…después de todo amamos (o lo que usted entienda por un afecto que
pueda parecérsele) a quien nos reconoce, tanto si es porque cumple con
las expectativas que en él o ella depositamos como si, frustrándolas,
coincide con algún aspecto que nos favorece. Es imposible amar a quien
no coincide con nosotros en algo que necesitamos perentoriamente.
Tanto sea la abundancia de un vello profuso y ensortijado en el pecho
rebasando la camisa, como que rían nuestras gracias, aunque no la
tengan en absoluto. Podemos amar a un enano con cascabeles o a un
gigante desabrido fuera se sí, siempre que nos devuelvan una imagen que
nos reafirme y aumente nuestra autoestima. Y si no fuera de esta
manera, deberíamos examinar el caso con detenimiento, pues más allá de
un masoquismo en ciernes, existe también la posibilidad de una querencia
por el regreso de la esclavitud, y con ello el descubrimiento del
tirano que nos habita ¿Qué otra razón podría haber si no fuera, in
extremis, la imperiosa necesidad de darles el pecho? Por otro lado
¿cómo querer a un presumible hijo puta que nos destroza la vida o como
mínimo nos zahiere con su incomprensión? Hete aquí un problema que ni
los ordenadores más evolucionados podrían resolver, pues guiándose por
el simplismo de los considerandos aristotélicos, sólo llegarían a
resoluciones sencillas, pero sobre todo erróneas. It is to say:
naveguemos por mares procelosos, que en su profundidad nos aporten
soluciones que escapen a la mera regla del tres. Esas, y no otras
fueron las fórmulas que para nuestra ventura o desgracia, nos hicieron
descender de los árboles y aventurarnos en la sabana, rebosante como
mínimo de leones, hienas y otras alimañas. Libemos pues el néctar, la
ambrosía que subyace a toda enajenación, pues nadie se presta a desmanes
que no hace suyos de alguna manera. Aceptemos que, a nuestro pesar, la
historia, la nuestra incluida, no se escribe con las palabras que un día
pretendimos, por más que nos pese. Que vivir plenamente consiste quizás
en gestionar lo que nos es ajeno, y que vivir menos es reafirmarnos en
la que ya somos y sabemos. Aceptemos por tanto las contradicciones cómo
oportunidades de hacernos mayores y más grandes, lo que nunca serán,
por más que se empeñen, los ñus ni las cebras atravesando (huyendo más
bien) por el Serenguetti adelante. Sentir nuestra piel que se nos
escapa por más que nuestras manos la acaricien, y huyan sin saberlo a
regiones nunca evidentes, dónde la esperanza es lo último que se pierde.
Saber así de nuestras limitaciones, cuándo quisiéramos ser lo que
nuestras acuarelas, puestos a ello, nunca podrían demostrar. Quedarse
en aguafuertes, esbozos de lo que podría ser y que, sin embargo, no nos
alcanza para hacernos mejores ni más felices, Aceptar, en fin, que no
por decir quiero, todo sucederá como deseamos, y que la herida en
nuestro costado nunca nos abandona, pues es algo inherente a nuestra
naturaleza, que con tanta frecuencia queremos negar. Incluso Cristo tuvo
que pasar por tal experiencia. Esta es pues mi opinión en lo que hace
al tema referido, si lo he entendido correctamente, claro está.
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