domingo, 20 de octubre de 2019

LAUREANA I


Laureana habla poco, seamos sinceros. E incluso en ocasiones no habla absolutamente nada. Se sienta o se levanta, porque son estas dos de sus actividades más corrientes y apenas abre la boca. Mira hacia aquí o hacia allá según le dé el día, pero permanece callada, prácticamente muda a pesar de que en algunas ocasiones, raramente, esboza una sonrisa o algo que alguien bienintencionado podría calificar de tal.
        Hay ocasiones, sin embargo, en que Laureana es un torrente inagotable, no para de hablar aunque parezca raro, dicho lo dicho, pero esta mujer, si es algo, es contradictoria, eso que quede claro. Y los temas que aborda son muy variados, incluso variopintos, que si esto que si lo otro, que para qué te voy a contar, que mejor me callo (pero de eso nada), etcétera, etcétera. Y en ocasiones, las más de las veces, se alarga con asuntos que nada tienen que ver con la realidad y que dejan a los presentes estupefactos. El monotema, porque de monotemas se suele tratar, suele ser absolutamente exótico y fuera de contexto, como cuando se lía con unas parrafadas inacabables sobre el río Amazonas. O sobre el Orinoco, ojo, que ella es muy de ríos caudalosos, de aguas bravas o muy extendidas, que desde una orilla apenas se divisa a otra. De cocodrilos o saurios, y desde luego de toda la fauna piscícola, empezando por los esturiones, vaya usted a saber por qué, y terminando por los tiburones, aunque en ríos como los mencionados y prácticamente en todos, tales peces sean una rareza a no ser en sus desembocaduras y sus correspondientes estuarios, seamos sinceros una vez más.
          Pues esa es en resumidas cuentas Laureana. Imprevisible y en ocasiones todo lo contrario, algo que hace exclamar al resto del grupo casi al unísono al verla llegar: ahí viene Laureana, vamos a ver con qué pretende hoy llamar nuestra atención. Porque ese es en el fondo la cuestión. Habla y habla sin parar, y cuando habla no le importa lo que dice, es como un torrente después de la tormenta, en el que lo de menos es el qué (no puede sino tratarse de otra cosa) sino la cantidad de agua que arrastra. Y está claro que hablamos de metáforas. Porque dicho lo anterior, resulta evidente que cuando se calla no hay nada que decir. Si acaso hacer algún apunte sobre sus gestos, esa mirada un tanto perdida o algunos ademanes desmayados, como si la vida se le fuera escapando a chorros. Esa y no otro es Laureana para todos cuando algunas tardes nos reunimos en el casino las pocas amistades que nos tratamos en este lugar perdido del mundo. Y digo lugar y quizás exagero. Y digo mundo y exagero sin lugar a dudas, se ponga Laureana como se ponga, que esa es otra canción, si llega a leer esto, que lo dudo.

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