En opinión de la mayoría, Claudio era, simplemente, el mejor. Y no
digamos nada de su propia opinión, que superaba con creces a la
anterior. Según él mismo, era tan sobradamente el mejor, que en
ocasiones no podía aguantarse y tenía que tomar alguna decisión de
inmediato para salir del atolladero. Y decía atolladero en el sentido
casi literal del término, cómo el lugar donde, de continuar, podía
sufrir problemas gravísimos, incluso el definitivo, que no se menciona
aquí explícitamente porque está en la mente de todo el mundo, valga la
cacofonía. Para salir del impasse que su excelencia suprema le causaba,
Claudio solía poner en marcha dos recursos que tenía bien aprendidos
desde la adolescencia, por razones que tampoco vale la pena
especificar, pero que a poco que se piense no son demasiado difíciles de
adivinar. Quien más quien menos tiene idea a estas alturas de la vida
de dos hechos que se suelen practicar en la adolescencia en calidad de
varón: las duchas de agua fría y salir corriendo a todo gas (o poner
pies en polvorosa). Y eso es lo que continuaba haciendo Claudio a
cualquier hora del día o de la noche, cuando percibía que estaba a punto
de sufrir un ahogo: a la ducha de inmediato o a correr a la calle. Y
con frecuencia ambas cosas, una después de la otra sin solución de
continuidad, pues como es de todos sabido, ambas actividades se
retroalimentan.
Claro que la pregunta a estas alturas de
la información sobre las actividades de Claudio podía ser en qué área
este hombre era tenido por el mejor (por sí mismo y por los demás). Y lo
sorprendente resultaba ser, a poco que se indagase, que su excelencia
era polivalente. Es decir se le consideraba como el mejor en cualquier
aspecto que se pudiese considerar. En matemáticas, literatura,
filosofía, historia sagrada y, resumiendo, en todas las materias de
cualquier carrera superior que se tuviese a bien considerar. Y además, y
esto era lo más sorprendente, en cualquier tipo de actividad deportiva
que hubiese sido admitida en los Juegos Olímpicos celebrados hasta la
fecha. Y en ese campo, a pesar de su poca estatura, específicamente en
los saltos de altura y pértiga. Y si no fuese exactamente así, la
opinión generalizada era porque Claudio no se había puesto
verdaderamente a ello. Por otro lado también es cierto que en su fuero
interno en algunas ocasiones pensaba que eso se tenía que acabar algún
día, porque la hiperactividad de sus lóbulos cerebrales le causaba tal
agitación y desasosiego que incluso por las noches se levantaba y
trataba de resolver las conjeturas matemáticas más complejas aunque no
viniera en absoluto a cuento y nadie se lo hubiera pedido (hasta ahí
podíamos llegar).
La situación en la actualidad es grave y sus
familiares y allegados han decidido que de alguna manera deben
intervenir para que la vida de Claudio se haga más vivible, valga el
pleonasmo, la reiteración o como ustedes lo quieran llamar, que no
tiene quien esto escribe la cabeza para tropos. La verdad es que nuestro
hombre llevado por su afán de excelencia en todos los órdenes de la
vida, está verdaderamente consumido y se sienta con frecuencia en la
silla de orejas, en la que descansa cuando su promiscuidad intelectual y
deportiva se lo permite. Aún así, hay días, y eso es lo más
preocupante, en los que incluso sentado y profundamente dormido, Claudio
da un respingo y se pone a ejercitarse con una tabla de gimnasia que
tiene preparada para los momentos en los que, a su parecer, se encuentra
demasiado laxo. Afortunadamente se trata de gimnasia style ancien, es
decir, sueca, que es más llevadera
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