lunes, 2 de septiembre de 2019

CATECISMOS

“Todo es posible aunque no tan probable”, esa fue la máxima que me vino a la cabeza ayer en el preciso momento de acostarme. Luego tuve unos sueños muy desagradables, que por la mañana al tratar de recordarlos nada parecían tener que ver con la máxima mencionada. Y digo máxima porque me gusta dar cierto empaque a cualquiera de mis elucubraciones mentales, digámoslo así para terminar. Pretencioso que debe ser uno, qué le vamos a hacer.
Los sueños en cuestión por otro lado no son fáciles de describir, y de ahí la dificultad de ponerlos por escrito. Pueden ustedes, sin embargo, echar mano de las experiencias menos favorecedoras que puedan haber tenido en sus vidas y darán en el clavo. Como mínimo se tratará de eso, sino de algo peor. No encuentro las palabras para describir situaciones tan horrísonas. Quizás hacer alusión al fuego eterno o al mal de ausencia, y espero que ustedes si tienen mi edad aproximadamente, recuerden lo que nos enseñaron en el catecismo del padre Astete durante los duros años de nuestro bachillerato. Llegados aquí, espero que no hayan olvidado que se trataba de un país y una situación en la que quienes no creían lo que decía el catecismo eran fusilados sin contemplaciones. Ojo: hay ocasiones las metáforas tienen tanto valor como las realidades. Espero que tal hecho no les pase desapercibido. Y realidades las hubo, seamos consecuentes, hubo quienes fueron fusilados literalmente en los descampados de las afueras de cualquier pueblucho (o de la capital, por cierto). O lo había sido en el campo de batalla, aunque con mucha más alharaca. La puesta en escena no tiene en esos momentos demasiada importancia. Por aquel entonces, y espero que estén ustedes de acuerdo, todo se resolvía (o solventaba, a elegir) mediante la siguiente regla del tres “quien no está conmigo está contra mí”. Así, con dos cojones. Sin ninguna matización, alternativa o considerando a sensu contrario. Ya sé que esto de echar mano del posible maniqueísmo de nuestros mayores es un recurso demasiado manido, pero ustedes me dirán dados los antecedentes que usted conoce muy bien. Y si los vivió, los conoce al dedillo, seamos rigurosos.
El fusilamiento siempre ha sido un recurso extremo, es cierto, y en su contra siempre se puede argumentar que su práctica a mansalva hace que disminuya el número de habitantes de un lugar de una manera alarmante. Pero también se ahorra uno una cantidad importante de desayunos. Seamos sinceros (¿francos?). Que en función de lo mismo pueda disminuir el PIB nacional de una forma escandalosa ya es otro cantar, siempre nos quedará la posibilidad de un ascetismo riguroso, como después de todo siempre nos han recomendado los anacoretas y los habitantes de los cenobios. Y la Santa Madre Iglesia, por cierto, cuando aún se merecía los esos adjetivos.
El hecho sin embargo persiste, y los sueños no tienen forzosamente que estar relacionados con el último pensamiento que nos asaltó en el momento de meternos en la cama. La noche, sin embargo, tiene sus propios mecanismos y gestiona el funcionamiento de nuestras neuronas como le vine en gana. Es una anarquista inconfesa. Los atardeceres, sin embargo, son otra cosa que se presta como mucho a la melancolía y las barbacoas, algo desde luego, no tan grave. Quizás sea la mejor opción, permanecer en esa penumbra de los atardeceres en los que como mínimo sabemos que el sol volverá con la promesa de un nuevo día. Y quien sabe si las cosan van a transcurrir de forma muy diferente dorénavant (por aquello del empaque).

No hay comentarios:

Publicar un comentario