viernes, 27 de mayo de 2016

PROMENADES



Sé que soy poco original, mi querido amigo, y que mis paseos nocturnos a lo largo del pasillo de mi casa, se han convertido para ti casi en una pesadilla, en la que insisto con demasiada frecuencia. Cada cual tenemos nuestras manías, dirás tú, pero a pesar de tu indulgencia leyéndome, no creo que tengamos que molestar a nuestros seres queridos ni a nuestros amigos más próximos con un ritornello que puede acabar desquiciándoles. Pero, aunque no quiero ser pesado, te diré que esta modalidad de deambulación a altas horas de la noche, me hace ser consciente de las maravillas que se ocultan en nuestros propios domicilios, y que ignoramos por desidia ó por nuestra incapacidad habitual para la contemplación, debida a la contaminación lumínica y acústica.
Anoche, sin ir más lejos, y urgido por  una necesidad perentoria, me levanté y decidí pasear como vengo haciendo habitualmente en ese lugar de mi casa, que más allá de facilitar mi tránsito de unas habitaciones a otras, se está convirtiendo en una especie de tranvía que me pasea por rincones ocultos de mi geografía doméstica, y me brinda la oportunidad de descubrir no solo estructuras físicas que pasan desapercibidas de día, sino paisajes interiores no accesibles sin una puesta en escena adecuada. Y te digo esto, sabiéndote conocedor de mi alergia a los artificios. Lo recorrí durante media hora, a razón aproximadamente de seis vueltas completas por minuto, lo que teniendo en cuenta que su longitud es de aproximadamente diez metros, supone andar a buen paso, guiándome exclusivamente por la semipenumbra creada por una lámpara de pié, regalo de mis padres, en el salón. Pude captar en esos momentos luminiscencias y brillos, sólo posibles por el ángulo con el que incidía en los objetos la luz de la bombilla, y lo  que es más, en el silencio casi sepulcral de la noche, pude percibir sonidos procedentes de lugares que aún ahora me resultan ajenos, pues aunque emprendí una búsqueda exhaustiva de su lugar de emisión, todo fue en vano. Se trataba en algunas ocasiones de ruidos apagados y en otras de chasquidos apenas perceptibles, que, sin embargo, parecían acompasarse con el tic-tac alocado del segundero del reloj de pared. Era como si entre ellos hubieran establecido una pauta, tratando de crear una melodía que al cabo de un rato, justo antes de volver a acostarme, casi fue capaz de tararear. Ruidos de origen desconocido, casi susurros, que tengo la firme convicción de provenir del exterior, y no me atrevo a afirmar que sobrenaturales, porque sabes mi incapacidad para aceptar la metafísica. Pero como creo que te dije más arriba, no solo se trataba de percepciones físicas, ni siquiera extrasensoriales, sino de certezas que uno parece adquirir en esos momentos, que en mi caso no deben de estar muy alejados de la pura iluminación mística. Me percibo en esos momentos como un ser prácticamente inmaterial, que para nada sería afectado por una descarga de revolver a bocajarro, como si mi cuerpo se hubiera desprendido de su materialidad, y hubiera alcanzado un estado que, por decir algo aproximado, podría definirse como cuántico.
Mi mente o lo que pueda entonces denominarse como tal, cobra una clarividencia que me hace imaginar las maravillosas metamorfosis de Don Juan en sus viajes a Itxlán, pero sin ayuda del mescalito ó el peyote, como si la pura atmósfera que me rodea fuera artífice de tal maravilla. Veo peces abisales transparentes deslizándose ante mí, en los que puedo contar las protuberancias de su espina dorsal, y otros luminescentes que se adentran en las habitaciones y desaparecen, dejando tras de sí durante unos segundos un destello de luz, como si fueran electrones cambiando de órbita alrededor del núcleo de un átomo. Son momentos a los que tengo acceso sin pretenderlo, como si fuera un objeto pasivo alcanzado por mundos remotos que, ahora lo sé, nos acompañan a todas horas a pesar de nuestra ignorancia. Me siento por momentos inquieto, y me entran unas ganas furibundas de desafiar al Creador ó quien se trate, pues tengo la impresión de haberme hecho con las llaves del misterio. Puedo, si lo deseo, retarle, y decirle a la cara: hasta aquí ha llegado tu poder. No quiero ser una marioneta de nadie, y a veces siento que nuestra vida sólo se trata de un juego que alguien juega por nosotros, sabedor de nuestra incapacidad para zafarnos. Lo que no imaginó es que, en un rapto de lucidez, pueda acercarme a la cocina y con un cuchillo embellezca la noche abriéndome las venas y ofreciendo mi sangre al Dios de los aztecas. Un homenaje, sí, a su Ser Incognoscible, pero también una venganza que le haga ver que puedo decir no al hálito que pretendidamente me prestó.
Pero no quiero asustarte, sabes que soy una persona equilibrada y que, independientemente de mis promenades nocturnas, tengo amores, responsabilidades y aficiones que me hacen vivir a la luz del día si no con entusiasmo, sí con una satisfacción más que apreciable. Te contestaré a vuelta de correo a tu mensaje, que espero que no tarde en llegarme. De todas maneras, si ocurriera alguna novedad reseñable durante mis paseos, te lo comunicaré de inmediato. Quiero que participes conmigo en estos descubrimientos nocturnos, y que, si acaso, me des nuevas ideas con la certeza de que si son de utilidad las pondré en práctica de inmediato. De todas maneras, se me acaba de ocurrir que quizás quieras compartir conmigo esta experiencia, pero vivimos en ciudades diferentes y tampoco es cuestión que cojas el coche en plena noche para venir a verme. Prueba tú por tu lado, quien sabe si no se trata de un fenómeno individual, sino de una experiencia colectiva que podemos compartir las almas sutiles.

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