martes, 31 de mayo de 2016

AUTOBIOGRAFÍAS (capitulo 39)



Queridos hijos, no sabéis lo contento que me he puesto al recibir hoy, aunque sea con retraso, vuestro regalo de Navidad. No podía esperar nada mejor ni se os podía haber ocurrido algo más a propósito. La silla de ruedas motorizada que me habéis hecho llegar a la Residencia a través de El Corte Inglés, colma mis sueños, teniendo en cuenta que mi gran afición a la lectura puedo darla por finiquitada, pues tengo ya demasiadas dioptrías o lo que sea, como para intentar ver algo más que sombras y bultos. No os podéis imaginar con la emoción que Sor Amalia me dijo que mis hijos se habían acordado de mí a pesar de estar tan lejos, y me habían enviado un regalo maravilloso. Es en verdad una máquina estupenda, con capacidad de giro en ángulos muy cerrados, y propulsada por un motorcito eléctrico con dos horas de autonomía, que pienso aprovechar para ir a pasear a lo largo de la acera y por el parque cercano. Aunque no os lo creáis, me ha hecho igual ilusión que el primer coche, ya ni me acuerdo cuando. Además, tiene una serie de mandos muy bien colocados y fáciles de manejar, con los cuales puede conducir el trasto con toda tranquilidad. Incluso puedo mover el asiento y adaptarlo a diferentes posturas, pero sobre todo está muy bien acolchado, y es estupendo para mis nalgas, pues con el que hasta ahora me dejaban las monjitas, os confesaré que tenía el trasero hecho cisco, con llagas incluidas. Sabía que no me olvidaríais y que aunque estéis en Japón y Australia y nos veamos poco, adivinarías mis necesidades. Aunque pueda pareceros pesado, no sabéis realmente como cada mañana me echo encima del aparato y evoluciono a todo meter por los pasillos de la Residencia, que incluso Sor Caridad me ha dicho que tenga cuidado y conduzca con más prudencia, pues hay otros más impedidos que yo, y me los puedo llevar por delante. Después de desayunar nos reúnen en un salón grande que llaman Sala de Rezos, debe ser porque por la tarde a veces viene una de las monjas y nos liamos a avemarías, y un cura nos habla del momento tan importante de nuestras vidas, todas tan fecundas, dice, y como ahora debemos prepararnos para ver pronto la Faz del Señor. Yo como sabéis no me creo nada de esas paparruchas, y me paso el rato contemplando el panorama y moviéndome inquieto sobre mi máquina, dispuesto a salir zumbando en cuanto aquel individuo diga amén. Yo creo que a lo largo del tiempo que llevo aquí, ha ido cogiéndome cierta inquina, porque se ha dado cuenta que no pongo cara de bobo como los demás, y cuando no estoy de acuerdo con algo de lo que dice carraspeo con el único objetivo que comprenda que aquí no todos nos chupamos el dedo, y que si fuera por mí su Negocio se venía abajo, que ya está bien de zarandajas. Pero no me hago mala sangre, y veo que a muchos les vienen bien sus paparruchadas; el otro día incluso una señora Asunción, que tiene una artrosis galopante, se pudo poner en pie y dar unos pasos exclamando “¡milagro, milagro!”, con gran alboroto del personal. Bueno, hijos, que tampoco quiero daros la lata con mis cosas. Aquí estoy bien y las monjitas son simpáticas y buenas personas, que cualquier día de estos voy a misa, solo para demostrárselo, además en la iglesia hay buen ambiente. ¡Y reparten hostias gratis! Es una broma, ya sabéis que vuestro padre siempre tuvo un humor un poco ácido y fue siempre bastante irrespetuoso. Acordaros de mí antes de la próxima Navidad, aunque ya sé que estáis muy ocupados. Dentro de un momento me voy con mi bólido al Parque, donde puedo hacer auténticas diabluras con él, además el suelo es de gravilla y si me estampo no hay problema. Malo será que no acabe de cabeza en un seto. Un fuerte abrazo de papá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario