APOSTASÍA DEL RENCOR
I
Usted y yo nos conocimos
hace ya mucho tiempo, y no me negará, al menos, que usted siempre dijo lo que
quiso decir, lo que le vino en gana. Fue fiel a su vida antes de conocernos,
porque después de todo debo manifestar que a pesar de lo anterior, ya ambos
habíamos cumplido los cincuenta años. O casi. Medio siglo, toda una vida, toda
una eternidad. Y que conste que nuestros antecedentes eran bastante parecidos:
familia media ortodoxa y de buenas costumbres burguesas. O lo que es lo mismo:
familia de vencedores. Pero por razones que ni siquiera conozco, en algún
momento yo por mi parte me planteé algo que usted no pudo o no quiso hacer. Ser
un privilegiado no se elige. Sucede y
reconocerlo es, cómo poco, señal de buena cuna. Me esforcé sin duda para
salir adelante, pero también tuve buena suerte, y algunas de las razones ya han
sido esbozadas. Eso al menos los que no la tuvieron sabrán reconocerlo. Afortunadamente no se trata para nada de
estar desaparecido en las cunetas sino de todo lo contrario, pasear
tranquilamente sobre ellas porque la vida nos sonrió por puro azar, sin que ni
usted ni yo interviniéramos para nada. Con la lluvia y con el sol sucede algo
parecido, y nada ni nadie puede detenerlos. Estarles agradecidos cuando se los
necesita no solo es un síntoma de cordura sino de buen corazón. Ellos al menos
son honestos.
II
Algo habrás hecho,
cabrón, hijo de puta, cuando te buscan. La verdad finalmente resplandecerá y
tendrás tu merecido. Es muy fácil hablar pero aún lo es más reconocer que lo
dicho puede tener sus consecuencias. Y ese será tu sino por mucho que te
escondas. La verdad no puede ocultarse eternamente y tu infamia acabará
reconociéndose, y la bestia que te habita saldrá por fin a la luz. Y será
inútil que se vista con la piel del cordero. Hijo de puta, dije, y me quedé
corto, porque no se puede cometer mayor infamia que traicionar los dictados de
la propia sangre. La de los tuyos, que llegado el momento sabrán devolverte al
lugar que tratas de evitar. El páramo donde acaban todos los traidores. Los grandes cementerios bajo la luna, que
dijo el poeta equivocado en un rapto de cínico lirismo. Porque para ti, debes
saberlo, ni siquiera la luna tendrá
misericordia.
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