La ofuscación
produce con frecuencia en Horacio cambios súbitos de humor y contradicciones,
que le sumergen en estados preocupantes para sus familiares próximos. Está
comiendo, por ejemplo, e inopinadamente inicia discursos que no vienen al caso, peroratas inconexas y destempladas que en
algunas ocasiones acompaña con gran aparato locomotor y aspavientos peligrosos,
que hacen peligrar la integridad del mobiliario y las personas cercanas. Aunque
lo sorprendente no es el contenido de lo que dice, sino su inoportunidad y
efectos secundarios. Por poner otro ejemplo, si en algún momento le da por
hacer una síntesis de la crisis económica, sus argumentos son todos razonables
y de peso, mas allá de que uno mismo no
los comparta y tal hecho se produzca en medio de un partido de tenis. O, por
poner un ejemplo final, supongamos que se celebra una comida familiar por el
cumpleaños de uno de los niños de la
casa, y que Horacio se levante y suelte una perorata sobre ese tema, su interrupción será solo inadecuada en la
medida que no se la esperaba en ese instante,
aunque hubiera sido bien vista poco después, a la hora del café, cuando los mayores se
quedan solos, y los chicos continúan la
celebración en otro lugar. Pero es precisamente eso lo que él no sabe calibrar, se diría que se comporta como el disco duro
de un ordenador que no responde a las peticiones del usuario, sino que irrumpe súbitamente descargando
contenidos que no son del caso, como si al bajarse una película de Murnau, nos enviara en formato word el Manifiesto
Comunista y varias apostillas de Gramsci.
Este
comportamiento sorprende grandemente a la familia, que se lo hace saber de
inmediato, provocando en Gumersindo una
fuerte crispación, pues él solo es consciente del contenido de su discurso, y
no de la conveniencia o no del mismo en esos momentos. Sería natural que el
niño homenajeado, no comprendiendo lo
que sucede, sufriera un ataque repentino de llantina, unas lágrimas dolientes ante
la incomprensión del orador que, irritado, abandonaría el salón entre muestras
evidentes de enfado. Sin embargo, es posible que regresara al rato con una gran
tarta y caramelos almendrados para el postre, cuando el comedor ya se hubiera
vaciado y los adultos, sentados de sobremesa, escucharían de buen grado sus
opiniones sobre la grave situación de las finanzas internacionales. Su reacción
ante la ausencia de los chicos puede ser imprevisible, pues lo mismo puede arrojar el pastel y las
golosinas por los aires, como sentarse contrito,
comprendiendo que algo no encaja, y depositando su edulcorada carga
sobre la mesa del comedor con total parsimonia e incorporándose a la
conversación tranquilamente, aunque sin
pronunciar palabra. Por lo demás, este
hombre de mediana edad, suele tener un comportamiento ejemplar, pues si no hubiera sido así difícilmente
hubiera sido admitido en casa de su hermano y su cuñada cuando tiempo atrás las
cosas vinieron mal dadas. Tiene sus rarezas, es cierto, pues es una persona
excesivamente introvertida que se pasa el día leyendo los periódicos y a los
novelistas rusos del diecinueve, a los que vuelve una y otra vez, pues para él, excepto ellos y los clásicos
griegos, nada se ha escrito que merezca
la pena. Su familia y su hermano en especial empiezan, sin embargo, a estar
cansados de su presencia. Temen que acabe influenciando negativamente a los
chicos, o que sus originalidades deriven hacia algo peor que lo conduzca a un
trastorno definitivo, con el peligro que
tal cosa podría suponer para los jóvenes. Por eso, a pesar de ser todavía un hombre de solo
cincuenta años, su hermano ha comenzado
a leer la publicidad que ha visto en determinadas publicaciones para gente con
trastornos de comportamiento. Le duele porque es su hermano mayor, pero piensa que llegado a cierto punto más
vale tomar alguna medida y no quedarse cruzado a la espera de que ocurra alguna
desgracia. Piensa que, después de todo, es probable que los otros internos y la
dirección del Centro acaben agradeciendo su presencia y valoren su oratoria,
que les tendrá al corriente de no pocos temas de interés general, e incluso de
otros más específicos, que podrían amenizar la larga espera que este tipo de
personas deben soportar antes de que les sirvan la cena y se acuesten.
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