es que los que son arrancados de la roca los días de mar gruesa, caen al fondo marino y son alimento de algunos peces, y otra, que una vez autónomos, se convierten en peces y navegan hacia el sur, mudando los pelos en escamas. Si debo decir la verdad, después de casi un año aquí haciendo todo tipo de experimentos, no he llegado a ninguna conclusión fiable, con lo cual me veo abocado a regresar al mito, y dar alguna credibilidad a las leyendas de los naturales del país, lamentando en este sentido los cinco años de universidad que tuve que estudiar para ser ictiólogo, cuando con un poco de imaginación podría haber llegado a las mismas conclusiones. Solo me tranquiliza, y esto es una confidencia que espero que no llegue más allá de los destinatarios de estas líneas, observar la gruesa trenza de Elsa, que según pasa el tiempo parece haber adquirido el grosor y calidad de algunas protagonistas del cine de Ingmar Bergman. Creo que solo por eso merece la pena seguir aquí. Aunque los percebes autóctonos sigan siendo un misterio, las noches árticas son mucho más llevaderas con una trenza de esa categoría en las inmediaciones.

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