Pero a decir
verdad, lo que verdaderamente preocupa de Laureana son sus ausencias. Está allí, es cierto, y puede en algunas ocasiones
intervenir y decir cualquier frivolidad, pero todos somos conscientes de que en
realidad está en otro lugar. Dónde,
ni ella misma lo sabe si fuera preguntada sobre tal hecho. Pero es algo
evidente para pasar inadvertido, téngase en cuenta que nos conocemos hace ya
demasiado tiempo, y entre nosotros nada se nos escapa. Como una gran familia
que a pesar de ignorarse aparentemente, todos están al corriente de todos hasta
en los menores detalles. En cuanto a Laureana concretamente (que, por cierto ¿a
quién se le ocurrió llamarla así?: ella nunca lo dice), cabe, sin embargo,
decir que en esos momentos de ausencia puede a pesar de todo decir algo, y si no exactamente decir, sí
balbucear. Palabras inconexas, frases sin sentido, que no aportan nada en
concreto a la reunión, pero que hacen que todos nos miremos entre sorprendidos
y expectantes ¿Cuál será la palabra o la frase siguiente? Porque hay días en
los que alguna de ellas hace que una vez dicha, todo transcurra para nosotros por unos derroteros
totalmente imprevistos. Quiere decir esto que si el tema tratado hasta ese
momento era la incapacidad de los políticos para pasar de la teoría a la
práctica y hacer creíbles sus decisiones, a partir de ese momento da un giro
imprevisto y de buenas a primeras el tema en cuestión no tiene en absoluto nada
que ver con lo antedicho. Por ejemplo, retomando un asunto tratado con
anterioridad, puede ocurrir que de buenas a primeras nos veamos sumergidos en
un acalorado debate sobre la importancia de la red fluvial para el transporte de
la madera desde los aserraderos río arriba (o selva adentro). Y hablamos de
nuevo del Amazonas, como cualquiera que esté al corriente de los temas que
interesan a Laureana, habrá captado de inmediato.
Pues hasta aquí otra de las
características de esta singular mujer, que a pesar de sus profundos silencios
o sus interminables peroratas, nos sorprende en ocasiones con decires que no
pueden ser fácilmente clasificados en ninguna de las narrativas vulgarmente
tratadas. O sí, podría quizás decirse que se trata de aforismos, máximas,
sentencias, consignas, conceptos o todo lo que usted quiera, pero verdaderamente
nada que hasta ahora haya sido explicado con cierta coherencia en ningún tratado
de términos literarios al uso. Y que conste que para algunos esta
característica de Laureana no es siempre bienvenida, en la medida que suele
actuar como un punto y aparte, casi como una cizalla que cercena el flujo
previo de la conversación que hasta ese momento transcurría de forma
placentera. “Altramuz”, puede exclamar por ejemplo en un momento dado, y todo
da un giro imprevisto, y lo que se trataba del fútbol de aquella tarde- la
mayoría de las veces somos previsibles e incluso vulgares- se ve de repente
inmerso en unas disquisiciones desquiciantes sobre el origen de tal vocablo.
Que si árabe o estrictamente autóctono, o de origen indudablemente cervantino.
La locura. Un desastre que hace que no pocas veces, algunos den por finalizada
la reunión y no pocos, despechados hinchas de cualquiera de los equipos
sobresalientes, abandone el lugar sin ni siquiera despedirse de Laureana.
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