Imagina que por fin nos encontramos tras el largo
período de trato virtual, que los dos estimamos en su día que nos vendría bien como aprendizaje para
afianzar un cariño ya evidente. Imagina,
que al vernos a una distancia dónde ya
el ojo puede discriminar sin error apreciable un lunar de tamaño medio, esa
primera percepción nos confirma lo acertado de nuestra decisión, cuando hace tiempo conocimos en un chat, al
darnos cuenta que la web-cam no nos había engañado, y que por lo tanto, estábamos
hechos el uno para el otro. Qué alegría
acercarse y confirmar con nuestros propios ojos que todo era cierto. Imagina que al vernos en persona por primera
vez, todo se corrobora y reafirma, y que no solo nuestras impresiones eran las
adecuadas, sino que, más aún, al hablar y compartir nuestras primeras
experiencias juntos, la alegría nos desborda y después de ir al cine y cenar en
un restaurante encantador, acabamos cogidos de la mano o la cintura, antes de
recalar en unos apartamentos recoletos en el barrio viejo, rodeados de la historia
antigua de la ciudad. Imagina cuando nuestros cuerpos deciden rendir un
homenaje al gótico que proyecta sobre nuestra cama las agujas de la catedral al
otro lado de la calle, y se unen por fin, celebrando un encuentro que quizás no debió
demorarse tanto.
Imagina, sin
embargo, que a pesar del contento que
nos invade, uno de los dos, o quizás ambos, percibe en el otro un detalle, por
insignificante que sea, que hace que, por un momento, la sombra de una duda
planee sobre la emoción que nos embarga. Imagina, en mi caso, que solo se trata
de una irregularidad que he percibido al pasar mi mano por tu cuello al
acariciarte, y que esa nimiedad se agiganta en mi cabeza, y al cabo de un rato
ya la percibo como algo insoportable, y que, para que coincidieras exactamente
con la idea que tenía de ti, yo sintiera que necesito extirparla, y que en esos
momentos empezara a angustiarme y sudar copiosamente.
Es posible, en
tu caso, por ejemplo, que poco después, aún
con tu cabeza sobre mi pecho, te dieras
cuenta que tu nariz no te engaña, y el encanto de la situación se viera
mediatizado por tu pituitaria, comprendiendo de inmediato simplemente que mi olor
no te resulta soportable, y recuerdes las limitaciones que a tales efectos
tiene la web-cam. Imagínate el caos de
nuestras mentes después de años de trato en los que creímos no dejar nada al azar,
cuando en un instante seamos conscientes que lo nuestro no puede ser. Es posible, que llevado por los nervios te
acaricie el, llamémosle, lobanillo con una ternura fingida que solo
ocultará mi furor y mi frustración, o que tu busques precipitadamente en tu
bolso un perfume que disimule los efluvios que están a punto de marearte. Imagina,
por favor, la violencia, la rabia contenida del momento que imaginábamos la
culminación de nuestro deseo y nuestro amor virtual, al que supusimos poco
menos que perfecto e indestructible
¿Qué hacer en
esos momentos? ¿Callarnos y aceptar una vida delante de nosotros
definitivamente marcada por nuestro exceso de sensibilidad? ¿Acudir de
inmediato al dermatólogo buscando una solución con urgencia? Pudiera ser una
solución, pero tu bien sabes que, a la postre, esto tipo de dificultades
saldrían a la luz más delante de otra forma y con una virulencia multiplicada.
Imagina que los más tiernos sentimientos que al principio sentíamos el uno por
el otro, se transformarían en un odio silencioso que nos lleve posiblemente a
zaherirnos mutuamente recurriendo a sutilezas demasiado ruines. O, en el peor
de los casos, a una furia homicida. Sé
que todo esto tan desagradable no es muy lógico, y ni siquiera probable, pero, imagina
finalmente, que ese mínimo tanto por ciento de posibilidad, se hace realidad. Francamente, creo que estarás de acuerdo
conmigo que es mejor anular nuestra cita, aunque por mi lado te puedo asegurar
que casi no sudo.
Imaginemos, en
todo caso, puesto que siempre fuimos muy fantasiosos, que nunca nos hemos
conocido. A ambos nos sería de mucha ayuda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario