sábado, 31 de mayo de 2014

PERSIANAS (EPÍLOGO)

Afortunadamente, la vida en ocasiones, y lo digo yo que todavía soy una persona sin mucha experiencia, recurre a situaciones impensadas o truculentas para hacer que los acontecimientos vuelvan a la normalidad por unos procedimientos que ni siquiera podíamos prever. Aunque, a decir verdad no era ese exactamente mi caso, pues yo tenía la impresión que el amigo Bartolomé no podía permanecer demasiado tiempo en el lugar que él mismo había diseñado, y que mi madre parecía creerse a pies juntillas.
Habíamos quedado para vernos en mi casa el fin de semana siguiente, algo que podía parecer como la entrada definitiva del sudanés en el ámbito familiar, y que se me perdone esta pretenciosidad, estando mi familia compuesta en exclusiva por mi madre y yo misma. Todo parecía, pues, dispuesto, y de hecho debo confesar que el viernes me había acercado al supermercado para hacer alguna compra fuera de lo habitual en homenaje a la nueva pareja, y más precisamente a Bartolomé, que al parecer había conquistado el corazón de mamá, cuando el pobre Antonio en su hogar subterráneo, aún podría tener algo que objetar.
Sin embargo, una llamada el sábado por la tarde, justo cuando empezaba a recuperarme de la siesta después de una mañana agotadora en la peluquería, recibí una llamada de mamá diciéndome que se suspendía todo, porque “el cabrón del negro ha desaparecido con todo el equipaje” (sic). En resumidas cuentas: parece ser que aquel tipo de la Sorbona nada, sino un cabo primera originario de Guinea Ecuatorial, que había sido expulsado de la Armada por turbios asuntos sexuales a bordo de su barco. Al parecer, estaba destinado en la Enfermería de a bordo, y fue sorprendido pasando revista de higiene a la marinería motu proprio, es decir por cuenta propia. Llamaba al personal libre de servicio, y en un aparte les hacía enseñarle lo que me podía imaginar, con objeto de verificar su higiene y estado de revista, lo que como mínimo suponía que con sus propias manos descapullara y sopesara el instrumento de sus subordinados.
Mamá, aunque al principio gimoteó un poco, enseguida se recuperó y dijo que afortunadamente Dios, o “quien sabe si tu propio padre” (sic), había venido en su ayuda, pues lo que nunca hubiera imaginado era que aquel hombre tan sensible fuera un bujarrón de tomo y lomo. No me contó con detalle como se enteró de todo eso, pero por los pocos datos que me dio creo que fue al registrar la maleta del senegalés aprovechando que había salido, después de que por la noche le sorprendiera soñando y hablando en perfecto castellano.

Las cosas, pues, han vuelto, a la normalidad, aunque a decir verdad, ahora más que nunca echo de menos al pobre de Antonio, mi padre, que a pesar de no ser un hombre con muchas luces y no tener ni idea de poesía, era al menos un tipo honesto al que no se le hubiera ocurrido recurrir a una cátedra en la Sorbona, y mucho menos a sopesar los atributos de sus amistades, por decir lo menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario