Sé que soy poco original, mi querido
amigo, y que mis paseos nocturnos a lo largo del pasillo de mi casa, se han
convertido para ti casi en una pesadilla, en la que insisto con demasiada
frecuencia. Cada cual tenemos nuestras manías, dirás tú, pero a pesar de tu
indulgencia leyéndome, no creo que tengamos que molestar a nuestros seres
queridos ni a nuestros amigos más próximos con un ritornello que puede acabar
desquiciándoles. Pero, aunque no quiero ser pesado, te diré que esta modalidad
de deambulación a altas horas de la noche, me hace ser consciente de las
maravillas que se ocultan en nuestros propios domicilios, y que ignoramos por
desidia ó por nuestra incapacidad habitual para la contemplación, debida a la
contaminación lumínica y acústica.
Anoche, sin ir más lejos, y urgido
por una necesidad perentoria, me levanté
y decidí pasear como vengo haciendo habitualmente en ese lugar de mi casa, que
más allá de facilitar mi tránsito de unas habitaciones a otras, se está
convirtiendo en una especie de tranvía que me pasea por rincones ocultos de mi
geografía doméstica, y me brinda la oportunidad de descubrir no solo
estructuras físicas que pasan desapercibidas de día, sino paisajes interiores
no accesibles sin una puesta en escena adecuada. Y te digo esto, sabiéndote
conocedor de mi alergia a los artificios. Lo recorrí durante media hora, a
razón aproximadamente de seis vueltas completas por minuto, lo que teniendo en
cuenta que su longitud es de aproximadamente diez metros, supone andar a buen
paso, guiándome exclusivamente por la semipenumbra creada por una lámpara de
pié, regalo de mis padres, en el salón. Pude captar en esos momentos
luminiscencias y brillos, sólo posibles por el ángulo con el que incidía en los
objetos la luz de la bombilla, y lo que
es más, en el silencio casi sepulcral de la noche, pude percibir sonidos
procedentes de lugares que aún ahora me resultan ajenos, pues aunque emprendí
una búsqueda exhaustiva de su lugar de emisión, todo fue en vano. Se trataba en
algunas ocasiones de ruidos apagados y en otras de chasquidos apenas
perceptibles, que, sin embargo, parecían acompasarse con el tic-tac alocado del
segundero del reloj de pared. Era como si entre ellos hubieran establecido una pauta,
tratando de crear una melodía que al cabo de un rato, justo antes de volver a
acostarme, casi fue capaz de tararear. Ruidos de origen desconocido, casi
susurros, que tengo la firme convicción de provenir del exterior, y no me
atrevo a afirmar que sobrenaturales, porque sabes mi incapacidad para aceptar
la metafísica. Pero como creo que te dije más arriba, no solo se trataba de
percepciones físicas, ni siquiera extrasensoriales, sino de certezas que uno
parece adquirir en esos momentos, que en mi caso no deben de estar muy alejados
de la pura iluminación mística. Me percibo en esos momentos como un ser
prácticamente inmaterial, que para nada sería afectado por una descarga de
revolver a bocajarro, como si mi cuerpo se hubiera desprendido de su materialidad,
y hubiera alcanzado un estado que, por decir algo aproximado, podría definirse
como cuántico.
Mi mente o lo que pueda entonces
denominarse como tal, cobra una clarividencia que me hace imaginar las
maravillosas metamorfosis de Don Juan en sus viajes a Itxlán, pero sin ayuda
del mescalito ó el peyote, como si la pura atmósfera que me rodea fuera artífice
de tal maravilla. Veo peces abisales transparentes deslizándose ante mí, en los
que puedo contar las protuberancias de su espina dorsal, y otros luminescentes
que se adentran en las habitaciones y desaparecen, dejando tras de sí durante
unos segundos un destello de luz, como si fueran electrones cambiando de órbita
alrededor del núcleo de un átomo. Son momentos a los que tengo acceso sin
pretenderlo, como si fuera un objeto pasivo alcanzado por mundos remotos que,
ahora lo sé, nos acompañan a todas horas a pesar de nuestra ignorancia. Me
siento por momentos inquieto, y me entran unas ganas furibundas de desafiar al
Creador ó quien se trate, pues tengo la impresión de haberme hecho con las
llaves del misterio. Puedo, si lo deseo, retarle, y decirle a la cara: hasta
aquí ha llegado tu poder. No quiero ser una marioneta de nadie, y a veces
siento que nuestra vida sólo se trata de un juego que alguien juega por
nosotros, sabedor de nuestra incapacidad para zafarnos. Lo que no imaginó es
que, en un rapto de lucidez, pueda acercarme a la cocina y con un cuchillo
embellezca la noche abriéndome las venas y ofreciendo mi sangre al Dios de los
aztecas. Un homenaje, sí, a su Ser Incognoscible, pero también una venganza que
le haga ver que puedo decir no al hálito que pretendidamente me prestó.
Pero no quiero asustarte, sabes que
soy una persona equilibrada y que, independientemente de mis promenades
nocturnas, tengo amores, responsabilidades y aficiones que me hacen vivir a la
luz del día si no con entusiasmo, sí con una satisfacción más que apreciable.
Te contestaré a vuelta de correo a tu mensaje, que espero que no tarde en
llegarme. De todas maneras, si ocurriera alguna novedad reseñable durante mis
paseos, te lo comunicaré de inmediato. Quiero que participes conmigo en estos
descubrimientos nocturnos, y que, si acaso, me des nuevas ideas con la certeza
de que si son de utilidad las pondré en práctica de inmediato. De todas
maneras, se me acaba de ocurrir que quizás quieras compartir conmigo esta
experiencia, pero vivimos en ciudades diferentes y tampoco es cuestión que cojas
el coche en plena noche para venir a verme. Prueba tú por tu lado, quien sabe
si no se trata de un fenómeno individual, sino de una experiencia colectiva que
podemos compartir las almas sutiles.
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