lunes, 2 de diciembre de 2019

Laureana revival I


Para nuestra sorpresa, la semana pasada, precisamente el jueves cuando ya estábamos a punto de irnos del casino, Laureana se ha presentado de improviso y nos ha comunicado literalmente que “ya estaba de vuelta”. Ante la perplejidad de todos y las protestas de algunos que se han quejado de que cosas así no se hacen, ha manifestado que tenía que pasar por un proceso, uno de cuyos requisitos básicos era iniciarlo sin que nadie lo supiera. Y a partir de ese momento han sido inútiles todas las preguntas que se le han hecho: era algo absolutamente privado que podría no tener ninguna gracia si se desvelaba. Se trataba de algo personal e íntimo de lo que nadie tenía que enterarse y que, después de todo, a nadie interesaba. A pesar de nuestra curiosidad decepcionada, cuando poco después nos hemos despedido, ha sido evidente que el grupo se ha sentido aliviado con el regreso de Laureana, como si su vuelta le hubiera devuelto la sensación de recobrar su verdadero ser, valga la pedantería.
                        A partir del día siguiente las tertulias han vuelto a ser lo que eran, y  las peroratas de Laureana sobre sus temas habituales, o sus silencios prolongados, constituyeron de nuevo su auténtico núcleo. De todas maneras no nos habían pasado por alto algunas variaciones en el interés de  Laureana por otros temas  a los que antes apenas prestaba atención o lo hacía mínimamente, por ejemplo el fútbol y  los deportes en general. Si antes apenas sabía que el entrenador del Real Madrid era un tal Zidane (un medio moro, dijo alguna vez, con lo que hacía evidente su veta racista) y que Rafa Nadal era el mejor tenista, ahora se alargaba en comentarios sobre el primero asegurando que “nunca segundas partes fueron buenas”, y sobre el segundo afirmando que con tras su boda iba a caer en picado al no poder dar el 100% de su energía a su profesión (y no lo digo por la cama, puntualizó, que de eso ya habría antes, sino por el hecho de estar pendiente todo el rato de otra persona). Lo más notable, sin embargo, no fue su nuevo interés por este tipo de asuntos sino por su aspecto, pues desde que regresó no volvió a ponerse falda, que sin duda resaltaba su habitual coquetería femenina, sino unos amplios pantalones que apenas dejaban adivinar sus formas de real hembra. A partir de ese día se volvieron a destapar entre nosotros todo tipo de conjeturas sobre su verdadera identidad, algo que se inició cuando Ramiro afirmó con convicción que para él era evidente que le estaba cambiando la voz, soltando de vez en cuando unos gallos sorprendentes, y desde luego más propios de un bajo que de una soprano, valga la metáfora. Tal afirmación si debo ser sincero, no nos cogió de improviso, y enseguida siguieron otras opiniones en el mismo sentido. Ricardo nos dijo que nos fijáramos en su cuello, pues a él no le había pasado desapercibido una cierta prominencia en el mismísimo  lugar donde los varones suelen tener la que es popularmente conocida como “nuez”. Y ya para colmo, dado nuestro afecto nada condicional por Laureana, tuvimos que reconocer que era cierto que por encima del labio superior le había salido una pelusilla oscura, que no pocos chicos adolescentes quisieran para sí en esa edad tan ambigua, cuando los varones empiezan “a echar pelo” al ritmo de una testosterona descontrolada.
       La verdad ha sido que a partir de esos indicios (o algo más que indicios) nos han dejado perplejos y un tanto paralizados, pues no sabemos cómo tratar a esa mujer (¿). En cierta medida nos sentimos culpables, pues consideramos que en todo ello podía haber influido nuestra actitud y comportamiento un tanto machunos con ella, los que podía haber intervenido definitivamente en su decisión de iniciar su famoso proceso, que de no detenerse pronto podían convertir a nuestra adorable Laureana en un representante típico de la fauna viril carpetovetónica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario