Ernesto se despertó y lo primero de lo que se dio cuenta fue que le
dolía la cabeza. De hecho, de que le dolía mucho la cabeza. No era algo
frecuente, pero lo cierto es que en las ocasiones en las que bebía
más de la cuenta ya le había pasado. Incluso, con los años, que le
pasara era bastante habitual. Esta vez, sin embargo, lo especial, lo
verdaderamente nuevo, era que no le dolía exactamente la cabeza, sino el
lugar donde solía tenerla, que como se puede comprender fácilmente, no
es lo mismo. Es decir, su verdadera sensación, siendo más precisos, fue
que no tenía cabeza, sino un sitio ahí arriba donde se suponía que antes
estaba la cabeza. Se asustó bastante pero no hizo nada. Pudo haber
alargado la mano y tocarla para comprobarlo, pero no lo hizo: tuvo miedo
de no encontrarla, y que en el lugar donde se suponía que debía estar
(y no está de más recordar que le dolía mucho) no hubiera nada. Que allí
solo existiese un revoltijo de ideas y sensaciones. Un sitio que puede
doler, pero que en realidad no existe.
Por
otro lado, casi simultáneamente, se dio cuenta de que tenía la boca muy
pastosa, algo bastante habitual cuando la noche anterior uno se ha
pasado con el alcohol, pero en esta ocasión, lo diferente era que su
boca se había convertido también en otra cosa. Su boca no era
exactamente su boca, y por más que con su lengua intentara sentir el
paladar, no podía. Su forma cóncava por la que podía deslizarla
habitualmente, no era precisamente cóncava sino que daba la sensación de
haberse convertido en algo esférico. Esta sensación tan rara se sumó
de inmediato a su extrañeza por el hecho descrito en el párrafo
anterior. Por lo tanto, si ni su cabeza era verdaderamente su cabeza ni
su boca era verdaderamente su boca, ¿quién era él, entonces? A lo mejor
en el transcurso de aquellas horas desde que se acostó, él, Ernesto, la
persona bajo cuya apariencia se presentaba ante los demás (¡y ante sí
mismo, ojo!) ya no existía. Era otra cosa que no podía precisar: un
cúmulo de sensaciones desagradables que empezaban a angustiarle
profundamente.
Intentó calmarse cerrando
los ojos (los había abierto un instante poco antes), diciéndose que solo
se trataba de un mal sueño, de una pesadilla que se desvanecería en
cuanto se despertara definitivamente. Pero sus ojos no respondieron a
sus deseos, y fue consciente de que en realidad tampoco eran exactamente
sus ojos. Al menos, no los de siempre, pues solo podía percibir una
tenue luz blanca, aunque ni siquiera blanca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario