“Todo es posible aunque no tan probable”, esa fue la máxima que me
vino a la cabeza ayer en el preciso momento de acostarme. Luego tuve
unos sueños muy desagradables, que por la mañana al tratar de
recordarlos nada parecían tener que ver con la máxima mencionada. Y digo
máxima porque me gusta dar cierto empaque a cualquiera de mis
elucubraciones mentales, digámoslo así para terminar. Pretencioso que
debe ser uno, qué le vamos a hacer.
Los sueños en
cuestión por otro lado no son fáciles de describir, y de ahí la
dificultad de ponerlos por escrito. Pueden ustedes, sin embargo, echar
mano de las experiencias menos favorecedoras que puedan haber tenido en
sus vidas y darán en el clavo. Como mínimo se tratará de eso, sino de
algo peor. No encuentro las palabras para describir situaciones tan
horrísonas. Quizás hacer alusión al fuego eterno o al mal de ausencia, y
espero que ustedes si tienen mi edad aproximadamente, recuerden lo que
nos enseñaron en el catecismo del padre Astete durante los duros años de
nuestro bachillerato. Llegados aquí, espero que no hayan olvidado que
se trataba de un país y una situación en la que quienes no creían lo que
decía el catecismo eran fusilados sin contemplaciones. Ojo: hay
ocasiones las metáforas tienen tanto valor como las realidades. Espero
que tal hecho no les pase desapercibido. Y realidades las hubo, seamos
consecuentes, hubo quienes fueron fusilados literalmente en los
descampados de las afueras de cualquier pueblucho (o de la capital, por
cierto). O lo había sido en el campo de batalla, aunque con mucha más
alharaca. La puesta en escena no tiene en esos momentos demasiada
importancia. Por aquel entonces, y espero que estén ustedes de acuerdo,
todo se resolvía (o solventaba, a elegir) mediante la siguiente regla
del tres “quien no está conmigo está contra mí”. Así, con dos cojones.
Sin ninguna matización, alternativa o considerando a sensu contrario. Ya
sé que esto de echar mano del posible maniqueísmo de nuestros mayores
es un recurso demasiado manido, pero ustedes me dirán dados los
antecedentes que usted conoce muy bien. Y si los vivió, los conoce al
dedillo, seamos rigurosos.
El fusilamiento siempre ha
sido un recurso extremo, es cierto, y en su contra siempre se puede
argumentar que su práctica a mansalva hace que disminuya el número de
habitantes de un lugar de una manera alarmante. Pero también se ahorra
uno una cantidad importante de desayunos. Seamos sinceros (¿francos?).
Que en función de lo mismo pueda disminuir el PIB nacional de una forma
escandalosa ya es otro cantar, siempre nos quedará la posibilidad de un
ascetismo riguroso, como después de todo siempre nos han recomendado los
anacoretas y los habitantes de los cenobios. Y la Santa Madre Iglesia,
por cierto, cuando aún se merecía los esos adjetivos.
El hecho sin embargo persiste, y los sueños no tienen forzosamente
que estar relacionados con el último pensamiento que nos asaltó en el
momento de meternos en la cama. La noche, sin embargo, tiene sus propios
mecanismos y gestiona el funcionamiento de nuestras neuronas como le
vine en gana. Es una anarquista inconfesa. Los atardeceres, sin embargo,
son otra cosa que se presta como mucho a la melancolía y las barbacoas,
algo desde luego, no tan grave. Quizás sea la mejor opción, permanecer
en esa penumbra de los atardeceres en los que como mínimo sabemos que
el sol volverá con la promesa de un nuevo día. Y quien sabe si las cosan
van a transcurrir de forma muy diferente dorénavant (por aquello del
empaque).
No hay comentarios:
Publicar un comentario