miércoles, 14 de agosto de 2019

MUNDOSS

Benjamín se puso malo de la noche a la mañana. Hasta ese momento su salud había sido magnífica, hasta el punto que muchos de sus vecinos no podían evitar decirle cuando le veían “Qué buen aspecto tiene, Benjamín” o “Benjamín, cada día le encuentro mejor. Ese color. Esa vitalidad”, y cosas parecidas. Y que conste que Benjamín era una persona especial y sobre todo muy reservada, que en principio no parecía prestarse a tales familiaridades. Pero un día cualquiera, inesperadamente, nuestro hombre cambió radicalmente, una transformación súbita que alertó incluso a los menos documentados: mucho más delgado y con la tez amarillenta, lo que enseguida hizo pensar en un problema de hígado. Pero de hígado, nada de nada, pues después de los análisis pertinentes, el médico le dijo que tenía el hígado estupendamente. “Tiene usted el hígado más fresco que una lechuga” fueron exactamente sus palabras, algo a considerar teniendo en cuenta que el doctor era además vegetariano y sabía de lo que hablaba. Así que la investigación debió orientarse en otro sentido, pero fue inútil. De acuerdo con todo tipo de análisis, resonancias magnéticas, escáneres, tacs etc, Benjamín estaba completamente sano, a pesar de su aspecto de agonizante.
En plan confidencial, el médico ha informado a su familia-a la de Benjamín, claro está- que no le sorprendería que se maltratara a sí mismo. No que sufriera ataques autolíticos y se infringiera quemaduras, cortes o cualquier tipo de barbaridad por el estilo, tan frecuentes en estos enfermos, sino algún otro trastorno de difícil casuística, en su opinión casi imposible de averiguar. Se trataba sobre todo de su firme voluntad de “estar mal”, una especie de venganza frente por razones para él absolutamente desconocidas. Algo así como si con su aspecto tratara de agredir al mundo causante de su infelicidad: “no estoy de acuerdo con vosotros, así que ahora veis el estado de postración en que me encuentro y os jodéis”. Unos ataques de auténtica mala hostia, en resumidas cuentas, de los que, al menos en apariencia él era su primera víctima. El vecindario incomprensiblemente pareció aceptar su culpabilidad y para quitársela de encima está empezando a urdir un posible “ajuste de cuentas”, que haga inútil los esfuerzos del interfecto para maltratarles. La opinión mayoritaria es que para llevarlo a cabo lo mejor sería utilizar un arma blanca, a pesar de lo aparatoso del resultado, al dejar muchos restos y la necesidad imperiosa de un equipo de pintores en el lugar de autos.

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