martes, 17 de mayo de 2016

SOPORTALES

Llegados aquí, ya no vale andarse con zarandajas ni indefiniciones. Nos conocemos hace lo suficiente para saber que, llegado el momento, pues se sube uno a la Peña y a volar. Después de todo la caída libre siempre fue una de mis grandes aficiones, y creo que pocas cosas hay más bellas en este mundo que experimentar la fuerza de la gravedad y el movimiento uniformemente acelerado. Tómatelo así, y esta vez sube tú, debajo está el mar y ya desde niña te dijeron que eras esbelta como una sirena. El que no sepas nadar es harina de otro costal, pero siempre hay alguien que está al quite en los momentos más duros.
Me reprochas que sea el hazmerreír del pueblo, y que los domingos, a las horas de máxima concurrencia en los soportales, me dé por andar entre la gente a grandes trancos, al tiempo que agito los brazos y meneo la cabeza como una peonza. Y yo ahora, en plena posesión de mis facultades mentales, te digo: ¿y a ti que más te da, si eso me relaja? ¿Preferirías acaso que hubiera pasado una mañana tranquila en el cafetín, y que al llegar a casa te hubiera tirado la comida a la cabeza, poseído por una agitación que solo mi deambulación espasmódica alivia? Porque si se trata de eso, dímelo claramente, ya sabes que yo por ti soy capaz de lo que sea, aunque el asunto de la Peña lo veo ahora más indicado para ti, como te he dicho, pues siendo como sabes un Johnny Weismuller, lanzarme al abismo es para mí cosa de nada, y saldré nadando a mariposa para envidia de la concurrencia.
Por lo que me dices, veo que no te resulta suficiente que sea un profesor de Física y Química bien considerado en el Instituto, y que nuestro hijo sienta por mí no solo cariño, sino devoción. Por algo será, y creo que esa es razón suficiente, para que no me atormentes recordándome como te humilla que en el
pueblo se me empiece a conocer como “El Zancadas”. No creas que a mí me resulta del todo indiferente que te pases las horas muertas haciendo ganchillo y
punto de cruz, y te dediques a hacerme jerseys hasta en verano. Y no te digo nada de esa chaladura de hacerme unos patucos de lana para que no me acatarre en la cama, y otros para las zapatillas caseras “no vayas a coger frío en los pies, que es el peor”, como me repites, incapaz por una vez de soltar la aguja y dedicarte, por ejemplo, a leer ¿O crees que no me molesta que cada dos por tres ante cualquier tema que vemos en la televisión me preguntes “y eso que es”? Resultante irritante, créeme, con la cantidad de tiempo que has tenido para hacer una licenciatura como mínimo. En resumidas cuentas, no me agobies, y permíteme mis desahogos de fin de semana, que incluso como mero ejercicio físico me viene bien, amarrado como suelo estar a la mesa de profesor o al encerado. Si tus amigas te comentan lo extraño de mi comportamiento, déjalas a las pobres que tengan algo nuevo de que hablar, incapaces también ellas de buscarse otros entretenimientos, siendo la vida hogareña lo aburrida que nosotros ya sabemos y aceptamos como el sino que nos ha tocado vivir.
No me importaría, de verdad, que por tu parte iniciaras algún tipo de actividad que trajera a nuestro ambiente una novedad significativa, un aire nuevo. Échate novio por ejemplo, y pasea con él por los soportales, mientras yo, a mi vez, lo hago con insistencia por el mismo lugar sin respetar los cánones habituales. Al cruzarnos, podríamos incluso saludarnos, aunque por mi parte, te prevengo que lo haría de una forma un tanto irregular, dada mi agitación. Después podemos reunirnos en el bar de la esquina, o veniros los tres a comer a casa. A la hora de la siesta prometo ser discreto, y si es preciso, os dejo solos y salgo a la calle a practicar un poco más mientras hago la digestión. También podríais iros hasta la Peña y enseñarle tus nuevas habilidades aéreas, en las que él podría participar. Al llegar de vuelta a casa tendría la sensación de haberme cargado dos pájaros de un tiro. Y con las manos en los bolsillos.

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