viernes, 27 de mayo de 2016

BLUE VELVET



Cuando mi amigo Emiliano y yo llegamos frente al edificio que tenía tantas ganas de que yo viera,  me encontré con un inmueble de diez plantas,  que de inmediato me recordó al de una película morbosa e intrigante, Terciopelo Azul,  y  de forma refleja me puse a tararear la sugerente y misteriosa canción de la película, de la al final uno se queda sobre todo con el morbo de la Rosellini. Pero él parecía indiferente,  seguramente no la había visto y prefirió concentrarse en su obsesión del momento: tenía la certeza de que allí se alojaba una célula comunista y que, por lo tanto, nosotros debíamos actuar con rapidez en previsión de males peores. ”Deben ser pocos-dijo-pero  para alojarse en un edificio como este deben ser muy peligrosos”. No entendí bien su pseudo silogismo,  y tuve la impresión de  que no tenía ni la menor idea de Aristóteles, o   que su sesera empezaba a tener fugas,  y le convertían,  precisamente a él,  en un tipo peligroso,  sobre todo teniendo en cuenta que el Partido Comunista hacia más de treinta años que era legal en este país ¿Qué te parece si entramos para echar un vistazo? me dijo hinchando ufano el pecho, como si para ello se requiriera mucho valor. Le dije que estaba de acuerdo con toda naturalidad,  pero aparentando reflexionar durante unos instantes,  pues a estas alturas ya he decidido seguirle el juego. ”Eres un tío valiente –se dirigió a mí de nuevo- por eso quería venir contigo y no con ninguno de los badulaques que tenemos por compañeros”. Un tanto atónito por el palabro,  le seguí con gesto decidido,  pues sé que Emiliano cuando empieza ciertos períodos de originalidad extra,  cambia su léxico tratando de impresionar, aunque lo que suele conseguir es alertar al otro de que está preparando algo raro, o que su mente ha comenzado una deriva que en un momento dado, solo puede terminar   con un golpe de kárate o   una llave de Jiu-jitsu,  en las que fuimos entrenados cuando nos hicimos agentes secretos. Claro que aquí el problema era que mi amigo había sido expulsado hacía un par de años, y que sabía que tenía una pistola que le abultaba en la sobaquera bajo la chaqueta. Intentaría tranquilizarlo si observaba motivos que le impulsaran a emplearla, y si no lo conseguía tendría que recurrir a las artes marciales reseñadas.  Al entrar por la única puerta de la fachada,  vimos que toda la primera planta  estaba ocupada por unos enormes almacenes de Carrefour,  y que por lo tanto allí no podía esconderse su célula,  así que decidió -le dejé tomar el mando- que había que coger el ascensor y empezar la búsqueda desde el último piso hacia abajo. El Conserje nos preguntó a dónde íbamos,  a lo que Emiliano tocándose la sobaquera por encima de la americana le increpó ¡Policía, hostias, a usted


que coño le importa! y no contento, añadió en tono imperativo ¡haga el favor de hacer bajar a ese puto cacharro! El Conserje, como un flan,  obedeció obsequioso e incluso nos guió hasta la entrada del ascensor,  lo que Emiliano le agradeció lisonjero largándole cinco euros de propina ¡Tómese un vinito a nuestra salud,  puede usted retirarse! Cuando quise darme cuenta ya estábamos en el rellano del décimo piso,  y para mi sorpresa,  Emiliano se dirigió   con paso decidido a una de las puertas y llamó con cierta vehemencia,  yo me mantuve a su lado a la expectativa,  temiendo que iba a perder el control de la situación, pues antes de que pudiera reaccionar sacó   la pistola y encañonó   a la señora que nos había abierto. Al parecer lo de su psicosis no había sido un simple pretexto para echarle de la Agencia de Seguridad. Me hizo entrar delante de él ante el estupor de la abuela, a la que tapó   la boca con una pericia aprendida en el Servicio. ”Hola,  cariño,  ya ves hoy en vez de vernos en el bar te vengo a visitar por primera vez con un amigo muy amigo ¡culpable de que hoy esté en la puta calle!”Siéntate en la cama y atiende”, continuó.  Y luego dirigiéndose a mí  “a ver,  capullo,  saca el pajarito y enséñaselo a mi novia… ¡que te lo saques,  hostias! y me apuntó   con una pipa antidiluviana y posiblemente estropeada,  pero ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, decidí no fiarme y obedecerle.  
Me acordé entonces del hijo puta de Dennis Hopper humillando a la hija de Ingrid Bergman,  y dejé que los acontecimientos siguieran su curso. La abuela no lo hacía mal y se empleaba a fondo.  Emiliano nos miraba con cara de loco y gritaba ¡De esto se enteran en la Central y te echan también a ti! Lo que pasaba es que sin cámara de fotos difícilmente podría convencer a alguien, además  ella no me conocía, y en todo caso,  había actuado coaccionado. Al terminar, Isabella (así acordé llamar a aquella mujer en recuerdo de la Rosellini), se quedó medio desmayada sobre la cama, y nosotros nos largamos por el montacargas del otro lado del edificio.  Lejos de allí,  en un bar de mala muerte,  nos tomamos unos vinos, y el psicópata se lió   a voces ante el asombro general: “¡Me pusisteis superburro,  chaval! ¡Los comunistas,  no te jode…y se lo había creído! Yo me consolé pensando que cosas peores habían hecho otros en  muchos Servicios Secretos de todo el mundo.  Y la inmensa mayoría seguían en nómina.

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