martes, 24 de mayo de 2016

TERAPIAS ALTERNATIVAS



En algún momento de mi vida,  decidí que lo que yo necesitaba era una terapia. Me encontraba muy inseguro y tenía frecuentes crisis de ansiedad que no sabía a qué obedecían. Iba tranquilamente por la calle y sentía que mi corazón comenzaba a latir alocadamente, al tiempo que tenía dificultades para respirar y me ponía a temblar sin control. Era muy angustioso, y fue prácticamente lo primero que te conté. Me dijiste entonces con seriedad, para mi asombro, que lo que me pasaba estaba muy claro: se trataba de que había tenido dificultades para nacer, pues posiblemente el canal del parto de mi madre era más estrecho de lo habitual, y mi angustia era la reactualización de las dificultades que tuve para venir a este mundo. De entrada, me sometiste  a una serie de sesiones de “rebirthing”, que al cabo de un tiempo se mostraron ineficaces, pues por más que yo renacía en un medio acuático sin ningún tipo de problemas, al poco de abandonar la clínica se sucedían los ataques, si cabe con más virulencia. Abandonamos, pues el método y durante una temporada, en la misma línea,  ensayamos “el grito primario”, sistema terapéutico que por poco no me lleva a la tumba con una crisis de asma funcional, después de gritar desaforadamente durante una hora para echar afuera el pavor del tránsito natal. Las terapias posteriores se fueron moderando, y nos dedicamos a analizar mis sueños, de los que como recordarás,  llegué a completar diez libretas, resultado de las cuales, fue tu conclusión de que realmente yo había sido un niño abandonado, puesto que mi madre no me había proporcionado la ternura que cualquier madre aporta a un hijo de corta edad. Y que, de hecho, no importaba demasiado la realidad de que ella siempre hubiera estado allí,  y no se pareciera en absoluto a la bruja de Hansel y Gretel, pues había formas de maltrato más sutiles que sin duda yo había padecido sin ser consciente. Por aquella época, ya habían pasado alrededor de diez años desde el inicio, empecé a notarte un tanto crispada por el hecho de que ninguna de tus soluciones me sirviera, y se repitieran mis ansiedades, aunque, todo hay que decirlo, el orfidal hacía que fueran menos intensas. Opinaste entonces que, verdaderamente, si no había por mi parte una voluntad decidida de cambio, mi mejoría definitiva se te antojaba imposible. Al parecer, por lo que sea,  yo no quería reconocer mis auténticas necesidades, y eso hacía prácticamente nula la posibilidad de  una evolución positiva de mis síntomas, por lo que decidiste que quizás lo que necesitaba era una terapia integral, que reuniera no solo los aspectos psicológicos de mi enfermedad (hacías mucho hincapié en que me reconociera como enfermo), sino los físicos, de manera que entre ambos provocaran una síntesis integradora de mi personalidad, y alcanzase así  el bienestar que yo mismo me negaba. No se me olvda que estuvimos varios días practicando terapias alternativas de tipo bioenergético ó similares en una habitación anexa a tu consulta, de las que recuerdo especialmente dos. En una me dijiste que tomara conciencia de mi ano estando sentado, para lo cual me indicaste en varias ocasiones que lo movilizara y prestara atención de sus contracciones ya  que habitualmente lo ignoramos. Lo hice con tal dedicación varios días seguidos, y lo único que obtuve fue un fuerte escozor con prurito,  que justificaste por un empeño excesivo en la tarea. Otro día, me esperaste en la sala con un tambor y unos palillos y me sugeriste, yo estaba empezando a torcer el gesto, que durante media hora me paseara a lo largo y ancho tocándolo al ritmo que se me antojara, pero sin detenerme, pues el resultado solo podía verse cuando uno llega prácticamente a la extenuación. La verdad es que al cuarto de hora estaba harto y lo único que tenía es un dolor de cabeza inenarrable. Ahora comprendo que a los catorce años del comienzo de la terapia, aquello  empezaba a ser para ti una carga insufrible, y a partir de entonces te dedicaste con toda claridad a culparme de mis dolencias. Estabas harta de aquella especie de hijo tonto que te había salido, que además se quejaba y empezaba a considerar que solo el orfidal y el vino tinto, combinados moderadamente, le sumergían en un estado medianamente placentero. Fue entonces cuando recurriste, en mi opinión, a tu última terapia, y en las sesiones te sentabas frente a mi en minifalda y abriendo las piernas, de forma que si no te veía las bragas,  era porque yo estaba sentado a contraluz, aunque si no me equivoco las llevabas negras, caladas y con encajes. Acertaste, y desde que  nos acostamos me encuentro mucho mejor, nunca me gustaste demasiado, pero te aplicas en el lance, aunque debo decir que son los polvos más caros de mi vida. No te voy a dejar: me debes varios millones, y me los voy a cobrar.

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