Aquella fue la
última noche que Jurgen y yo pasamos juntos. Nos refugiamos debajo de un puente
donde fuimos capaces de dormir hasta la madrugada, pensando en la situación del
párroco con cierta culpabilidad, pero sin poder reprimir el estallar de vez en
cuando en sonoras carcajadas, que en aquel lugar y circunstancias eran más
propias de unos borrachos o de algún loco. A la mañana siguiente nos armamos de
valor y nos dirigimos de nuevo hacia casa por si hubiera cambiado algo. Y así
fue efectivamente, pues al poco de llegar desde un recodo de la calle vimos
salir a mamá con un bebé en brazos, acompañada de un oficial. Nos quedamos
petrificados pues era lo que menos podíamos esperar. Se debía haber casado de
nuevo o al menos tenía pareja, eso era evidente, pues aquel hombre le pasaba un brazo sobre los
hombros. Eché cuentas un poco por encima y calculé que cuando nos había dejado
con la abuela con tantas prisas ya debía estar embarazada, pues no hacía
siquiera ocho meses. De esta manera su ausencia cobraba un nuevo sentido. Nos
había abandonado para esperar con tranquilidad a nuestro hermanastro, y sin
duda porque ya estaba liada con aquel hombre a pesar de la llorosa despedida de
papá y de que este pudiera haber muerto en el frente. No me gustaba aquella
situación. No me gustaba la vida que hace que las personas se vuelvan
irresponsables y traidoras. Sentí una rabia inmensa y pensé que quizás la
abuela, a pesar de a ser tan bruta, tenía razón al llamarla golfa. Sentía al
mismo tiempo que quería muchísimo a aquella mujer que nos había abandonado pero
no quería comprenderla, aunque tuviese la mayor de las excusas. Dejé que Jurgen
siguiera andando acercándose a la casa, y cuando vi que estaba suficientemente
lejos, eché a correr como un loco en dirección contraria, perdiéndome entre las
estrechas callejuelas cerca del río. No podía soportarlo y decidí que a partir
de entonces todo sería diferente. Sabía que me buscarían y anduve escondido de aquí
para allá hasta que logré enrolarme con las tropas rusas que me aceptaron de
buen grado, como si con mi presencia no solo estuvieran ganando la guerra sino
también el corazón de sus enemigos. Algún día digo yo que volveré, cuando ya
hayan despejado Europa de cadáveres y la hierba vuelva a crecer. Entonces
volveré a ver a mamá y a mi hermano Jurgen. Y al nuevo bastardo. Me llamo Hans.
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