A pesar de no
estar en mejores condiciones que la de la abuela, aquella casa al menos parecía
un lugar habitado por gente normal. Quiero con esto decir que cada cosa estaba
en su sitio y todo bastante limpio, dando la impresión de que aquellas mujeres
no se dejaban llevar por los desastres de aquel tiempo. No dimos demasiadas
explicaciones de nuestra procedencia, ni ellas afortunadamente nos preguntaron
más que cuatro banalidades, que no supusieron ningún problema para nosotros. La
chica pelirroja era muy tímida pero simpática y parecía encantada de poder
echarnos una mano, su madre apenas habló pero parecía recibirnos con agrado,
como si en el fondo nuestra presencia les aliviara de una soledad que debía
resultarles bastante agobiante. Emilia, que así se llamaba la joven, tenía un
defecto de nacimiento en el labio superior, pero a nosotros nos resultaba
gracioso, quizás porque era la primera vez que veíamos a alguien con labio
leporino. Procuramos ser amables y ayudarlas en todo lo que estaba a nuestro
alcance, cuidando el ganado, cortando leña, fregando los platos y limpiando,
algo que ellas nos agradecían con una sonrisa y dándonos de comer, que era lo
máximo a lo que podíamos aspirar en aquellos momentos. Al día siguiente de
nuestra llegada, Emilia nos condujo a un cobertizo en donde nos quería enseñar
algo especial, a lo que ambos accedimos suponiendo que se trataba de una
sorpresa agradable. Para nuestra perplejidad y emoción, al poco de llegar se
recostó sobre un montón de paja y se levantó la falda, diciéndonos que quería
que investigáramos allí abajo, que los dos le gustábamos mucho y que deseaba
que nosotros fuéramos los primeros. Jurgen y yo estuvimos con ella más de una
hora haciendo turnos, y pronto tuvimos claro que de primera vez nada, porque no
sucedió lo previsible en tales casos, según las noticias que teníamos de tales
acontecimientos. Aquella chica parecía insaciable, y solo lo dejamos cuando nos
pareció oír las voces de su madre llamándonos, esperando que nuestra ausencia
no le hubiera hecho sospechar nada. Afortunadamente pareció ser así, y se
conformó con la explicación que le dio Emilia, todavía jadeante, de que
habíamos estado atendiendo al ganado. Tenían una vaca y dos cabras, a las que
había que ordeñar todos los días, además de las inevitables gallinas. No tenían
cerdos, lo que para nosotros supuso un cierto alivio, recordando la masacre que
sus congéneres hicieron con la abuela. Al día siguiente Emilia tuvo que irse
todo el día a la ciudad para hacer la compra y resolver algunos asuntos
legales, al menos eso fue lo que nos dijo su madre cuando se levantó. Para
nuestra sorpresa no era la vieja que casi nos pareció al principio, sino una
mujer madura bastante guapa y con un tipo estupendo, que hizo que mi hermano y
yo nos miráramos sorprendidos como si se tratara de una aparición. Desayunamos
con ella que no se molestó en vestirse, sino solo en echarse una especie de
bata por encima, a través de la cual podíamos adivinar un cuerpo fuera de lo
común, por lo que durante buena parte del tiempo permanecimos en silencio
temiendo que adivinara nuestros pensamientos. Y debió ser así, pues en el
momento en que nos disponíamos a recoger la mesa, nos acercó con sus manos a su
lado e hizo que recostáramos las cabezas sobre ella, luego se sacó los pechos y
nos pidió que mamáramos todo lo que quisiéramos, que nada más vernos supo que
éramos unos buenos chicos con muchos problemas y muy necesitados, y que de esa
manera quería resarcirnos de todos los malos ratos que sin duda debíamos haber
pasado. Y que aunque solo fuera por eso, quería que nos alimentáramos hasta hartarnos.
Al terminar, nos tranquilizó y nos dijo que ya sabía lo del día anterior con
Emilia, que no debíamos preocuparnos ni pensar mal de ella, porque era una hija
maravillosa que se merecía todo, aunque como era natural, ella no pudiera
proporcionárselo. Luego se quito la bata y se volvió a meter en la cama, dijo
que se sentía muy feliz por haber podido ayudarnos, y poco antes de dormirse de
nuevo, nos confesó que verdaderamente a ella no le pasaba nada, y que si estaba
así, era porque le gustaba que la cuidaran y su hija se prestaba a ello. No
obstante cualquier día se iba a levantar y recomenzar su vida habitual, que
había interrumpido apenas hacía dos meses.
Cuando Emilia
regresó de la ciudad la recibimos como si no hubiera pasado nada, algo que si
se piensa con cierto detalle tenía bastante de cierto, porque verdaderamente su
madre, según su parecer, solo había hecho una obra de caridad. Estuvieron un
rato hablando entre ellas sobre algunos temas de los que la hija se había
ocupado en a ciudad. Parecían contentas y tuvimos la impresión de que cruzaba
entre ellas ciertas miradas de complicidad, como si ambas estuvieran al corriente
de sus actividades con nosotros y las aprobaran. Era evidente que nos
consideraban dos pobres desgraciados con quienes todos los cuidados son pocos. Esa
noche dormimos los cuatro en la misma cama, una especie de jergón enorme en el
que hasta entonces dormían ellas, y en el que nos admitieron como si de tal
manera quisieran incorporarnos a su familia. Madre e hija dormían juntas y casi
abrazadas. Nosotros en la otra punta nos interrogábamos sobre lo extraña que
puede llegar a ser la vida en ciertas circunstancias. Jurgen se durmió antes
que yo, y estuve durante un rato contemplando su perfil contra la luz del
rescoldo que aún se mantenía en la chimenea. Tuve entonces la clara sensación
de que los cuatro nos elevábamos sobre el suelo, y que desde lo alto, yo podía
contemplar todo lo que nos había ocurrido durante aquel tiempo como si
estuviera ocurriendo en aquellos precisos momentos. Pude ver a mamá
despidiéndose de nosotros al dejarnos en casa de la abuela, y a esta con cara
de loca cuando se dio cuenta de que se iba a morir. Recordé a los cerdos y las
gallinas. Y a Emilia fuera de sí en el cobertizo y a su madre dándonos de mamar
como si fuéramos dos críos. Cuando estaba a punto de dormirme tuve aún tiempo
de ver una vez más la cara de mi hermano, y por primera vez sentí una punzada
de pánico en la boca del estómago al darme cuenta de que era alguien diferente
de mi mismo. Y que por lo tanto, a partir de ese momento, los dos estábamos
solos en el mundo. FIN DEL SEGUNDO
CAPÍTULO.
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