lunes, 2 de diciembre de 2019

Peplum


Porqué una persona entrada en años puede inopinadamente querer convertirse en Marco Vipsano Agripa, político y general a las órdenes del emperador César Augusto, es algo que él mismo no puede establecer. Si acaso columbrar que podría deberse a los azarosos e inquietantes juegos de las sinapsis neuronales de su cerebro, hállese este en calma o en plena ebullición. Y tal cosa puede darse en una bonita tarde de verano en la costa del mar Adriático, o durante un insomnio de una devastadora noche de tormenta en las proximidades del Círculo Polar Ártico. Digamos Rovaniemi. Y que conste que ninguna de ambas posibilidades se dan en mi persona, que soy quien desea en convertirse en Agripa, y que vive en un modesto apartamento del distrito de Hortaleza en la ciudad de Madrid, capital de todas las Españas (tenida por algunos escritores extintos por un mero poblachón manchego).
          Pues bien, tal es mi caso, como acabo de confesar. Llevado no sé cómo por mis derivas intelectuales de los últimos tiempos, pienso en la grandeza de una vida al mando de las legiones romanas en la época del Imperio, cuando este ya  expandía su poder desde Constantinopla a Galicia, a ojo de buen cubero, y el latín comenzaba a trenzar la urdimbre de las lenguas romances, como sabe todo el mundo que llegase a aprobar el bachillerato elemental en época de su Excelencia (sin comentarios, por favor). No se me escapa que tal deseo irrefrenable supondría en mi persona un cambio de actitud y vestimenta, que no sé hasta qué punto podría inquietar a mis vecinos, especialmente si tales hechos incluyeran el uso habitual de la espada y sus posibles consecuencias. Y me refiero lógicamente a mis vecinos del barrio de Hortaleza, zona por otro lado bastante pacífica del Noreste de la capital, si se exceptúan algunos incidentes menores causados sin duda por la creciente emigración de gente de color, dicho sea esto con el debido respeto a sus países de origen. Pero el hambre y la necesidad de charanga es lo que tienen en común.
            Ya imagino la cara de asombro de los madrileños al ver por sus calles o paseando a bordo de un utilitario al famoso general romano redivivo, que no oculta el orgullo de pertenecer a una estirpe procedente de Rómulo y remo, y por tanto de alguna forma amamantado por una loba siendo bebé. Un tipo para echarse a temblar, dirán algunos. Un tipo apto para ser internado en Ciempozuelos, dirán otros. Por mí que digan lo que quieran, siendo Agripa el famoso general de Octaviano, César Augusto, es suficiente, incluso teniendo que vestir en verano y en plena batalla una faldita plisada, antecedente sin duda del kilt escocés, por más que a estos -los escoceses- les cueste reconocerlo.
           Heme pues aquí dispuesto a asumir una personalidad que hasta estos momentos no era sino un vago recuerdo de mi adolescencia, cuando veía algunas películas de romanos, los famosos peplum de gloriosa memoria que por entonces se multiplicaban por doquier en los hoy extintos cines de barrio, cuando Robert Taylor y  Richard Burton eran mis héroes favoritos. ¡Ahí queda eso! me digo para mis adentros.

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