El mundo puede ser considerado en su totalidad como una esfera rocosa
de consistencia variable, desplazándose por el cosmos a una velocidad
uniforme, siguiendo una trayectoria regular alrededor de una estrella de
tamaño medio, llamada Sol, mientras gira sobre si misma con una
rotación también uniforme. Tiene una serie de características estudiadas
con bastante precisión en los libros de astronomía, geodesia,
topografía y física, aunque no sea este el lugar más apropiado para
detallarlas. Destaca, sin embargo la existencia en su interior de un
núcleo metálico muy denso, que origina alrededor del planeta un campo
magnético intenso que repele con éxito la radiación solar, originándose
con relativa frecuencia en la proximidad de los llamados polos, un
bonito espectáculo de luz y color conocido como aurora boreal. En este
llamativo marco tuvo lugar, un fenómeno sorprendente llamado “vida”,
algo que se vio muy favorecido por la existencia de un elemento que
resultó decisivo a tales efectos, y que hoy se conoce con el nombre de
agua.
Los seres que por sus cualidades básicas han sido
naturalmente llamados “vivos”, son unos elementos bien diferenciados del
resto de la materia por algunas características estudiadas profusamente
en algunos tratados de biología y otras ciencias afines, pero que aquí
solo consideraremos someramente. Baste decir que casi todos tienen una
característica en común, su movilidad, es decir, la facultad de
trasladarse de un punto A a otro B mediante determinado sistema de
propulsión propio. De todas maneras, quizás lo más llamativo de los
seres vivos es que solo lo son durante un período determinado de tiempo,
tras el cual pasarán de nuevo a formar parte de la llamada materia
inerte, de la que salieron mediante un complicado proceso que concluyó
con la creación de los denominados aminoácidos y proteínas, estudiados
con detalle en los tratados de bioquímica. Y ya que lo hemos mencionado,
quizás sea este el lugar adecuado para afirmar que se ha comprobado que
el origen de la vida tuvo lugar con casi total certeza en el agua,
mediante procesos que al parecer implican al componente magmático de los
estratos más profundos del planeta. Existen otras teorías en las que se
considera que dicho fenómeno ha podido ser importado a la Tierra desde
el espacio exterior por medio de cometas o meteoritos.
De la
misma manera, hoy en día es de conocimiento general que en dichas aguas,
que componen las dos terceras partes de la superficie del planeta,
viven unos seres a los que se ha dado en
denominar peces, y con
los que siguiendo el razonamiento inicial, nos unen ciertos lazos aunque
no resulten del todo evidentes en una aproximación a simple vista. El
besugo, por razones que todo el mundo conoce, es uno de ellos. Hay que
tener en cuenta para aceptarlo, que desde la aparición de la primera
bacteria o de los organismos procariotas hasta hoy, han transcurrido la
friolera de tres mil quinientos millones de años, a ojo de buen cubero.
En el mar, que así ha sido denominada la acumulación de agua, no solo
hay peces, sino que abundan otros tipos de seres de los que solo daremos
dos ejemplos: mamíferos y celentéreos. El componente no acuoso es
llamado tierra, y en la misma también tiene lugar en la actualidad una
profusión de vida, diversificada en una enorme cantidad de especies,
entre las cuales parece evidente que existimos nosotros, seres humanos,
llamados así porque procedemos del “humus”, al que regresaremos una vez
cumplido nuestro ciclo vital. Una de nuestras características, que se
hace evidente en la mera existencia de esta hoja de papel, es nuestra
facultad de escribir a máquina o similar, utensilio que pone en
evidencia cualidades de orden superior que nos facultan para construir
herramientas.
El ser humano, según algunos integrantes de esta
especie, es al parecer la obra magna de la naturaleza, y su
característica más sorprendente es su capacidad para tener conciencia de
si mismo, algo que en ocasiones es motivo de grandes alegrías y en
otras de profundas tristezas, momentos en los cuales, determinados de
entre ellos se entregan a extraños rituales, como podrían ser,
respectivamente, la asistencia masiva a espectáculos deportivos y la
construcción de fonemas en determinado orden, dando lugar a la llamada
poesía, muy incomprendida en bastantes ocasiones. De ninguna de ambas
actividades disfrutan, por ejemplo, los rumiantes, pudiendo ser esa una
de las razones por los que habitualmente los vemos pacer sosegadamente
en los campos ajenos a tales aficiones, pero capaces de alcanzar un
estado próximo a la felicidad absoluta, según Nietzsche. También existe
una enorme cantidad de seres humanos que creen que han sido creados y
mantenidos con vida por un Ser Superior al que llaman Dios, alguien al
parecer extraordinario, aunque no se manifieste de ninguna manera y
nadie le haya visto. Estos seres, por otro lado, imbuidos de una gran
inteligencia, han llegado a pensar que, dada su superioridad, quizás la
última finalidad del universo haya sido el hecho de que ellos mismos
existan, concepto no muy alejado del denominado “principio antrópico”.
Lo cierto es que han proliferado enormemente sobre la superficie de la
Tierra, hasta el punto que, a pesar de su considerable tamaño, compiten
con las prolíficas ratas, aunque quedan bastante por detrás de los
llamados insectos, cuyo peso en millones de kilos es equiparable al del
continente africano.
Aunque como se dijo al principio una de las
características fundamentales de los seres vivos es su capacidad de
movimiento, entre los hombres hay quienes deciden permanecer quietos y
rehúsan realizar un gasto mínimo de energía en tal sentido. Sobre todo a
cierta edad, hay sujetos
atacados de determinadas patologías,
que deciden sentarse en una silla y permanecer de tal guisa hasta la
hora de dormir, lo que en general no le agradecen sus allegados, pues
llegan a constituirse en un incordio. Capítulo aparte merecen dos
subtipos, los catatónicos y los encamados. Los primeros, sujetos a
procesos mentales internos de difícil casuística, han decidido no
moverse en absoluto y, normalmente, mirar a un punto fijo con la mente
abstraída vaya usted a saber donde. Los segundos se han hecho fuertes en
la cama, de la que no se mueven, y aunque haya profesionales que les
tachan de deprimidos profundos, hay quienes lo aprovechan para llevar
una vida fecunda dedicada a la escritura y los juegos de azar.
Finalmente existe otro tipo, por lo general enmascarado entre el público
general, que se dedica a la contemplación, y con cierta dedicación es
posible verlos en terrazas, cafeterías o lugares adecuados, contemplando
sus alrededores con verdadero interés. Entre ellos destacan los
oteadores de horizontes, empeñados en que su contemplación acabará
retribuyéndoles de alguna manera, como si tras el mismo,
improvisadamente, pudiera tener lugar algún tipo de parusía o el
advenimiento de lo que llevan esperando largo tiempo, sea tal cosa lo
que fuere. El mundo, sin embargo, parece permanecer ajeno a estos
pormenores y no se desvía lo más mínimo de su eclíptica, sabedor
posiblemente de la inutilidad de los cambios de trayectoria, aunque los
electrones dentro del átomo no sean de la misma opinión.
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