martes, 10 de diciembre de 2019

Parálisis


Mamá es especial, qué duda cabe. E incluso puedo decir que lo cierto es que no solo lo sea algunas veces, sino siempre. Sin ir más lejos, recuerdo que cuando cumplió cincuenta años (yo tenía entonces alrededor de veinte y papá ya había fallecido) decidió que a partir de ese momento iba a desplazarse a todos sitios en silla de ruedas (por el interior de nuestra casa también, ojo). Como soy hija única y no teníamos dinero para contratar a una mucama,  yo tuve que hacerme cargo de  la situación que tal hecho originó. Es decir: ser la esclava de mamá a todas horas. Y cuando digo toda quiero decir toda, no casi toda, porque de la noche a la mañana comenzó a comportarse como una verdadera impedida. Y además con múltiples achaques  que se inventaba de un día para otro. Como es natural, tuve que abandonar mis estudios en la universidad e incluso a mis amistades, que no soportaron demasiado tiempo venir a casa para verme, porque habitualmente acaba empleándolas en alguna de las miles de faenas que mamá me ordenaba. De hecho, me había confeccionado una especie de hoja de ruta, que yo debía cumplir escrupulosamente si no quería quedarme sin la paga para atender mínimamente a mis necesidades alimenticias y de aseo.
       Como bien puede suponerse, los ratos menos agradable son aquellos en los que mamá tiene que hacer sus cosas, y no creo que aquí tenga que ser más explícita, pues creo que están en la mente de todos. Además, tengo el convencimiento de que realmente no necesita realmente ir al baño tantas veces al día. E incluso alguna que otra vez por la noche, para lo cual ha hecho instalar un chivato en mi mesilla, y me llama cada vez que se le antoja venga o no a cuento, sin considerar la hora que sea. Y por si me despisto o me hago la remolona, también ha instalado un timbre, ante el cual no hay disculpa posible teniendo en cuenta que no soy sorda.
                      Algunas tardes cuando se cansa de la televisión, tengo que leerla ciertas novelas románticas de su época, historias de matrimonios frustrados e hijos problemáticos principalmente, de las que con frecuencia comenta cómo le recuerdan a su propia vida y a la mía en particular: ambas un fracaso total. Y la muy desgraciada, y perdona que aquí me explaye un poco, ha terminado tratándome como a una verdadera esclava: haz esto, haz lo otro, ven para aquí, vete para allá. Un sin vivir que solo soporto por el amor que le tengo desde niña, precisamente desde el día de la Primera Comunión, en el que prometí ser buena durante toda mi vida, especialmente con mis papás. Y cuando digo papás, que no se me malinterprete, pues yo a mi padre apenas le conocí. Era un tipo que sí, que vivía con nosotras, pero que nos trataba como  a unas extrañas. A mamá de usted y a mí prácticamente no me dirigía la palabra, y si lo hacía  era para llamarme “la niña”, sin más. Al parecer, para él yo no tenía un nombre que me identificara. Claro que aquí debo sincerarme y decir que la caída que tuvo desde el balcón de casa que le costó la vida fue bastante menos casual de lo que pareció. Creo que me explico.
       Mamá nunca abandonó la sillita, y seguramente por eso la verdad es que ahora está bastante deteriorada. Su inmovilidad voluntaria ha acabado produciéndola una verdadera parálisis, agravando las consecuencias  en los cuidados que debo prodigarla. Afortunadamente no descarto que el día menos  pensado acabe teniendo una desgracia parecida a la de papá.  El balcón sigue estando en perfecta condiciones, pero nunca se sabe.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Instrucciones para ser


Usted tiene la impresión de ser, de eso estoy convencido, aunque al parecer las cosas no son tan evidentes según los filósofos que se ocupan del tema. Se trata sin ninguna duda de una conciencia que toma como referencia nuestro cuerpo o nuestra mente y sus procesos. Soy en la medida que me percibo por cualquiera de mis cinco sentidos y además por una reflexión capaz de identificarme aún privado de aquellos. Una vaca, valga el ejemplo, no es tan evidente que tenga conciencia de si misma, aunque esté claro que se va  a quejar si la vareamos con un palo o le jalamos de las ubres a deshora. El ser es el objeto de una rama de la filosofía llamada ontología, que trata de aproximarse a ese concepto al parecer tan huidizo. Soy en la medida que me identifico como diferente a lo que me rodea, y por lo tanto y de alguna manera, soy en cuanto me siento alienado del mundo o al menos diferente. Solo dejando de ser parte integrante de un todo puedo definirme. Claro que quizás esta primera aproximación a la esencia del ser solo constituya una parte del mismo. Un animal, por ejemplo, también tiene conciencia de la diferencia en la medida que al seguir sus instintos es capaz de diferenciar lo que le rodea para sobrevivir. En ese sentido, por ejemplo, un león de alguna manera sabe que un ñu es comestible, pero que una piedra no lo es.
Debemos pues buscar otras referencias que identifiquen al ser en cuanto tal, y que en esa medida no necesite del exterior para definirse. En este sentido ha habido pensadores que han hecho referencia a un numen total que informa a todo lo existente, algo más allá del alma cristiana que se limita a ubicarlo en exclusiva en los seres humanos. Y aquí podemos hacer referencia a los filósofos existencialistas, empezando por Heidegger y su dasein y continuando con Sartre y su ser-en sí y su ser para-sí, que el lector encontrará en cualquier tratado elemental de filosofía o en wikipedia si se conforma con menos.
En cualquier caso, a pesar de lo dicho, resulta evidente que el ser no tendría demasiado sentido sin que quien pueda detectarlo, posea los instrumentos para hacerlo, es decir los sentidos (aunque más arriba se señaló la posibilidad de una mente descorporeizada, es difícil siquiera llegar a imaginarla sin su correspondiente cerebro). Por lo tanto, como ya se ha dicho, somos en la medida que nos diferenciamos. El mundo está ahí afuera, pero solo si podemos captarlo tiene sentido, y esto nos remitiría a Berkeley a quien de nuevo remito al lector curioso que quiera enterarse y verificar por otro lado que los curas (Berkeley llegó a obispo) se dedican a algo más que a predicar y decir misa.
           Y precisamente esta capacidad humana de aprehensión de lo externo a través de sus sentidos, nos pone en relación con el problema de la identidad, también mencionado más arriba de pasada. Si, por poner un ejemplo, me encuentro al lado de una fuente de chorro y soy consciente del agua elevándose y cayendo de nuevo con cierto estruendo, soy consciente de mi mismo en la medida en que me percibo diferente de la misma. Ahí está la fuente y aquí estoy yo, entidades claramente diferenciadas. Pero claro, siendo esto así, no puedo obviar el hecho, a poco que tenga una cierta capacidad de concentración, que cuanto más sea consciente a través de mis sentidos del la existencia de la fuente y los fenómenos que produce, más yo mismo me voy convirtiendo  en fuente. Hasta tal punto que en cierto momento, si mi concentración es máxima, puedo perder la conciencia de mí como algo diferenciado, y yo mismo sea la fuente. Esto no es nada nuevo sino algo ya enunciado hace siglos por la sabiduría oriental del yoga y el zen (*). Claro que aquí podría añadirse que tal encanto podría romperse en el instante que por una cuestión meramente mecánica, el agua al golpear en su caída sobre una superficie, me salpique y me haga consciente de mi diferencia.

Resumen de estas instrucciones: acérquese a las fuentes o aléjese de las mismas a voluntad, según lo que usted pretenda.
(*) Otros ejemplos: el arquero y la flecha, el jinete y su caballo, el motorista y la moto, etcétera. Cojones, a ver si estudiamos.

Otro día: Conferencia sobre la diferencia entre el ser y el ente. Lugar: salón de actos de  la Residencia psiquiátrica de Ciempozuelos (Madrid). Plazas limitadas.

Instrucciones para tocar la flauta


La flauta, como todo el mundo sabe, es un instrumento musical que figura en todas las orquestas el mundo y que por lo tanto ha colaborado al éxito de innumerables sinfonías, conciertos y sonatas, etc… de los compositores más famosos. Es unos de los más pequeños, aunque admite diversos tamaños en función del tipo al que pertenezca. Pues esa es otra de sus características, los hay de diversas formas y volúmenes. Que yo sepa existen al menos cuatro: la flauta de pico, la dulce, la traversera y el flautín (o pícolo). No obstante, su tamaño no debe confundirnos, pues incluso de la menor de ellas, (mencionada en último lugar), hay conciertos completos. Como norma general, este instrumento goza de una merecida fama de ser uno de los elementos de la orquesta que sirve para introducir un componente lírico o amoroso como contrapunto a otros más aparatosos e incluso épicos de los instrumentos de mayor envergadura. En su cometido dentro de su especialidad, le acompañan con frecuencia el fagot, el oboe y el violín.
    En cualquier caso, para lo que aquí interesa no vamos a meternos en tecnicismos sobre la flauta que el interesado podrá encontrar sin muchas dificultades en gran cantidad de libros sobre música. La flauta, eso sí se puede decir sin caer en ninguna pedantería técnica, es por su sencillez, uno de los instrumento más antiguos utilizados por el hombre después, sin duda, de la percusión, para la que el hombre primitivo solo tuvo que aporrear lo primero que tuviera a mano, aunque desde luego  obtendría un sonido menos elaborado y sutil que el de la flauta. En resumidas cuentas y simplificando, la percusión no se diferencia demasiado, del famosos tan-tan, los tambores de la selva de los que se servían los pueblos primitivos para comunicarse golpeando sobre la madera o la piel curtida de algunos animales (y que se vea esto como ningún desprecio a tal actividad por la sencillez de su técnica). La flauta seguramente surgió como una prolongación de la capacidad humana para hablar y emitir diferentes tipos de ruidos, y específicamente de su capacidad para silbar. Y quien sabe si por su necesidad de imitar a los pájaros y sus simples o maravillosos trinos según la especie. De hecho, tan famosos es el instrumento al que nos venimos refiriendo y tal es su parecido con el sonido emitido por algunos pájaros, que incluso a uno de ellos se le llama el canario-flauta. Aquí, no está de más hacer un inciso y mencionar a un compositor francés, tan entusiasmado en su día con el canto de los pájaros que llegó a hacer una composición musical con tal nombre. Se llamaba Olivier Messiaen, al que su entusiasmo con tales sonidos le llevo a hacerse ornitólogo. Curiosa y sorprendentemente  el autor casi no empleó la flauta, a pesar de lo a nosotros pudiera sugerirnos a priori, pues para ella se sirvió del xilofón, la trompa y algunos instrumentos autóctonos de las regiones en las que habitaban los pájaros, además de frecuentes intervenciones de los metales e instrumentos de viento o percusión. E incluso la celesta.

Peplum


Porqué una persona entrada en años puede inopinadamente querer convertirse en Marco Vipsano Agripa, político y general a las órdenes del emperador César Augusto, es algo que él mismo no puede establecer. Si acaso columbrar que podría deberse a los azarosos e inquietantes juegos de las sinapsis neuronales de su cerebro, hállese este en calma o en plena ebullición. Y tal cosa puede darse en una bonita tarde de verano en la costa del mar Adriático, o durante un insomnio de una devastadora noche de tormenta en las proximidades del Círculo Polar Ártico. Digamos Rovaniemi. Y que conste que ninguna de ambas posibilidades se dan en mi persona, que soy quien desea en convertirse en Agripa, y que vive en un modesto apartamento del distrito de Hortaleza en la ciudad de Madrid, capital de todas las Españas (tenida por algunos escritores extintos por un mero poblachón manchego).
          Pues bien, tal es mi caso, como acabo de confesar. Llevado no sé cómo por mis derivas intelectuales de los últimos tiempos, pienso en la grandeza de una vida al mando de las legiones romanas en la época del Imperio, cuando este ya  expandía su poder desde Constantinopla a Galicia, a ojo de buen cubero, y el latín comenzaba a trenzar la urdimbre de las lenguas romances, como sabe todo el mundo que llegase a aprobar el bachillerato elemental en época de su Excelencia (sin comentarios, por favor). No se me escapa que tal deseo irrefrenable supondría en mi persona un cambio de actitud y vestimenta, que no sé hasta qué punto podría inquietar a mis vecinos, especialmente si tales hechos incluyeran el uso habitual de la espada y sus posibles consecuencias. Y me refiero lógicamente a mis vecinos del barrio de Hortaleza, zona por otro lado bastante pacífica del Noreste de la capital, si se exceptúan algunos incidentes menores causados sin duda por la creciente emigración de gente de color, dicho sea esto con el debido respeto a sus países de origen. Pero el hambre y la necesidad de charanga es lo que tienen en común.
            Ya imagino la cara de asombro de los madrileños al ver por sus calles o paseando a bordo de un utilitario al famoso general romano redivivo, que no oculta el orgullo de pertenecer a una estirpe procedente de Rómulo y remo, y por tanto de alguna forma amamantado por una loba siendo bebé. Un tipo para echarse a temblar, dirán algunos. Un tipo apto para ser internado en Ciempozuelos, dirán otros. Por mí que digan lo que quieran, siendo Agripa el famoso general de Octaviano, César Augusto, es suficiente, incluso teniendo que vestir en verano y en plena batalla una faldita plisada, antecedente sin duda del kilt escocés, por más que a estos -los escoceses- les cueste reconocerlo.
           Heme pues aquí dispuesto a asumir una personalidad que hasta estos momentos no era sino un vago recuerdo de mi adolescencia, cuando veía algunas películas de romanos, los famosos peplum de gloriosa memoria que por entonces se multiplicaban por doquier en los hoy extintos cines de barrio, cuando Robert Taylor y  Richard Burton eran mis héroes favoritos. ¡Ahí queda eso! me digo para mis adentros.

Pelos


Tengo problemas con la cabeza y no me refiero a los pelos, eso que conste de antemano y no induzca a conclusiones erróneas. Ni al cráneo que alberga mi cerebro (o lo que como tal funcione en su interior). Ese artefacto sorprendente que me hace llevar la vida que llevo: desagradable y pobre.  Inútil en resumidas cuentas, y que supongo origina los problemas a los que me he referido al empezar cuando dije “tengo problemas con la cabeza” ¿De qué otra cosa podría tratarse, una vez descartados los pelos?
        ¿Y qué quiere que yo le haga?  Podría usted responderme y tendría toda la razón, siempre que tal cosa no supusiera ignorar que con frecuencia toda aseveración lleva un problema implícito solapadamente. O incluso una súplica, como es el caso:   “haga usted el favor de poner todo de su parte para aliviar mi situación”. Dicho esto, queda claro que, en resumidas cuentas, lo que le hago llegar es una petición de auxilio consistente en:
a)      Quíteme usted estos problemas de la cabeza (que no son los pelos).
b)     Arrégleme ese mecanismo deficiente en mi cerebro que me causa esta tortura.
c)      Etcétera.
  Teniendo lo anterior en cuenta, ya puede usted ponerse manos a la obra, y no me venga con disculpas, pues en tal caso mi cerebro seguirá funcionando al bies, o como quiera que se diga al mero hecho de hacerlo defectuosamente. Mire usted, mi cabeza o lo que hay en su interior -si es que hay algo, y desde luego no son los pelos- se obstina en funcionar por su cuenta y hacer todo lo contrario, o casi, de lo que en el fondo de mí mismo (y no me pregunte cual) desearía. Si es una hora decente, pongamos  que las dos de la tarde, en la que el común de la gente se pone a comer, algo me ordena salir al campo a buscar grillos (*) o a iniciar una peligrosa ascensión por los riscos tan abundantes en este remoto lugar.
         Mi vida por lo tanto es un martirio sin sentido, pues a pesar de lo anterior, no tiene nada del heroísmo de los seres virtuosos ni del ascetismo de los anacoretas medievales, valga la equiparación. Ellos después de todo solo emprendían acciones teleológicas y en absoluto absurdas o redundantes, como es mi caso. Espero que al terminar esta carta tenga ya usted varias ideas que puedan servirme para abandonar esta vida lamentable. Ideas que por otro lado no tienen que ser estrictamente tales, con una estructura coherente quiero decir, sino incluso absurdas y fuera de toda lógica. Ocurrencias o salidas de pata de banco, incluidas. Dedicarme de ahora en adelante al puenting o a la aerostación en cualquiera de los variantes al uso, descartando el vuelo sin motor, pero no teniendo nada que objetar al prestigioso zeppelín. No digo lo mismo del ala delta o el parapente: son otra cosa. Y no me pregunté el por qué.
       Y lo dejo aquí. Está usted advertido: ando mal de la cabeza por un asunto en absoluto relacionado con los pelos, recuerde. Y debe usted por lo tanto el coraje de constituirse como el ser arrojado al mundo heideggeriano (vulgo Dasein), y hacer por mí una buena acción que nos redima a ambos. Quiérame, ordéneme, pégueme. E incluso lamíneme y haga que desaparezca de la faz de la Tierra o como quiera que se llame a este pedrusco donde habitamos (si es que habitamos, ojo, no seamos frívolos). He dicho. O al menos esa ha sido mi intención con o sin pelos.
(*)  (¿Ni puta gracia?)


                                                                     Suyo, que lo es etcétera.
                                                                      ETCÉTERA (repito)

Endorfinas


Me despierto en plena noche y tengo un acceso de orgullo desmedido. Desconozco las razones para sufrir tal ataque, pues de hecho al acostarme me sentía vagamente escéptico y descorazonado. Sin embargo el hecho persiste y es más que posible que se trate de una descarga descontrolada de catecolaminas. O de endorfinas o dopaminas, o de cualquier otra sustancia que llevemos en nuestro interior como  recursos desconocidos para situaciones de emergencia, pero que suministradas a destiempo pueden originar alteraciones poco recomendables. La primera medida que tomo para aliviar mi agitación, es darme instantáneamente una ducha prolongada de agua fría, esperando que sea capaz de mitigar mi descontrolada sensación de triunfo, vaya usted a saber por qué. Un auténtico pleonasmo de virtudes no especificadas, evidentes en esos momentos en el movimiento descontrolado de mis extremidades inferiores (de las superiores, vulgo brazos, mejor no hablar). Y lo mismo cabría decir de la gestualidad de mi rostro, oscilante entre la de un payaso fuera de sus casillas y la de una máscara griega de cualquiera de los tres grandes autores teatrales, usted ya sabe. No hay sin embargo forma de detener mi arrebato, y a los diez minutos de haber abierto el grifo de agua fría, me encuentro tan desmedidamente eufórico, que poco después me pongo a cantar canciones populares y patrióticas, saltando enseguida sin solución de continuidad  al heavy rock del grupo Extremoduro. Y eso que siempre he sido más bien de baladas tristes tirando a ñoñas, incluido el Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. A las que pueden añadirse de una tacada las de los cantautores franceses que no les van a la zaga, digamos Aznavour, Brel, Moustaki  y toda esa parafernalia quejumbrosa ultra pirenaica. Poco después, ante la inutilidad de la hidroterapia, decido engullir de una vez un tarro entero de benzodiacepinas, con objeto de alcanzar un estado compatible con la tranquilidad de la noche y el merecido descanso de mis vecinos. Lo consigo media hora más tarde, y vuelvo a mi total normalidad hacia las diez de la mañana, tras un lavado de estómago en Urgencias de un hospital adónde me llevaron los del 112, que me ha dejado como nuevo. Poco después soy dado de alta y me traslado por mi propio pie a una cafetería de los alrededores y desayuno de una sentada un café con leche, media docena de picatostes, cuatro churros y dos cruasanes con mantequilla. ¡Ahí queda eso! le digo al atónito camarero, indicándole que puede quedarse con la vuelta. A continuación  me alejo de la zona a buen paso, a pesar de no tener la certeza de que a partir de ese día no se convierta para mí en un lugar habitual.  Los despertares intempestivos es lo que tienen si vienen acompañados por una descarga inesperada de endorfinas.

Laureana revival I


Para nuestra sorpresa, la semana pasada, precisamente el jueves cuando ya estábamos a punto de irnos del casino, Laureana se ha presentado de improviso y nos ha comunicado literalmente que “ya estaba de vuelta”. Ante la perplejidad de todos y las protestas de algunos que se han quejado de que cosas así no se hacen, ha manifestado que tenía que pasar por un proceso, uno de cuyos requisitos básicos era iniciarlo sin que nadie lo supiera. Y a partir de ese momento han sido inútiles todas las preguntas que se le han hecho: era algo absolutamente privado que podría no tener ninguna gracia si se desvelaba. Se trataba de algo personal e íntimo de lo que nadie tenía que enterarse y que, después de todo, a nadie interesaba. A pesar de nuestra curiosidad decepcionada, cuando poco después nos hemos despedido, ha sido evidente que el grupo se ha sentido aliviado con el regreso de Laureana, como si su vuelta le hubiera devuelto la sensación de recobrar su verdadero ser, valga la pedantería.
                        A partir del día siguiente las tertulias han vuelto a ser lo que eran, y  las peroratas de Laureana sobre sus temas habituales, o sus silencios prolongados, constituyeron de nuevo su auténtico núcleo. De todas maneras no nos habían pasado por alto algunas variaciones en el interés de  Laureana por otros temas  a los que antes apenas prestaba atención o lo hacía mínimamente, por ejemplo el fútbol y  los deportes en general. Si antes apenas sabía que el entrenador del Real Madrid era un tal Zidane (un medio moro, dijo alguna vez, con lo que hacía evidente su veta racista) y que Rafa Nadal era el mejor tenista, ahora se alargaba en comentarios sobre el primero asegurando que “nunca segundas partes fueron buenas”, y sobre el segundo afirmando que con tras su boda iba a caer en picado al no poder dar el 100% de su energía a su profesión (y no lo digo por la cama, puntualizó, que de eso ya habría antes, sino por el hecho de estar pendiente todo el rato de otra persona). Lo más notable, sin embargo, no fue su nuevo interés por este tipo de asuntos sino por su aspecto, pues desde que regresó no volvió a ponerse falda, que sin duda resaltaba su habitual coquetería femenina, sino unos amplios pantalones que apenas dejaban adivinar sus formas de real hembra. A partir de ese día se volvieron a destapar entre nosotros todo tipo de conjeturas sobre su verdadera identidad, algo que se inició cuando Ramiro afirmó con convicción que para él era evidente que le estaba cambiando la voz, soltando de vez en cuando unos gallos sorprendentes, y desde luego más propios de un bajo que de una soprano, valga la metáfora. Tal afirmación si debo ser sincero, no nos cogió de improviso, y enseguida siguieron otras opiniones en el mismo sentido. Ricardo nos dijo que nos fijáramos en su cuello, pues a él no le había pasado desapercibido una cierta prominencia en el mismísimo  lugar donde los varones suelen tener la que es popularmente conocida como “nuez”. Y ya para colmo, dado nuestro afecto nada condicional por Laureana, tuvimos que reconocer que era cierto que por encima del labio superior le había salido una pelusilla oscura, que no pocos chicos adolescentes quisieran para sí en esa edad tan ambigua, cuando los varones empiezan “a echar pelo” al ritmo de una testosterona descontrolada.
       La verdad ha sido que a partir de esos indicios (o algo más que indicios) nos han dejado perplejos y un tanto paralizados, pues no sabemos cómo tratar a esa mujer (¿). En cierta medida nos sentimos culpables, pues consideramos que en todo ello podía haber influido nuestra actitud y comportamiento un tanto machunos con ella, los que podía haber intervenido definitivamente en su decisión de iniciar su famoso proceso, que de no detenerse pronto podían convertir a nuestra adorable Laureana en un representante típico de la fauna viril carpetovetónica.

Atardeceres


Queridos amigos, me pongo en contacto con ustedes para saludarle y darle los buenos días. O las buenas noches si debo ser más preciso, pues estando ustedes diseminados por todo el planeta, ambas situaciones son perfectamente posibles por las razones que todos conocen. Y los que no las conozcan son invitados a visitar wikipedia en internet. Ahí encontrarán la explicación aunque sea de una forma bastante vulgar, seamos sinceros. E incluso chapucera, si se me permite la vulgaridad (y redundancia).
            Y bien, mi saludo consiste entonces en hacerles llegar a través de este medio asombroso que son las ondas electromagnéticas, mis deseos más fervientes de salud y felicidad para el futuro inmediato, sea de día o de noche. O incluso esté amaneciendo o el sol ya decline sobre el horizonte, etcétera, que no quiero dejar a nadie fuera de mi pensamiento. Les imagino bien realizando las faenas que son posibles en cualquiera de esos momentos en que mi correo les haya sorprendido. Incluso durmiendo a pata suelta (para algo se hicieron los despertares). A unos sin duda a punto de sentarse a la mesa para comer o cenar, y a otros en plena jornada laboral con poco tiempo para detenerse en lo antojos de una amistad que vaya usted a saber donde se encuentra en esta esfera diminuta (o enorme, según la perspectiva) perdida en la inmensidad del cosmos.
             Son ustedes muchos, mis queridos amigos, y aunque les puedo prometer que me acuerdo de cada uno con cierto detalle, me sería imposible hacerlo de una forma mínimamente coherente, y no quiero que nadie se sienta excluido. Ya sé que muchos de ustedes pensarán que mi pretensión es un tanto absurda, pero quiero recordarles que los seres humanos pertenecemos a la especie homo sapiens sapiens, y por lo tanto no nos diferenciamos demasiados unos de otros. Habrá blancos, ciertamente, pero también negros  (todos salimos en su día de un lugar de África, que si no me equivoco demasiado  actualmente es conocido como Zambia, o algo parecido). Y no pocos serán también amarillos o mulatos, ese color que al llegar el verano todos queremos tener para presumir con nuestras amistades más cercanas. Majadería debida en  resumidas cuentas al mayor o menor porcentaje de melanina en nuestra epidermis. Fíjense que vulgaridad, para ponerse tan contentos cuando alcanzamos apenas el 40% de la pigmentación de un bosquimano. Qué ridiculez.
                Bueno, creo que aquí debo ya detenerme porque sin duda ustedes ya se habrán dado por aludidos en algún sentido en las cuatro esquinas del globo en las que habiten (Qué tontería, si el globo no tiene esquinas. Pero ustedes ya me entienden). El próximo día que nos pongamos en contacto podemos hablar de cualquier fruslería que se les antoje. Yo sigo aquí inasequible al desaliento, dispuesto a recibir sus correos de vuelta. Y si no llegan pues ya se me ocurrirá cualquier cosa sabiendo que ustedes son tan atentos y como mínimo una vez se meterán la nube, donde sin duda podrán encontrarme. Eso es todo, y recuerden que fue Leibniz quien dijo que vivimos en el mejor de los mundos posibles, reflexión que a alguno les servirá de acicate para acordarse de mí o de mi familia más próxima (del filósofo mejor olvidarse, se le da por falto). Agur.

                                             Buenos día/noches/amaneceres o lo que mejor les cuadre.
                                                                                                  Pepo, el Esponjoso.

martes, 22 de octubre de 2019

Apostasía del rencor



APOSTASÍA DEL RENCOR

I

Usted y yo nos conocimos hace ya mucho tiempo, y no me negará, al menos, que usted siempre dijo lo que quiso decir, lo que le vino en gana. Fue fiel a su vida antes de conocernos, porque después de todo debo manifestar que a pesar de lo anterior, ya ambos habíamos cumplido los cincuenta años. O casi. Medio siglo, toda una vida, toda una eternidad. Y que conste que nuestros antecedentes eran bastante parecidos: familia media ortodoxa y de buenas costumbres burguesas. O lo que es lo mismo: familia de vencedores. Pero por razones que ni siquiera conozco, en algún momento yo por mi parte me planteé algo que usted no pudo o no quiso hacer. Ser un privilegiado no se elige. Sucede y  reconocerlo es, cómo poco, señal de buena cuna. Me esforcé sin duda para salir adelante, pero también tuve buena suerte, y algunas de las razones ya han sido esbozadas. Eso al menos los que no la tuvieron sabrán reconocerlo.  Afortunadamente no se trata para nada de estar desaparecido en las cunetas sino de todo lo contrario, pasear tranquilamente sobre ellas porque la vida nos sonrió por puro azar, sin que ni usted ni yo interviniéramos para nada. Con la lluvia y con el sol sucede algo parecido, y nada ni nadie puede detenerlos. Estarles agradecidos cuando se los necesita no solo es un síntoma de cordura sino de buen corazón. Ellos al menos son honestos.

II

Algo habrás hecho, cabrón, hijo de puta, cuando te buscan. La verdad finalmente resplandecerá y tendrás tu merecido. Es muy fácil hablar pero aún lo es más reconocer que lo dicho puede tener sus consecuencias. Y ese será tu sino por mucho que te escondas. La verdad no puede ocultarse eternamente y tu infamia acabará reconociéndose, y la bestia que te habita saldrá por fin a la luz. Y será inútil que se vista con la piel del cordero. Hijo de puta, dije, y me quedé corto, porque no se puede cometer mayor infamia que traicionar los dictados de la propia sangre. La de los tuyos, que llegado el momento sabrán devolverte al lugar que tratas de evitar. El páramo donde acaban todos los traidores. Los grandes cementerios bajo la luna, que dijo el poeta equivocado en un rapto de cínico lirismo. Porque para ti, debes saberlo, ni siquiera la luna tendrá misericordia.

Quien sabe



QUIEN SABE

Verdaderamente quien sabe.
Unos podrán decir
La nieve, sus manos,
Lo que usted quiera
O no decir nada.
Porque en este país
Ya no es obligatorio
Hablar aunque antes
Sí lo fuera estar callado.

Eso es lo que sucede cuando
Tras las esquinas apenas
Escondidos los fusiles
Aguardaban y usted lo sabe.
Llegó por fin el día
De las voces, la palabra.
El día en que decir
No es un sacrilegio
Porque ya no existen
Los pecados ni existe
La tapia del cementerio.

Por no existir ya
Ni siquiera estos existen.
Solo la luz cautiva que
Antes se negaba: sangre
Por fin no derramada.

LAUREANA III (Fin)


Hace varios días que Laureana no viene a la tertulia, y de hecho nadie sabe nada de ella. No descuelga el teléfono, ni responde a los correos o el guasap. Pero lo más preocupante de todo es que, por mucho que cueste creerlo, nadie sabe donde vive. Ella siempre decía que allá, por la zona de la estación, pero claro, resulta que aquí hay dos estaciones de ferrocarril y otras de autobuses, así que estamos aviados. Según pasan los días estamos más y más preocupados, y no solo porque echemos de menos sus charlas sobre el Amazonas o el Orinoco (ríos a los que por cierto últimamente había añadido los tres de la Media Luna Fértil: Nilo, Tigris y Eufrates), sino porque nos hemos dado cuenta de que después de todo, aunque nadie lo confiese, era ella la que nos mantenía unidos. Sin ella, es más que posible que en poco tiempo nuestro grupo se diluya y desaparezca. Después de todo ¿qué nos unía? Aunque nadie lo diga, todos lo sabemos: sobre todo, sus silencios. Aquellos momentos únicos, especiales, en los que además de observarla con un detenimiento casi enfermizo, cada uno sin decirlo, hacía cábalas sobre lo que estaría sucediendo en su interior. Porque si de algo estábamos seguros, y eso solo lo comentábamos en su ausencia, era que guardaba algún secreto que de ninguna de las maneras quería desvelar. Algunos pensaban que lo que verdaderamente ocultaba era una identidad sexual más que dudosa (los gestos un tanto vigorosos de sus manos podían ser un indicio, o quizás un extraño fruncimiento de sus labios cuando se sentía contrariada). Otros, sin embargo, aceptando ciertas actitudes sorprendentes, no tenían ninguna duda de que se trataba de una hembra con todas las de la ley (y ni un solo pelo en la barba lo atestiguaba), pero afirmaban que un oscuro pasado debía torturarla, quien sabe si un padre desquiciado y una madre mujer de la mala vida. O ambas cosas, incluso un padre presidiario. Pero se trataba de meras conjeturas.
         Lo cierto, sin embargo es que solo eran suposiciones en nuestro afán de darle un sentido a su ausencia. Posiblemente lo que había sucedido es que Laureana estaba harta de nosotros, unos tipos de lo más vulgares que nunca habíamos apreciado como realmente se merecía la única presencia femenina del grupo. Ese era sin duda el quid de la cuestión. En el fondo de cada uno de nosotros, repito de cada uno, suponía que ella le pertenecía en exclusiva. Se sentía el preferido, y eso nos hacía suponernos superiores a los demás. El hecho, sin embargo es que Laureana no aparece. Cada vez se hace más evidente que nos ha abandonado. Adiós por lo tanto a sus silencios, a sus palabras o frases misteriosas, o a sus interminables soliloquios sobre los ríos más largos y caudalosos de La Tierra. O a los seres monstruosos que un día los habitaron. Fantasías, de acuerdo. Incluso nimiedades y hasta desvaríos de alguien que en resumidas cuentas no andaba muy bien de la cabeza. De acuerdo. Lo que usted quiera. Pero tratándose de Laureana la cosa varía.

domingo, 20 de octubre de 2019

LAUREANA II


Pero a decir verdad, lo que verdaderamente preocupa de Laureana son sus ausencias. Está allí, es cierto, y puede en algunas ocasiones intervenir y decir cualquier frivolidad, pero todos somos conscientes de que en realidad está en otro lugar. Dónde, ni ella misma lo sabe si fuera preguntada sobre tal hecho. Pero es algo evidente para pasar inadvertido, téngase en cuenta que nos conocemos hace ya demasiado tiempo, y entre nosotros nada se nos escapa. Como una gran familia que a pesar de ignorarse aparentemente, todos están al corriente de todos hasta en los menores detalles. En cuanto a Laureana concretamente (que, por cierto ¿a quién se le ocurrió llamarla así?: ella nunca lo dice), cabe, sin embargo, decir que en esos momentos de ausencia puede a pesar de todo decir algo, y si no exactamente decir, sí balbucear. Palabras inconexas, frases sin sentido, que no aportan nada en concreto a la reunión, pero que hacen que todos nos miremos entre sorprendidos y expectantes ¿Cuál será la palabra o la frase siguiente? Porque hay días en los que alguna de ellas hace que una vez dicha, todo  transcurra para nosotros por unos derroteros totalmente imprevistos. Quiere decir esto que si el tema tratado hasta ese momento era la incapacidad de los políticos para pasar de la teoría a la práctica y hacer creíbles sus decisiones, a partir de ese momento da un giro imprevisto y de buenas a primeras el tema en cuestión no tiene en absoluto nada que ver con lo antedicho. Por ejemplo, retomando un asunto tratado con anterioridad, puede ocurrir que de buenas a primeras nos veamos sumergidos en un acalorado debate sobre la importancia de la red fluvial para el transporte de la madera desde los aserraderos río arriba (o selva adentro). Y hablamos de nuevo del Amazonas, como cualquiera que esté al corriente de los temas que interesan a Laureana, habrá captado de inmediato.
                    Pues hasta aquí otra de las características de esta singular mujer, que a pesar de sus profundos silencios o sus interminables peroratas, nos sorprende en ocasiones con decires que no pueden ser fácilmente clasificados en ninguna de las narrativas vulgarmente tratadas. O sí, podría quizás decirse que se trata de aforismos, máximas, sentencias, consignas, conceptos o todo lo que usted quiera, pero verdaderamente nada que hasta ahora haya sido explicado con cierta coherencia en ningún tratado de términos literarios al uso. Y que conste que para algunos esta característica de Laureana no es siempre bienvenida, en la medida que suele actuar como un punto y aparte, casi como una cizalla que cercena el flujo previo de la conversación que hasta ese momento transcurría de forma placentera. “Altramuz”, puede exclamar por ejemplo en un momento dado, y todo da un giro imprevisto, y lo que se trataba del fútbol de aquella tarde- la mayoría de las veces somos previsibles e incluso vulgares- se ve de repente inmerso en unas disquisiciones desquiciantes sobre el origen de tal vocablo. Que si árabe o estrictamente autóctono, o de origen indudablemente cervantino. La locura. Un desastre que hace que no pocas veces, algunos den por finalizada la reunión y no pocos, despechados hinchas de cualquiera de los equipos sobresalientes, abandone el lugar sin ni siquiera despedirse de Laureana.

LAUREANA I


Laureana habla poco, seamos sinceros. E incluso en ocasiones no habla absolutamente nada. Se sienta o se levanta, porque son estas dos de sus actividades más corrientes y apenas abre la boca. Mira hacia aquí o hacia allá según le dé el día, pero permanece callada, prácticamente muda a pesar de que en algunas ocasiones, raramente, esboza una sonrisa o algo que alguien bienintencionado podría calificar de tal.
        Hay ocasiones, sin embargo, en que Laureana es un torrente inagotable, no para de hablar aunque parezca raro, dicho lo dicho, pero esta mujer, si es algo, es contradictoria, eso que quede claro. Y los temas que aborda son muy variados, incluso variopintos, que si esto que si lo otro, que para qué te voy a contar, que mejor me callo (pero de eso nada), etcétera, etcétera. Y en ocasiones, las más de las veces, se alarga con asuntos que nada tienen que ver con la realidad y que dejan a los presentes estupefactos. El monotema, porque de monotemas se suele tratar, suele ser absolutamente exótico y fuera de contexto, como cuando se lía con unas parrafadas inacabables sobre el río Amazonas. O sobre el Orinoco, ojo, que ella es muy de ríos caudalosos, de aguas bravas o muy extendidas, que desde una orilla apenas se divisa a otra. De cocodrilos o saurios, y desde luego de toda la fauna piscícola, empezando por los esturiones, vaya usted a saber por qué, y terminando por los tiburones, aunque en ríos como los mencionados y prácticamente en todos, tales peces sean una rareza a no ser en sus desembocaduras y sus correspondientes estuarios, seamos sinceros una vez más.
          Pues esa es en resumidas cuentas Laureana. Imprevisible y en ocasiones todo lo contrario, algo que hace exclamar al resto del grupo casi al unísono al verla llegar: ahí viene Laureana, vamos a ver con qué pretende hoy llamar nuestra atención. Porque ese es en el fondo la cuestión. Habla y habla sin parar, y cuando habla no le importa lo que dice, es como un torrente después de la tormenta, en el que lo de menos es el qué (no puede sino tratarse de otra cosa) sino la cantidad de agua que arrastra. Y está claro que hablamos de metáforas. Porque dicho lo anterior, resulta evidente que cuando se calla no hay nada que decir. Si acaso hacer algún apunte sobre sus gestos, esa mirada un tanto perdida o algunos ademanes desmayados, como si la vida se le fuera escapando a chorros. Esa y no otro es Laureana para todos cuando algunas tardes nos reunimos en el casino las pocas amistades que nos tratamos en este lugar perdido del mundo. Y digo lugar y quizás exagero. Y digo mundo y exagero sin lugar a dudas, se ponga Laureana como se ponga, que esa es otra canción, si llega a leer esto, que lo dudo.

martes, 3 de septiembre de 2019

EXCELENCIAS

En opinión de la mayoría, Claudio era, simplemente, el mejor. Y no digamos nada de su propia opinión, que superaba con creces a la anterior. Según él mismo, era tan sobradamente el mejor, que en ocasiones no podía aguantarse y tenía que tomar alguna decisión de inmediato para salir del atolladero. Y decía atolladero en el sentido casi literal del término, cómo el lugar donde, de continuar, podía sufrir problemas gravísimos, incluso el definitivo, que no se menciona aquí explícitamente porque está en la mente de todo el mundo, valga la cacofonía. Para salir del impasse que su excelencia suprema le causaba, Claudio solía poner en marcha dos recursos que tenía bien aprendidos desde la adolescencia, por razones que tampoco vale la pena especificar, pero que a poco que se piense no son demasiado difíciles de adivinar. Quien más quien menos tiene idea a estas alturas de la vida de dos hechos que se suelen practicar en la adolescencia en calidad de varón: las duchas de agua fría y salir corriendo a todo gas (o poner pies en polvorosa). Y eso es lo que continuaba haciendo Claudio a cualquier hora del día o de la noche, cuando percibía que estaba a punto de sufrir un ahogo: a la ducha de inmediato o a correr a la calle. Y con frecuencia ambas cosas, una después de la otra sin solución de continuidad, pues como es de todos sabido, ambas actividades se retroalimentan.
Claro que la pregunta a estas alturas de la información sobre las actividades de Claudio podía ser en qué área este hombre era tenido por el mejor (por sí mismo y por los demás). Y lo sorprendente resultaba ser, a poco que se indagase, que su excelencia era polivalente. Es decir se le consideraba como el mejor en cualquier aspecto que se pudiese considerar. En matemáticas, literatura, filosofía, historia sagrada y, resumiendo, en todas las materias de cualquier carrera superior que se tuviese a bien considerar. Y además, y esto era lo más sorprendente, en cualquier tipo de actividad deportiva que hubiese sido admitida en los Juegos Olímpicos celebrados hasta la fecha. Y en ese campo, a pesar de su poca estatura, específicamente en los saltos de altura y pértiga. Y si no fuese exactamente así, la opinión generalizada era porque Claudio no se había puesto verdaderamente a ello. Por otro lado también es cierto que en su fuero interno en algunas ocasiones pensaba que eso se tenía que acabar algún día, porque la hiperactividad de sus lóbulos cerebrales le causaba tal agitación y desasosiego que incluso por las noches se levantaba y trataba de resolver las conjeturas matemáticas más complejas aunque no viniera en absoluto a cuento y nadie se lo hubiera pedido (hasta ahí podíamos llegar).
La situación en la actualidad es grave y sus familiares y allegados han decidido que de alguna manera deben intervenir para que la vida de Claudio se haga más vivible, valga el pleonasmo, la reiteración o como ustedes lo quieran llamar, que no tiene quien esto escribe la cabeza para tropos. La verdad es que nuestro hombre llevado por su afán de excelencia en todos los órdenes de la vida, está verdaderamente consumido y se sienta con frecuencia en la silla de orejas, en la que descansa cuando su promiscuidad intelectual y deportiva se lo permite. Aún así, hay días, y eso es lo más preocupante, en los que incluso sentado y profundamente dormido, Claudio da un respingo y se pone a ejercitarse con una tabla de gimnasia que tiene preparada para los momentos en los que, a su parecer, se encuentra demasiado laxo. Afortunadamente se trata de gimnasia style ancien, es decir, sueca, que es más llevadera

lunes, 2 de septiembre de 2019

CATECISMOS

“Todo es posible aunque no tan probable”, esa fue la máxima que me vino a la cabeza ayer en el preciso momento de acostarme. Luego tuve unos sueños muy desagradables, que por la mañana al tratar de recordarlos nada parecían tener que ver con la máxima mencionada. Y digo máxima porque me gusta dar cierto empaque a cualquiera de mis elucubraciones mentales, digámoslo así para terminar. Pretencioso que debe ser uno, qué le vamos a hacer.
Los sueños en cuestión por otro lado no son fáciles de describir, y de ahí la dificultad de ponerlos por escrito. Pueden ustedes, sin embargo, echar mano de las experiencias menos favorecedoras que puedan haber tenido en sus vidas y darán en el clavo. Como mínimo se tratará de eso, sino de algo peor. No encuentro las palabras para describir situaciones tan horrísonas. Quizás hacer alusión al fuego eterno o al mal de ausencia, y espero que ustedes si tienen mi edad aproximadamente, recuerden lo que nos enseñaron en el catecismo del padre Astete durante los duros años de nuestro bachillerato. Llegados aquí, espero que no hayan olvidado que se trataba de un país y una situación en la que quienes no creían lo que decía el catecismo eran fusilados sin contemplaciones. Ojo: hay ocasiones las metáforas tienen tanto valor como las realidades. Espero que tal hecho no les pase desapercibido. Y realidades las hubo, seamos consecuentes, hubo quienes fueron fusilados literalmente en los descampados de las afueras de cualquier pueblucho (o de la capital, por cierto). O lo había sido en el campo de batalla, aunque con mucha más alharaca. La puesta en escena no tiene en esos momentos demasiada importancia. Por aquel entonces, y espero que estén ustedes de acuerdo, todo se resolvía (o solventaba, a elegir) mediante la siguiente regla del tres “quien no está conmigo está contra mí”. Así, con dos cojones. Sin ninguna matización, alternativa o considerando a sensu contrario. Ya sé que esto de echar mano del posible maniqueísmo de nuestros mayores es un recurso demasiado manido, pero ustedes me dirán dados los antecedentes que usted conoce muy bien. Y si los vivió, los conoce al dedillo, seamos rigurosos.
El fusilamiento siempre ha sido un recurso extremo, es cierto, y en su contra siempre se puede argumentar que su práctica a mansalva hace que disminuya el número de habitantes de un lugar de una manera alarmante. Pero también se ahorra uno una cantidad importante de desayunos. Seamos sinceros (¿francos?). Que en función de lo mismo pueda disminuir el PIB nacional de una forma escandalosa ya es otro cantar, siempre nos quedará la posibilidad de un ascetismo riguroso, como después de todo siempre nos han recomendado los anacoretas y los habitantes de los cenobios. Y la Santa Madre Iglesia, por cierto, cuando aún se merecía los esos adjetivos.
El hecho sin embargo persiste, y los sueños no tienen forzosamente que estar relacionados con el último pensamiento que nos asaltó en el momento de meternos en la cama. La noche, sin embargo, tiene sus propios mecanismos y gestiona el funcionamiento de nuestras neuronas como le vine en gana. Es una anarquista inconfesa. Los atardeceres, sin embargo, son otra cosa que se presta como mucho a la melancolía y las barbacoas, algo desde luego, no tan grave. Quizás sea la mejor opción, permanecer en esa penumbra de los atardeceres en los que como mínimo sabemos que el sol volverá con la promesa de un nuevo día. Y quien sabe si las cosan van a transcurrir de forma muy diferente dorénavant (por aquello del empaque).

sábado, 31 de agosto de 2019

INSTITUTOS

Me he comprado un payaso. Bueno, no exactamente, pues al menos que yo sepa los payasos no están a la venta. Pero el resultado final es como si me lo hubiera comprado. Se trata de Baldomero, un señor de mediana edad, andará rondando los cincuenta, al que he contratado para que haga de payaso. Al principio no ha sido fácil porque el buen hombre no tenía ni idea de cómo desempeñar tal papel, así que antes de ponerse a la labor, durante una semana le he tenido viendo películas cómicas de la época gloriosa del cine de humor, especialmente a Charlot y Buster Keaton, que podían darle una idea de lo que yo pretendía. También le he puesto a los hermanos Marx, pero no le han gustado, sobre todo Groucho, el del bigote, que según él no tiene ni pizca de gracia y además era comunista. Para terminar y matizar un poco más el carácter carpetovetónico que yo pretendía darle al personaje, le he pasado varias grabaciones de “los Payasos de la tele” (Gaby, Fofo y Miliki), de Charlie Rivel y de los hermanos Tonetti.
El hecho es que a partir de la segunda semana en la que ya ha podido empezar a actuar, todo ha resultado perfecto y no he parado de reírme, hasta el punto que con frecuencia tenía que decirle, ordenarle más bien, que se estuviera quieto, pues a mediodía como suele ser habitual, yo también comía y no estaba dispuesto a morir de inanición. No fue fácil convencerle, pues a esas horas él insistía en hacer el pino, algo que en general me provoca auténticos espasmos de gozo, y me desternillaba con la imposibilidad de sostener el tenedor, por mencionar solo a un cubierto.
Para que se hagan una idea, les puedo decir que pasamos prácticamente todo el día juntos, con independencia de lo que yo tenga que estar haciendo, aunque quizás lo más divertido y el verdadero éxito de nuestra relación, suceda cuando salimos a pasear por la calle. Lo más normal es que ambos vayamos a pie, pero a él con frecuencia se le ocurren algunas variantes. Por ejemplo, una que a mí me parece genial, es cuando uno de los dos, nos trasladamos en silla de ruedas, como si fuéramos un impedido o algo del estilo. Es descacharrante teniendo en cuenta que él se ha convertido en un auténtico maestro de la mímica y la gesticulación. Cuando nos cruzamos, la gente nos saluda efusivamente, y no sería la primera vez que alguien, sobre todo los mayores, se
dirige a nosotros y nos confiesa que se alegra de estar todavía vivo y haber tenido la oportunidad de vernos. A él en esos momentos siempre se le ocurren respuestas originales o algún gesto de agradecimiento que hace que la cosa no se quede ahí y quieran hacerse una foto con nosotros, especialmente con él, seamos sinceros, cuando va en la silla en la que se empeñan en subirse para que el asunto resulte todavía más llamativo, aún a riesgo de batacazo.
Sin embargo, todo lo bueno se acaba, y a eso de las ocho de la tarde Baldomero tiene que irse y debo quedarme solo. Se me hace duro, para qué voy a decir otra cosa, después de pasar todo el día desternillándome a su lado. Debo sin embargo confesar que algunas noches cuando me acuesto me siento extenuado, teniendo en cuenta, además, que suele llamarme poco después por teléfono para ver cómo me encuentro y contarme un par de chistes nuevos y alguno de los chascarrillos clásicos nacionales, que más allá de provocarme una risa casi agónica están a punto de darme la puntilla. Al día siguiente, sin embargo, me encuentro fresco como una lechuga y cuando a eso de las ocho de la mañana llama al telefonillo desde la calle, siento un subidón memorable, una alegría desbordante que no se me va a pasar hasta la hora de la siesta, momento en el que Baldomero me permite media hora de descanso. Algunos conocidos no están de acuerdo, pues son de la opinión que este payaso resulta demasiado acaparador, y que los continuos ataques de risa que sufro a lo largo del día van a causarme algún trastorno cardiorrespiratorio de tanto sofoco continuado.
Pero se equivocan porque tengo en la manga algunos recursos alternativos que pueden resultar infalibles. Y es que en cualquier momento antes de llegar al paroxismo, puedo ordenarle que cambie de rol. Por ejemplo, de payaso podría pasar a profesor de instituto de los años cincuenta del siglo pasado. Solían ser personas serias y muy consecuentes, que traerían la paz a una vida, la mía, demasiado agitada y necesitada con urgencia de un receso. Y no descarto decirle que se olvide de lo anterior, se pertreche de los acomodos necesarios, y se mantenga a mi lado como una señorita de provincias de la misma época, que tan buen resultado dieron a tantos españoles. Incluso puedo sugerirle que vaya un tanto descocada. Todo se andará y ustedes serán los primeros en enterarse. Se lo prometo. Suyo affmo: Luis María

jueves, 29 de agosto de 2019

SENEGAL

Debo llegar al hotel en cuestión antes de que anochezca, me están esperando pues sin mi presencia no pueden tomar ninguna decisión. No se trata de que yo tenga alguna información especial sin la que no puedan seguir adelante, sino que simplemente sin mi presencia física todo sería inútil. Nunca me he sentido tan importante, creo que eso es fácilmente comprensible. Cuál es la verdadera razón para que esto sea así, lo desconozco. Es sencillamente un dato que me ha sido confirmado con anterioridad por diferentes vías. De hecho, antes de salir de viaje ya lo sabía: soy fundamental para el objetivo del que se trata, y por raro que pueda parecer, lo de menos son las razones.
La situación es sin embargo bastante desalentadora, pues aunque debo estar solo a un par de kilómetros del hotel donde está instalado el puesto de mando, no logro ubicarme con exactitud para al menos transmitírselo y tranquilizarles. Estamos en contacto por teléfono, pero nuestros móviles no tienen GPS ni nada parecido, son muy antiguos y voluminosos y sirven exclusivamente para comunicarse mediante la voz. De esta manera, de lo único que puedo informarles es que estoy en un lugar en el que escasean los puntos de referencia. Aquí, justo a mi lado, existe un edificio que por su aspecto debió ser una iglesia, pero que en la actualidad son poco más que unas ruinas, entre las que llego a percibir lo que debió ser la cabeza de la estatua de un apóstol, un santo o algo parecido. Poco más allá puedo distinguir unos arcos que pudieron formar parte de unos soportales, pero no puedo ser mucho más concreto.
En función de lo anterior, le digo a mi interlocutor en el hotel que estoy en una zona donde no hace mucho debió haber ocurrido un terremoto o en una zona de guerra, aunque no se oigan los disparos, quizás los contendientes se han dado una tregua. Lo único que tengo claro es que un descampado cercano, unos individuos de raza negra con toda la pinta de obreros (la mayoría lleva puesto el casco reglamentario), tratan de construir algo parecido a un muro, posiblemente la base sobre la que se alzará el resto del edificio. Por cierto, si las cosas no varían, será el único de la zona. Un poco más lejos también puedo ver con algunas dificultades (la atmósfera está muy cargada), algunas hormigoneras, una grúa y una especie de estructura metálica de tubos de la que cuelgan unas lonas que también podrían ser confundidas con unas
banderas viejas o abandonadas. Y a mí alrededor sobre todo humo, mucho humo proveniente de algunas fogatas que parecen estar comenzando a extinguirse. Y no le puedo decir más. Esa es toda la información que puedo transmitir. El tipo del hotel, para mi sorpresa se ríe y me dice que soy un ingenuo, y me pregunta si no me he enterado que no solo en mi zona sino en toda la ciudad la situación es parecida. Que acabo de hacerle una descripción casi exacta del lugar donde se encuentra el hotel, que es el único edificio que se mantiene en pie en la suya.
Todo me parece muy extraño, pues hasta ahora yo no tenía ninguna noticia de que este lugar estuviera así. Le digo que espere un momento, que voy a preguntar a los obreros por si pueden darme alguna referencia más del sitio donde me encuentro. Para mi sorpresa esos tipos no hablan mi idioma en absoluto y por lo tanto no puedo informarme de nada. Finalmente cuando me alejo de ellos unos pasos para volver a telefonear, uno que tiene la pinta de ser el jefe se dirige a mí y me dice “Nosotros, Senegal, nosotros Senegal” varias veces. Y eso es todo. Con esta información vuelvo a hablar con el del hotel, y le comento que siendo esto así, es muy posible que estuviéramos en Francia, pues Senegal fue una antigua colonia y allí todo el mundo habla francés, y con casi total seguridad los trabajadores eran inmigrantes. “Así que no me extrañaría que estuviésemos en París después de una catástrofe nuclear, porque ahora que caigo todos los negros usan mascarilla” le digo para terminar. “Oiga, oiga…”, escucho al otro lado del teléfono, “¿pero usted no sabe dónde aterrizó su avión?” me gritan. Y cuando le voy a contestar pierdo definitivamente el contacto. No sé donde estoy y cuando me doy la vuelta, veo que los africanos vienen hacia mí con unos artilugios que nada tienen que ver con la construcción de edificios, y que vistos de cerca yo juraría que se trata de machetes. No sé donde estoy, eso es un hecho, pero creo adivinar que dada la que se me avecina, eso no va a tener la menor importancia.

lunes, 26 de agosto de 2019

ESFERAS

Ernesto se despertó y lo primero de lo que se dio cuenta fue que le dolía la cabeza. De hecho, de que le dolía mucho la cabeza. No era algo frecuente, pero lo cierto es que en las ocasiones en las que bebía más de la cuenta ya le había pasado. Incluso, con los años, que le pasara era bastante habitual. Esta vez, sin embargo, lo especial, lo verdaderamente nuevo, era que no le dolía exactamente la cabeza, sino el lugar donde solía tenerla, que como se puede comprender fácilmente, no es lo mismo. Es decir, su verdadera sensación, siendo más precisos, fue que no tenía cabeza, sino un sitio ahí arriba donde se suponía que antes estaba la cabeza. Se asustó bastante pero no hizo nada. Pudo haber alargado la mano y tocarla para comprobarlo, pero no lo hizo: tuvo miedo de no encontrarla, y que en el lugar donde se suponía que debía estar (y no está de más recordar que le dolía mucho) no hubiera nada. Que allí solo existiese un revoltijo de ideas y sensaciones. Un sitio que puede doler, pero que en realidad no existe.
Por otro lado, casi simultáneamente, se dio cuenta de que tenía la boca muy pastosa, algo bastante habitual cuando la noche anterior uno se ha pasado con el alcohol, pero en esta ocasión, lo diferente era que su boca se había convertido también en otra cosa. Su boca no era exactamente su boca, y por más que con su lengua intentara sentir el paladar, no podía. Su forma cóncava por la que podía deslizarla habitualmente, no era precisamente cóncava sino que daba la sensación de haberse convertido en algo esférico. Esta sensación tan rara se sumó de inmediato a su extrañeza por el hecho descrito en el párrafo anterior. Por lo tanto, si ni su cabeza era verdaderamente su cabeza ni su boca era verdaderamente su boca, ¿quién era él, entonces? A lo mejor en el transcurso de aquellas horas desde que se acostó, él, Ernesto, la persona bajo cuya apariencia se presentaba ante los demás (¡y ante sí mismo, ojo!) ya no existía. Era otra cosa que no podía precisar: un cúmulo de sensaciones desagradables que empezaban a angustiarle profundamente.
Intentó calmarse cerrando los ojos (los había abierto un instante poco antes), diciéndose que solo se trataba de un mal sueño, de una pesadilla que se desvanecería en cuanto se despertara definitivamente. Pero sus ojos no respondieron a sus deseos, y fue consciente de que en realidad tampoco eran exactamente sus ojos. Al menos, no los de siempre, pues solo podía percibir una tenue luz blanca, aunque ni siquiera blanca.

domingo, 25 de agosto de 2019

ESO

Ernesto se despertó y lo primero de lo que se dio cuenta fue que le dolía la cabeza. De hecho, de que le dolía mucho la cabeza. No era algo frecuente, pero cuando el día anterior había bebido más de la cuenta podía pasarle. Incluso, con los años, que le pasara era de lo más normal. Esta vez, sin embargo, lo especial, lo verdaderamente nuevo, era que no le dolía exactamente la cabeza, sino el lugar donde solía tenerla, que como se puede comprender fácilmente, no es lo mismo. Es decir, su verdadera sensación, siendo más precisos, fue que no tenía cabeza, sino un sitio ahí arriba donde se suponía que antes estaba la cabeza. Se asustó bastante pero no hizo nada. Pudo haber alargado la mano y tocársela para comprobarlo, pero no lo hizo: tuvo miedo de no encontrar nada. Que el lugar donde se suponía que debía estar su cabeza (y no está de más recordar que le dolía mucho) se hubiera evaporado, hubiera desaparecido. Que allí solo existiese un revoltijo de ideas y sensaciones. Un sitio que puede doler, pero que en realidad no existe.
Por otro lado, casi simultáneamente, se dio cuenta de que tenía la boca muy pastosa, algo bastante habitual cuando la noche anterior uno se ha pasado con el alcohol, pero en esta ocasión, lo diferente era que su boca se había convertido también otra cosa. Su boca no era exactamente su boca, y por más que con su lengua intentara sentir el paladar, no podía. Su forma cóncava por la que podía deslizarla habitualmente, no era precisamente eso. Podría decirse que más que un lugar donde se alojaba su lengua, era un volumen esférico. Su boca se había convertido en una especie de esfera. Esta sensación tan rara se sumó de inmediato a su extrañeza por el hecho anterior. Es decir: ni su cabeza era verdaderamente su cabeza ni su boca, su boca ¿Quién era él, entonces? A lo mejor en el transcurso de aquellas horas desde que se acostó, él, Ernesto, la persona bajo cuya apariencia se presentaba ante los demás (¡y ante sí mismo, ojo!) ya no existía. Era otra cosa que no podía precisar. Un cúmulo de sensaciones desagradables que empezaban a angustiarle profundamente.
Intentó calmarse cerrando los ojos (los había abierto un instante poco antes), diciéndose que solo se trataba de un mal sueño, de una pesadilla que se desvanecería poco después, en cuanto se despertara definitivamente. Pero sus ojos no respondieron a sus deseos, y fue consciente de que en realidad tampoco eran exactamente sus ojos. Al menos, no los habituales, pues solo podía percibir una tenue luz blanca, aunque ni siquiera blanca.

UNIVERSOS

Tengo una vaga idea de cómo empezó la discusión. Se trataba de un desacuerdo insignificante. Tan insignificante que no recuerdo el asunto en concreto del que se trataba. Algo del cielo, las estrellas, las galaxias y toda esa parafernalia que al parecer existe por encima de los tejados. Quizás algo relacionado con la distancia mínima entre los cuerpos celestes, o quién sabe si sobre su composición o su difícil equilibrio para no salir cada cual disparado en su propia dirección. Hacia donde ya es otro cantar. Pero también pudo tratarse de que si el cosmos es infinito o finito y cosas por el estilo.
Sí, ya recuerdo. En tu opinión el cosmos debía terminar abruptamente, en una especie de muro, pared o algo similar. Es decir, primero las estrellas con sus planetas, y luego las galaxias, los cúmulos de galaxias, los púlsares y los agujeros negros, etc. Todos dirigiéndose alocadamente hacia el horizonte donde repente, plaf, un muro o similar les impide seguir adelante. El muro final, decías tú. “Pero final ¿cómo? Porque después del muro algo habrá…” creo que fue mi pregunta, y eso ya te sacó de tus casillas. “Tú y tu inveterada costumbre de nunca dar por concluido ningún asunto…” trataste de apuntillarme, y que a partir de ese momento me mantuviera con la boca cerrada. Resumiendo, tuve que sacar mis conclusiones: un muro y punto, eso es lo que tú sentías y yo debía cerrar el pico. Pero el muro para ti, y perdona que siga con mi incorregible forma de polemizar, debía por lo tanto ser infinito. De infinito grosor, claro está, pero ya no tuve la oportunidad de continuar porque te levantaste y diste por terminada nuestra conversación. Las cosas son como son, como uno las siente y se acabó con los análisis, qué carajo. Así se quedó de satisfecho el mismísimo Aristóteles, que más allá de ser un genio que acertó en muchas cosas (sus famosos silogismos, principio de toda lógica, remember?) dijo también una cantidad de majaderías considerable. Por ejemplo, que los cuerpos celestes y especialmente las estrellas giraban alrededor de La Tierra incrustadas en siete esferas de cristal. Con dos cojones. Menos mal que Galileo y sus amiguetes inventaron las lentes y los telescopios, que si no aviados estaríamos. Saluda al muro de mi parte, como metáfora del cemento armado de algunas molleras no está mal. Por cierto, y ya para terminar: la Tierra no es plana. Seguro.

lunes, 19 de agosto de 2019

IT IS TO SAY

…después de todo amamos (o lo que usted entienda por un afecto que pueda parecérsele) a quien nos reconoce, tanto si es porque cumple con las expectativas que en él o ella depositamos como si, frustrándolas, coincide con algún aspecto que nos favorece. Es imposible amar a quien no coincide con nosotros en algo que necesitamos perentoriamente. Tanto sea la abundancia de un vello profuso y ensortijado en el pecho rebasando la camisa, como que rían nuestras gracias, aunque no la tengan en absoluto. Podemos amar a un enano con cascabeles o a un gigante desabrido fuera se sí, siempre que nos devuelvan una imagen que nos reafirme y aumente nuestra autoestima. Y si no fuera de esta manera, deberíamos examinar el caso con detenimiento, pues más allá de un masoquismo en ciernes, existe también la posibilidad de una querencia por el regreso de la esclavitud, y con ello el descubrimiento del tirano que nos habita ¿Qué otra razón podría haber si no fuera, in extremis, la imperiosa necesidad de darles el pecho? Por otro lado ¿cómo querer a un presumible hijo puta que nos destroza la vida o como mínimo nos zahiere con su incomprensión? Hete aquí un problema que ni los ordenadores más evolucionados podrían resolver, pues guiándose por el simplismo de los considerandos aristotélicos, sólo llegarían a resoluciones sencillas, pero sobre todo erróneas. It is to say: naveguemos por mares procelosos, que en su profundidad nos aporten soluciones que escapen a la mera regla del tres. Esas, y no otras fueron las fórmulas que para nuestra ventura o desgracia, nos hicieron descender de los árboles y aventurarnos en la sabana, rebosante como mínimo de leones, hienas y otras alimañas. Libemos pues el néctar, la ambrosía que subyace a toda enajenación, pues nadie se presta a desmanes que no hace suyos de alguna manera. Aceptemos que, a nuestro pesar, la historia, la nuestra incluida, no se escribe con las palabras que un día pretendimos, por más que nos pese. Que vivir plenamente consiste quizás en gestionar lo que nos es ajeno, y que vivir menos es reafirmarnos en la que ya somos y sabemos. Aceptemos por tanto las contradicciones cómo oportunidades de hacernos mayores y más grandes, lo que nunca serán, por más que se empeñen, los ñus ni las cebras atravesando (huyendo más bien) por el Serenguetti adelante. Sentir nuestra piel que se nos escapa por más que nuestras manos la acaricien, y huyan sin saberlo a regiones nunca evidentes, dónde la esperanza es lo último que se pierde. Saber así de nuestras limitaciones, cuándo quisiéramos ser lo que nuestras acuarelas, puestos a ello, nunca podrían demostrar. Quedarse en aguafuertes, esbozos de lo que podría ser y que, sin embargo, no nos alcanza para hacernos mejores ni más felices, Aceptar, en fin, que no por decir quiero, todo sucederá como deseamos, y que la herida en nuestro costado nunca nos abandona, pues es algo inherente a nuestra naturaleza, que con tanta frecuencia queremos negar. Incluso Cristo tuvo que pasar por tal experiencia. Esta es pues mi opinión en lo que hace al tema referido, si lo he entendido correctamente, claro está.
(Sin comentarios)

miércoles, 14 de agosto de 2019

MUNDOSS

Benjamín se puso malo de la noche a la mañana. Hasta ese momento su salud había sido magnífica, hasta el punto que muchos de sus vecinos no podían evitar decirle cuando le veían “Qué buen aspecto tiene, Benjamín” o “Benjamín, cada día le encuentro mejor. Ese color. Esa vitalidad”, y cosas parecidas. Y que conste que Benjamín era una persona especial y sobre todo muy reservada, que en principio no parecía prestarse a tales familiaridades. Pero un día cualquiera, inesperadamente, nuestro hombre cambió radicalmente, una transformación súbita que alertó incluso a los menos documentados: mucho más delgado y con la tez amarillenta, lo que enseguida hizo pensar en un problema de hígado. Pero de hígado, nada de nada, pues después de los análisis pertinentes, el médico le dijo que tenía el hígado estupendamente. “Tiene usted el hígado más fresco que una lechuga” fueron exactamente sus palabras, algo a considerar teniendo en cuenta que el doctor era además vegetariano y sabía de lo que hablaba. Así que la investigación debió orientarse en otro sentido, pero fue inútil. De acuerdo con todo tipo de análisis, resonancias magnéticas, escáneres, tacs etc, Benjamín estaba completamente sano, a pesar de su aspecto de agonizante.
En plan confidencial, el médico ha informado a su familia-a la de Benjamín, claro está- que no le sorprendería que se maltratara a sí mismo. No que sufriera ataques autolíticos y se infringiera quemaduras, cortes o cualquier tipo de barbaridad por el estilo, tan frecuentes en estos enfermos, sino algún otro trastorno de difícil casuística, en su opinión casi imposible de averiguar. Se trataba sobre todo de su firme voluntad de “estar mal”, una especie de venganza frente por razones para él absolutamente desconocidas. Algo así como si con su aspecto tratara de agredir al mundo causante de su infelicidad: “no estoy de acuerdo con vosotros, así que ahora veis el estado de postración en que me encuentro y os jodéis”. Unos ataques de auténtica mala hostia, en resumidas cuentas, de los que, al menos en apariencia él era su primera víctima. El vecindario incomprensiblemente pareció aceptar su culpabilidad y para quitársela de encima está empezando a urdir un posible “ajuste de cuentas”, que haga inútil los esfuerzos del interfecto para maltratarles. La opinión mayoritaria es que para llevarlo a cabo lo mejor sería utilizar un arma blanca, a pesar de lo aparatoso del resultado, al dejar muchos restos y la necesidad imperiosa de un equipo de pintores en el lugar de autos.

MUNDOS

El mundo puede ser considerado en su totalidad como una esfera rocosa de consistencia variable, desplazándose por el cosmos a una velocidad uniforme, siguiendo una trayectoria regular alrededor de una estrella de tamaño medio, llamada Sol, mientras gira sobre si misma con una rotación también uniforme. Tiene una serie de características estudiadas con bastante precisión en los libros de astronomía, geodesia, topografía y física, aunque no sea este el lugar más apropiado para detallarlas. Destaca, sin embargo la existencia en su interior de un núcleo metálico muy denso, que origina alrededor del planeta un campo magnético intenso que repele con éxito la radiación solar, originándose con relativa frecuencia en la proximidad de los llamados polos, un bonito espectáculo de luz y color conocido como aurora boreal. En este llamativo marco tuvo lugar, un fenómeno sorprendente llamado “vida”, algo que se vio muy favorecido por la existencia de un elemento que resultó decisivo a tales efectos, y que hoy se conoce con el nombre de agua.
Los seres que por sus cualidades básicas han sido naturalmente llamados “vivos”, son unos elementos bien diferenciados del resto de la materia por algunas características estudiadas profusamente en algunos tratados de biología y otras ciencias afines, pero que aquí solo consideraremos someramente. Baste decir que casi todos tienen una característica en común, su movilidad, es decir, la facultad de trasladarse de un punto A a otro B mediante determinado sistema de propulsión propio. De todas maneras, quizás lo más llamativo de los seres vivos es que solo lo son durante un período determinado de tiempo, tras el cual pasarán de nuevo a formar parte de la llamada materia inerte, de la que salieron mediante un complicado proceso que concluyó con la creación de los denominados aminoácidos y proteínas, estudiados con detalle en los tratados de bioquímica. Y ya que lo hemos mencionado, quizás sea este el lugar adecuado para afirmar que se ha comprobado que el origen de la vida tuvo lugar con casi total certeza en el agua, mediante procesos que al parecer implican al componente magmático de los estratos más profundos del planeta. Existen otras teorías en las que se considera que dicho fenómeno ha podido ser importado a la Tierra desde el espacio exterior por medio de cometas o meteoritos.
De la misma manera, hoy en día es de conocimiento general que en dichas aguas, que componen las dos terceras partes de la superficie del planeta, viven unos seres a los que se ha dado en
denominar peces, y con los que siguiendo el razonamiento inicial, nos unen ciertos lazos aunque no resulten del todo evidentes en una aproximación a simple vista. El besugo, por razones que todo el mundo conoce, es uno de ellos. Hay que tener en cuenta para aceptarlo, que desde la aparición de la primera bacteria o de los organismos procariotas hasta hoy, han transcurrido la friolera de tres mil quinientos millones de años, a ojo de buen cubero. En el mar, que así ha sido denominada la acumulación de agua, no solo hay peces, sino que abundan otros tipos de seres de los que solo daremos dos ejemplos: mamíferos y celentéreos. El componente no acuoso es llamado tierra, y en la misma también tiene lugar en la actualidad una profusión de vida, diversificada en una enorme cantidad de especies, entre las cuales parece evidente que existimos nosotros, seres humanos, llamados así porque procedemos del “humus”, al que regresaremos una vez cumplido nuestro ciclo vital. Una de nuestras características, que se hace evidente en la mera existencia de esta hoja de papel, es nuestra facultad de escribir a máquina o similar, utensilio que pone en evidencia cualidades de orden superior que nos facultan para construir herramientas.
El ser humano, según algunos integrantes de esta especie, es al parecer la obra magna de la naturaleza, y su característica más sorprendente es su capacidad para tener conciencia de si mismo, algo que en ocasiones es motivo de grandes alegrías y en otras de profundas tristezas, momentos en los cuales, determinados de entre ellos se entregan a extraños rituales, como podrían ser, respectivamente, la asistencia masiva a espectáculos deportivos y la construcción de fonemas en determinado orden, dando lugar a la llamada poesía, muy incomprendida en bastantes ocasiones. De ninguna de ambas actividades disfrutan, por ejemplo, los rumiantes, pudiendo ser esa una de las razones por los que habitualmente los vemos pacer sosegadamente en los campos ajenos a tales aficiones, pero capaces de alcanzar un estado próximo a la felicidad absoluta, según Nietzsche. También existe una enorme cantidad de seres humanos que creen que han sido creados y mantenidos con vida por un Ser Superior al que llaman Dios, alguien al parecer extraordinario, aunque no se manifieste de ninguna manera y nadie le haya visto. Estos seres, por otro lado, imbuidos de una gran inteligencia, han llegado a pensar que, dada su superioridad, quizás la última finalidad del universo haya sido el hecho de que ellos mismos existan, concepto no muy alejado del denominado “principio antrópico”. Lo cierto es que han proliferado enormemente sobre la superficie de la Tierra, hasta el punto que, a pesar de su considerable tamaño, compiten con las prolíficas ratas, aunque quedan bastante por detrás de los llamados insectos, cuyo peso en millones de kilos es equiparable al del continente africano.
Aunque como se dijo al principio una de las características fundamentales de los seres vivos es su capacidad de movimiento, entre los hombres hay quienes deciden permanecer quietos y rehúsan realizar un gasto mínimo de energía en tal sentido. Sobre todo a cierta edad, hay sujetos
atacados de determinadas patologías, que deciden sentarse en una silla y permanecer de tal guisa hasta la hora de dormir, lo que en general no le agradecen sus allegados, pues llegan a constituirse en un incordio. Capítulo aparte merecen dos subtipos, los catatónicos y los encamados. Los primeros, sujetos a procesos mentales internos de difícil casuística, han decidido no moverse en absoluto y, normalmente, mirar a un punto fijo con la mente abstraída vaya usted a saber donde. Los segundos se han hecho fuertes en la cama, de la que no se mueven, y aunque haya profesionales que les tachan de deprimidos profundos, hay quienes lo aprovechan para llevar una vida fecunda dedicada a la escritura y los juegos de azar. Finalmente existe otro tipo, por lo general enmascarado entre el público general, que se dedica a la contemplación, y con cierta dedicación es posible verlos en terrazas, cafeterías o lugares adecuados, contemplando sus alrededores con verdadero interés. Entre ellos destacan los oteadores de horizontes, empeñados en que su contemplación acabará retribuyéndoles de alguna manera, como si tras el mismo, improvisadamente, pudiera tener lugar algún tipo de parusía o el advenimiento de lo que llevan esperando largo tiempo, sea tal cosa lo que fuere. El mundo, sin embargo, parece permanecer ajeno a estos pormenores y no se desvía lo más mínimo de su eclíptica, sabedor posiblemente de la inutilidad de los cambios de trayectoria, aunque los electrones dentro del átomo no sean de la misma opinión.