Llegados aquí, ya no vale andarse con zarandajas ni indefiniciones.
Nos conocemos hace lo suficiente para saber que, llegado el momento,
pues se sube uno a la Peña y a volar. Después de todo la caída libre
siempre fue una de mis grandes aficiones, y creo que pocas cosas hay más
bellas en este mundo que experimentar la fuerza de la gravedad y el
movimiento uniformemente acelerado. Tómatelo así, y esta vez sube tú,
debajo está el mar y ya desde niña te dijeron que eras esbelta como una
sirena. El que no sepas nadar es harina de otro costal, pero siempre hay
alguien que está al quite en los momentos más duros.
Me
reprochas que sea el hazmerreír del pueblo, y que los domingos, a las
horas de máxima concurrencia en los soportales, me dé por andar entre la
gente a grandes trancos, al tiempo que agito los brazos y meneo la
cabeza como una peonza. Y yo ahora, en plena posesión de mis facultades
mentales, te digo: ¿y a ti que más te da, si eso me relaja? ¿Preferirías
acaso que hubiera pasado una mañana tranquila en el cafetín, y que al
llegar a casa te hubiera tirado la comida a la cabeza, poseído por una
agitación que solo mi deambulación espasmódica alivia? Porque si se
trata de eso, dímelo claramente, ya sabes que yo por ti soy capaz de lo
que sea, aunque el asunto de la Peña lo veo ahora más indicado para ti,
como te he dicho, pues siendo como sabes un Johnny Weismuller, lanzarme
al abismo es para mí cosa de nada, y saldré nadando a mariposa para
envidia de la concurrencia.
Por lo que me dices, veo que no te
resulta suficiente que sea un profesor de Física y Química bien
considerado en el Instituto, y que nuestro hijo sienta por mí no solo
cariño, sino devoción. Por algo será, y creo que esa es razón
suficiente, para que no me atormentes recordándome como te humilla que
en el
pueblo se me empiece a conocer como “El Zancadas”. No creas
que a mí me resulta del todo indiferente que te pases las horas
muertas haciendo ganchillo y
punto de cruz, y te dediques a
hacerme jerseys hasta en verano. Y no te digo nada de esa chaladura de
hacerme unos patucos de lana para que no me acatarre en la cama, y otros
para las zapatillas caseras “no vayas a coger frío en los pies, que es
el peor”, como me repites, incapaz por una vez de soltar la aguja y
dedicarte, por ejemplo, a leer ¿O crees que no me molesta que cada dos
por tres ante cualquier tema que vemos en la televisión me preguntes “y
eso que es”? Resultante irritante, créeme, con la cantidad de tiempo que
has tenido para hacer una licenciatura como mínimo. En resumidas
cuentas, no me agobies, y permíteme mis desahogos de fin de semana, que
incluso como mero ejercicio físico me viene bien, amarrado como suelo
estar a la mesa de profesor o al encerado. Si tus amigas te comentan lo
extraño de mi comportamiento, déjalas a las pobres que tengan algo nuevo
de que hablar, incapaces también ellas de buscarse otros
entretenimientos, siendo la vida hogareña lo aburrida que nosotros ya
sabemos y aceptamos como el sino que nos ha tocado vivir.
No me
importaría, de verdad, que por tu parte iniciaras algún tipo de
actividad que trajera a nuestro ambiente una novedad significativa, un
aire nuevo. Échate novio por ejemplo, y pasea con él por los soportales,
mientras yo, a mi vez, lo hago con insistencia por el mismo lugar sin
respetar los cánones habituales. Al cruzarnos, podríamos incluso
saludarnos, aunque por mi parte, te prevengo que lo haría de una forma
un tanto irregular, dada mi agitación. Después podemos reunirnos en el
bar de la esquina, o veniros los tres a comer a casa. A la hora de la
siesta prometo ser discreto, y si es preciso, os dejo solos y salgo a la
calle a practicar un poco más mientras hago la digestión. También
podríais iros hasta la Peña y enseñarle tus nuevas habilidades aéreas,
en las que él podría participar. Al llegar de vuelta a casa tendría la
sensación de haberme cargado dos pájaros de un tiro. Y con las manos en
los bolsillos.
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