lunes, 19 de agosto de 2019

IT IS TO SAY

…después de todo amamos (o lo que usted entienda por un afecto que pueda parecérsele) a quien nos reconoce, tanto si es porque cumple con las expectativas que en él o ella depositamos como si, frustrándolas, coincide con algún aspecto que nos favorece. Es imposible amar a quien no coincide con nosotros en algo que necesitamos perentoriamente. Tanto sea la abundancia de un vello profuso y ensortijado en el pecho rebasando la camisa, como que rían nuestras gracias, aunque no la tengan en absoluto. Podemos amar a un enano con cascabeles o a un gigante desabrido fuera se sí, siempre que nos devuelvan una imagen que nos reafirme y aumente nuestra autoestima. Y si no fuera de esta manera, deberíamos examinar el caso con detenimiento, pues más allá de un masoquismo en ciernes, existe también la posibilidad de una querencia por el regreso de la esclavitud, y con ello el descubrimiento del tirano que nos habita ¿Qué otra razón podría haber si no fuera, in extremis, la imperiosa necesidad de darles el pecho? Por otro lado ¿cómo querer a un presumible hijo puta que nos destroza la vida o como mínimo nos zahiere con su incomprensión? Hete aquí un problema que ni los ordenadores más evolucionados podrían resolver, pues guiándose por el simplismo de los considerandos aristotélicos, sólo llegarían a resoluciones sencillas, pero sobre todo erróneas. It is to say: naveguemos por mares procelosos, que en su profundidad nos aporten soluciones que escapen a la mera regla del tres. Esas, y no otras fueron las fórmulas que para nuestra ventura o desgracia, nos hicieron descender de los árboles y aventurarnos en la sabana, rebosante como mínimo de leones, hienas y otras alimañas. Libemos pues el néctar, la ambrosía que subyace a toda enajenación, pues nadie se presta a desmanes que no hace suyos de alguna manera. Aceptemos que, a nuestro pesar, la historia, la nuestra incluida, no se escribe con las palabras que un día pretendimos, por más que nos pese. Que vivir plenamente consiste quizás en gestionar lo que nos es ajeno, y que vivir menos es reafirmarnos en la que ya somos y sabemos. Aceptemos por tanto las contradicciones cómo oportunidades de hacernos mayores y más grandes, lo que nunca serán, por más que se empeñen, los ñus ni las cebras atravesando (huyendo más bien) por el Serenguetti adelante. Sentir nuestra piel que se nos escapa por más que nuestras manos la acaricien, y huyan sin saberlo a regiones nunca evidentes, dónde la esperanza es lo último que se pierde. Saber así de nuestras limitaciones, cuándo quisiéramos ser lo que nuestras acuarelas, puestos a ello, nunca podrían demostrar. Quedarse en aguafuertes, esbozos de lo que podría ser y que, sin embargo, no nos alcanza para hacernos mejores ni más felices, Aceptar, en fin, que no por decir quiero, todo sucederá como deseamos, y que la herida en nuestro costado nunca nos abandona, pues es algo inherente a nuestra naturaleza, que con tanta frecuencia queremos negar. Incluso Cristo tuvo que pasar por tal experiencia. Esta es pues mi opinión en lo que hace al tema referido, si lo he entendido correctamente, claro está.
(Sin comentarios)

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