miércoles, 14 de agosto de 2019

MUNDOS

El mundo puede ser considerado en su totalidad como una esfera rocosa de consistencia variable, desplazándose por el cosmos a una velocidad uniforme, siguiendo una trayectoria regular alrededor de una estrella de tamaño medio, llamada Sol, mientras gira sobre si misma con una rotación también uniforme. Tiene una serie de características estudiadas con bastante precisión en los libros de astronomía, geodesia, topografía y física, aunque no sea este el lugar más apropiado para detallarlas. Destaca, sin embargo la existencia en su interior de un núcleo metálico muy denso, que origina alrededor del planeta un campo magnético intenso que repele con éxito la radiación solar, originándose con relativa frecuencia en la proximidad de los llamados polos, un bonito espectáculo de luz y color conocido como aurora boreal. En este llamativo marco tuvo lugar, un fenómeno sorprendente llamado “vida”, algo que se vio muy favorecido por la existencia de un elemento que resultó decisivo a tales efectos, y que hoy se conoce con el nombre de agua.
Los seres que por sus cualidades básicas han sido naturalmente llamados “vivos”, son unos elementos bien diferenciados del resto de la materia por algunas características estudiadas profusamente en algunos tratados de biología y otras ciencias afines, pero que aquí solo consideraremos someramente. Baste decir que casi todos tienen una característica en común, su movilidad, es decir, la facultad de trasladarse de un punto A a otro B mediante determinado sistema de propulsión propio. De todas maneras, quizás lo más llamativo de los seres vivos es que solo lo son durante un período determinado de tiempo, tras el cual pasarán de nuevo a formar parte de la llamada materia inerte, de la que salieron mediante un complicado proceso que concluyó con la creación de los denominados aminoácidos y proteínas, estudiados con detalle en los tratados de bioquímica. Y ya que lo hemos mencionado, quizás sea este el lugar adecuado para afirmar que se ha comprobado que el origen de la vida tuvo lugar con casi total certeza en el agua, mediante procesos que al parecer implican al componente magmático de los estratos más profundos del planeta. Existen otras teorías en las que se considera que dicho fenómeno ha podido ser importado a la Tierra desde el espacio exterior por medio de cometas o meteoritos.
De la misma manera, hoy en día es de conocimiento general que en dichas aguas, que componen las dos terceras partes de la superficie del planeta, viven unos seres a los que se ha dado en
denominar peces, y con los que siguiendo el razonamiento inicial, nos unen ciertos lazos aunque no resulten del todo evidentes en una aproximación a simple vista. El besugo, por razones que todo el mundo conoce, es uno de ellos. Hay que tener en cuenta para aceptarlo, que desde la aparición de la primera bacteria o de los organismos procariotas hasta hoy, han transcurrido la friolera de tres mil quinientos millones de años, a ojo de buen cubero. En el mar, que así ha sido denominada la acumulación de agua, no solo hay peces, sino que abundan otros tipos de seres de los que solo daremos dos ejemplos: mamíferos y celentéreos. El componente no acuoso es llamado tierra, y en la misma también tiene lugar en la actualidad una profusión de vida, diversificada en una enorme cantidad de especies, entre las cuales parece evidente que existimos nosotros, seres humanos, llamados así porque procedemos del “humus”, al que regresaremos una vez cumplido nuestro ciclo vital. Una de nuestras características, que se hace evidente en la mera existencia de esta hoja de papel, es nuestra facultad de escribir a máquina o similar, utensilio que pone en evidencia cualidades de orden superior que nos facultan para construir herramientas.
El ser humano, según algunos integrantes de esta especie, es al parecer la obra magna de la naturaleza, y su característica más sorprendente es su capacidad para tener conciencia de si mismo, algo que en ocasiones es motivo de grandes alegrías y en otras de profundas tristezas, momentos en los cuales, determinados de entre ellos se entregan a extraños rituales, como podrían ser, respectivamente, la asistencia masiva a espectáculos deportivos y la construcción de fonemas en determinado orden, dando lugar a la llamada poesía, muy incomprendida en bastantes ocasiones. De ninguna de ambas actividades disfrutan, por ejemplo, los rumiantes, pudiendo ser esa una de las razones por los que habitualmente los vemos pacer sosegadamente en los campos ajenos a tales aficiones, pero capaces de alcanzar un estado próximo a la felicidad absoluta, según Nietzsche. También existe una enorme cantidad de seres humanos que creen que han sido creados y mantenidos con vida por un Ser Superior al que llaman Dios, alguien al parecer extraordinario, aunque no se manifieste de ninguna manera y nadie le haya visto. Estos seres, por otro lado, imbuidos de una gran inteligencia, han llegado a pensar que, dada su superioridad, quizás la última finalidad del universo haya sido el hecho de que ellos mismos existan, concepto no muy alejado del denominado “principio antrópico”. Lo cierto es que han proliferado enormemente sobre la superficie de la Tierra, hasta el punto que, a pesar de su considerable tamaño, compiten con las prolíficas ratas, aunque quedan bastante por detrás de los llamados insectos, cuyo peso en millones de kilos es equiparable al del continente africano.
Aunque como se dijo al principio una de las características fundamentales de los seres vivos es su capacidad de movimiento, entre los hombres hay quienes deciden permanecer quietos y rehúsan realizar un gasto mínimo de energía en tal sentido. Sobre todo a cierta edad, hay sujetos
atacados de determinadas patologías, que deciden sentarse en una silla y permanecer de tal guisa hasta la hora de dormir, lo que en general no le agradecen sus allegados, pues llegan a constituirse en un incordio. Capítulo aparte merecen dos subtipos, los catatónicos y los encamados. Los primeros, sujetos a procesos mentales internos de difícil casuística, han decidido no moverse en absoluto y, normalmente, mirar a un punto fijo con la mente abstraída vaya usted a saber donde. Los segundos se han hecho fuertes en la cama, de la que no se mueven, y aunque haya profesionales que les tachan de deprimidos profundos, hay quienes lo aprovechan para llevar una vida fecunda dedicada a la escritura y los juegos de azar. Finalmente existe otro tipo, por lo general enmascarado entre el público general, que se dedica a la contemplación, y con cierta dedicación es posible verlos en terrazas, cafeterías o lugares adecuados, contemplando sus alrededores con verdadero interés. Entre ellos destacan los oteadores de horizontes, empeñados en que su contemplación acabará retribuyéndoles de alguna manera, como si tras el mismo, improvisadamente, pudiera tener lugar algún tipo de parusía o el advenimiento de lo que llevan esperando largo tiempo, sea tal cosa lo que fuere. El mundo, sin embargo, parece permanecer ajeno a estos pormenores y no se desvía lo más mínimo de su eclíptica, sabedor posiblemente de la inutilidad de los cambios de trayectoria, aunque los electrones dentro del átomo no sean de la misma opinión.

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