Soy presidente
de la República de Italia. Pero no Berlusconi, eso que conste. De hecho, ni
siquiera soy presidente. Únicamente quiero serlo. Opto a ello, y creo que tal
hecho me da la oportunidad de sentirme así “in pectore”.Ya sé que no es fácil,
no porque yo no me considere con las aptitudes necesarias, sino porque de
acuerdo con la nueva ley electoral, cualquier ciudadano puede serlo. No hace
falta estar adscrito a un partido, ni contar con una cantidad excesiva de
apoyos. Cualquier persona con uso de razón, puede opositar con el respaldo de
otras dos. Pongamos en mi caso, mi esposa y mi hijo, que después de alguna que
otra discusión finalmente se han avenido a que lo intente. Soy una persona
corriente, pues apenas acabé la licenciatura de Filosofía, y si he de ser
sincero, no tengo demasiados conocimientos de la cosa pública. Pero no me
importa. Tengo suficientes datos para creer que cuento apoyo popular, de lo que
es una buena muestra mi capacidad para
rodearme de gente que me escucha con atención. A pesar de mis carencias, cada
vez que abro la boca, me encuentre donde me encuentre, pronto me veo rodeado de
una masa enfervorecida que corea mi nombre, aunque yo mismo no tenga demasiada
conciencia de la razón exacta. Posiblemente les atraiga mi lenguaje llano,
desprovisto totalmente de referencias cultas y latinajos, que al fin y a la
postre son los que alejan a las masas de sus líderes. Los ripios y el lenguaje
críptico están hechos para las academias y las universidades, donde los
profesores se vanaglorian de entender un jerga creada por ellos mismos con la
específica misión de impresionar pero que no se les entienda. Son expertos en vaguedades
y juegos de palabras que nada tienen que ver con el sentir popular, atento en
exclusiva al tono de voz, la bandera de la patria y la promesa de un futuro
esplendoroso. Para eso soy único, y tal cosa no debería asombrar a nadie, pues siempre se ha dicho que
era un chico con mucha labia. Y si no soy yo, que pudiera suceder, lo puede ser
mi hermano gemelo Vittorio, absolutamente igual a mí, aunque con más dotes. Somos
idénticos hasta tal punto, que nuestros propios padres se equivocaban y desde
muy pronto tuvimos utilizar toda la ropa
con nuestras iniciales. Al parecer, incluso en el parto fue difícil establecer
alguna diferencia, pues nuestra pobre madre (que sin embargo sobrevivió), nos
tuvo al mismo tiempo. Ninguno salió antes que el otro. Creo que queda claro.
Vittorio es más listo que yo, de eso no me cabe duda, no solo porque en el
bachillerato sacaba mejores notas, sino porque puestos a disimular, él lo hace
mucho mejor y se parece a mí más que yo a él, por difícil que sea comprenderlo.
Quiero decir que él miente mejor, y que puestos a hacerse pasar el uno por el
otro, mientras algo en mí delata el engaño, nada en su actitud lo hace. Si
dicen, por ejemplo ¡Vittorio! y yo me
levanto, buena parte de quienes nos ven enseguida se dan cuenta de la trampa,
mientras que si cuando me llaman a mí lo hace él, todo el mundo asiente. Esta
característica, que bien podríamos llamar capacidad para el enmascaramiento y
la suplantación, me ha dado una idea que pienso poner en práctica según avanza
la campaña electoral, que dada la cantidad de candidatos (somos más de tres
mil), durará como mínimo un año. A lo largo de un periodo de tiempo tan
dilatado, es incluso posible que los electores se olviden de muchos de ellos,
de nosotros quiero decir, y que quienes intenten llegar al Quirinale, se rindan
y abandonen a los pocos meses por el desgaste que supone un esfuerzo tan prolongado.
Con Vittorio, a quien ya he sugerido algo, es posible que lleguemos al final de
la campaña frescos como lechugas, al habernos turnado a lo largo de los días,
según el estado de forma de cada cual. Es cierto, según lo dicho más arriba,
que los más avispados podrán percibir ciertas diferencias entre nosotros, pero
tal cosa puede incluso redundar en nuestro provecho, teniendo en cuenta que en
la península itálica la versatilidad es una de las cualidades más valoradas en
el jefe. Me preparo pues a viajar al sur donde vive Vittorio, y hacerle la
proposición, con el convencimiento de que se avendrá a razones, pues si ya de
niños nos gustaba jugar a suplantarnos para tomar el pelo al vecindario y a
nuestros propios padres, no creo que ahora que ya peina canas se eche para
atrás. Tendré que decirle, eso sí, que deje de ir a la playa, o en cualquier
caso, no tome el sol intensivamente, pues resultaría sorprendente que un día el
candidato se presente ante el auditorio de un moreno rabioso, y al siguiente
con la palidez que me caracteriza, pues mi máximo contacto con el aire libre
consiste en sentarme diez minutos en los bancos del parque para dar de comer a
las palomas. Lo que ni de lejos es lo mismo. Para igualarnos cabe la
posibilidad de que yo empiece a frecuentar los establecimientos de bronceado
por rayos uva, pero eso es algo que no me conviene en absoluto. De acuerdo con
las últimas noticias, los melanomas parecen multiplicarse sin contemplaciones
en las máquinas que los producen. También tendré que pedirle que deje de
teñirse el pelo de ese extraño color caoba que tanto éxito parece haberle
proporcionado entre las mujeres maduras (y algunas adolescentes despistadas),
algo que ciertamente me inquieta, pues Vittorio siempre fue muy presumido, y
tengo mis dudas de que esté dispuesto a cambiar su apostura de don juan por la
mera presidencia de la república.
FIN DEL PRIMER
CAPÏTULO DE LA PELÍCULA “VIVA LA LIBERTÁ”
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