La
pajarización de Fernando no cogió a
nadie por sorpresa, pues la insistencia
de este hombre en la observación y trato con todo tipo de animales con plumas, hizo posible su metamorfosis que, además,
acabó sucediendo de la noche a la mañana, tras una convivencia prolongada con
los mismos. Uno no puede estar subiendo impunemente a árboles y campanarios
para visitar a las cigüeñas, ni puede
alimentar indefinidamente a los gorriones y palomas que han hecho del árbol frente
a su ventana en un segundo piso su habitáculo favorito (a pesar de que tiempo
atrás no dudara en comérselos fritos), ni
se puede, así como así, dirigirse a las aves de corral y empeñarse en
comunicarse con ellas, a base de un idioma que dice haber aprendido de ellas
mismas, tras miles de observaciones. Y mucho menos aún es aconsejable para una
persona en sus cabales, matricularse en
la Universidad y salir cinco años después como ornitólogo, sobrepasados ya los sesenta años. Ni siquiera
me parece adecuado que alguien como él, obsesionado
por este tipo de animales, descendientes
al parecer los dinosaurios, curse siete años de piano en la Escuela de Música
de la capital de España, con el exclusivo fin de interpretar los “Cantos de
pájaros” del compositor francés Oliver Messiaen.
Ha sido una
locura que en la actualidad le trae de cabeza visitando a todo tipo de médicos,
curanderos e incluso astrólogos para que interpreten el sentido de tal mutación,
en la que excepto cresta y espolones, las diversas partes de su cuerpo han
adoptado formas indudablemente aerodinámicas sin duda para que en cuanto se
sienta capaz, emprenda un vuelo que sabe
Dios dónde podría llevarle. Eso sí, si la metamorfosis continúa hasta sus últimas
consecuencias, para nada tendrá que imitar a Leonardo y sus extraños aparatos
voladores, pues él mismo los tendrá incorporados en su organismo, y eso que se ahorrará en aperos, correas,
atalajes y otras artesanías. Claro que una vez consumada la mudanza, deberá andarse con cuidado, pues si hoy en día aún lo soportan su familia
y amistades, y le respetan los viandantes con los que se cruza, es porque
todavía guarda un leve parecido con quien fue hace tan solo una semana. Pero no
es en absoluto evidente que si por fin termina su proceso, y se vuelve un bellísimo faisán, un pavo real, una perdiz o incluso una avestruz, no haya quien, iniciándose pronto la
temporada de caza, ponga a punto su escopeta y aprovechando la confusión de
luces del crepúsculo o mejor aún en plena noche, decida que llegó el momento para Fernando de
dejar de sufrir, y ofrecer a la comunidad un banquete a la altura de las
expectativas creadas. Y quien tenga dudas que consulte “La Metamorfosis” de
Kafka, en el que el pobre Gregorio fue tratado a escobazos por su propia madre,
una vez que amaneció convertido en un insecto de patas y vientre quitinosos. Siempre
tendrá la oportunidad de escapar por los aires aprovechando una noche sin luna
y buscar lugares a resguardo de la que ya se habrá convertido en una vecindad
peligrosa ¡Quién le metería en la cabeza a este hombre esa querencia irredenta
por los pájaros! Ese afán desde que era niño de imitar las maneras de gallinas
y gorriones, sus andares breves y torpes,
e incluso sus secuencias de picoteo, que ya en el Instituto le hicieron famoso,
alimentándose exclusivamente de maíz y palomitas. Habrá que darle una
oportunidad, y mediar ante el alcalde
para que saque un edicto ó un bando nombrándole hijo predilecto de la ciudad o
algo parecido, pues una vez que un honor
oficial ha recaído sobre una persona, los
cazadores se sienten inhibidos, y
posiblemente apunten sus carabinas en otra dirección. Aunque siempre habrá que
estar prevenidos con perros, gatos y demás fauna concernida, poco atenta en
general a los comunicados oficiales.
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