Para nuestra sorpresa, la semana
pasada, precisamente el jueves cuando ya estábamos a punto de irnos del casino,
Laureana se ha presentado de improviso y nos ha comunicado literalmente que “ya estaba de vuelta”. Ante la
perplejidad de todos y las protestas de algunos que se han quejado de que cosas así no se hacen, ha manifestado
que tenía que pasar por un proceso,
uno de cuyos requisitos básicos era iniciarlo sin que nadie lo supiera. Y a
partir de ese momento han sido inútiles todas las preguntas que se le han
hecho: era algo absolutamente privado que podría no tener ninguna gracia si se
desvelaba. Se trataba de algo personal e íntimo de lo que nadie tenía que
enterarse y que, después de todo, a nadie interesaba. A pesar de nuestra
curiosidad decepcionada, cuando poco después nos hemos despedido, ha sido
evidente que el grupo se ha sentido aliviado con el regreso de Laureana, como
si su vuelta le hubiera devuelto la sensación de recobrar su verdadero ser, valga la pedantería.
A partir del día
siguiente las tertulias han vuelto a ser lo que eran, y las peroratas de Laureana sobre sus temas
habituales, o sus silencios prolongados, constituyeron de nuevo su auténtico
núcleo. De todas maneras no nos habían pasado por alto algunas variaciones en
el interés de Laureana por otros
temas a los que antes apenas prestaba
atención o lo hacía mínimamente, por ejemplo el fútbol y los deportes en general. Si antes apenas
sabía que el entrenador del Real Madrid era un tal Zidane (un medio moro, dijo alguna vez, con lo que
hacía evidente su veta racista) y que Rafa Nadal era el mejor tenista, ahora se
alargaba en comentarios sobre el primero asegurando que “nunca segundas partes
fueron buenas”, y sobre el segundo afirmando que con tras su boda iba a caer en
picado al no poder dar el 100% de su energía a su profesión (y no lo digo por la cama, puntualizó, que de eso ya
habría antes, sino por el hecho de estar pendiente todo el rato de otra persona).
Lo más notable, sin embargo, no fue su nuevo interés por este tipo de asuntos
sino por su aspecto, pues desde que regresó no volvió a ponerse falda, que sin
duda resaltaba su habitual coquetería femenina, sino unos amplios pantalones
que apenas dejaban adivinar sus formas de real
hembra. A partir de ese día se volvieron a destapar entre nosotros todo
tipo de conjeturas sobre su verdadera identidad, algo que se inició cuando
Ramiro afirmó con convicción que para él era evidente que le estaba cambiando
la voz, soltando de vez en cuando unos gallos sorprendentes, y desde luego más
propios de un bajo que de una soprano, valga la metáfora. Tal afirmación si
debo ser sincero, no nos cogió de improviso, y enseguida siguieron otras opiniones
en el mismo sentido. Ricardo nos dijo que nos fijáramos en su cuello, pues a él
no le había pasado desapercibido una cierta prominencia en el mismísimo lugar donde los varones suelen tener la que
es popularmente conocida como “nuez”. Y ya para colmo, dado nuestro afecto nada
condicional por Laureana, tuvimos que reconocer que era cierto que por encima
del labio superior le había salido una pelusilla oscura, que no pocos chicos
adolescentes quisieran para sí en esa edad tan ambigua, cuando los varones
empiezan “a echar pelo” al ritmo de una testosterona descontrolada.
La verdad ha sido que a partir de esos indicios (o algo más que
indicios) nos han dejado perplejos y un tanto paralizados, pues no sabemos cómo
tratar a esa mujer (¿). En cierta medida nos sentimos culpables, pues consideramos
que en todo ello podía haber influido nuestra actitud y comportamiento un tanto
machunos con ella, los que podía
haber intervenido definitivamente en su decisión de iniciar su famoso proceso, que de no detenerse pronto
podían convertir a nuestra adorable Laureana en un representante típico de la
fauna viril carpetovetónica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario