martes, 20 de mayo de 2014

CAMPOS Epílogo

Aquella fue la última noche que Jurgen y yo pasamos juntos. Nos refugiamos debajo de un puente donde fuimos capaces de dormir hasta la madrugada, pensando en la situación del párroco con cierta culpabilidad, pero sin poder reprimir el estallar de vez en cuando en sonoras carcajadas, que en aquel lugar y circunstancias eran más propias de unos borrachos o de algún loco. A la mañana siguiente nos armamos de valor y nos dirigimos de nuevo hacia casa por si hubiera cambiado algo. Y así fue efectivamente, pues al poco de llegar desde un recodo de la calle vimos salir a mamá con un bebé en brazos, acompañada de un oficial. Nos quedamos petrificados pues era lo que menos podíamos esperar. Se debía haber casado de nuevo o al menos tenía pareja, eso era evidente, pues  aquel hombre le pasaba un brazo sobre los hombros. Eché cuentas un poco por encima y calculé que cuando nos había dejado con la abuela con tantas prisas ya debía estar embarazada, pues no hacía siquiera ocho meses. De esta manera su ausencia cobraba un nuevo sentido. Nos había abandonado para esperar con tranquilidad a nuestro hermanastro, y sin duda porque ya estaba liada con aquel hombre a pesar de la llorosa despedida de papá y de que este pudiera haber muerto en el frente. No me gustaba aquella situación. No me gustaba la vida que hace que las personas se vuelvan irresponsables y traidoras. Sentí una rabia inmensa y pensé que quizás la abuela, a pesar de a ser tan bruta, tenía razón al llamarla golfa. Sentía al mismo tiempo que quería muchísimo a aquella mujer que nos había abandonado pero no quería comprenderla, aunque tuviese la mayor de las excusas. Dejé que Jurgen siguiera andando acercándose a la casa, y cuando vi que estaba suficientemente lejos, eché a correr como un loco en dirección contraria, perdiéndome entre las estrechas callejuelas cerca del río. No podía soportarlo y decidí que a partir de entonces todo sería diferente. Sabía que me buscarían y anduve escondido de aquí para allá hasta que logré enrolarme con las tropas rusas que me aceptaron de buen grado, como si con mi presencia no solo estuvieran ganando la guerra sino también el corazón de sus enemigos. Algún día digo yo que volveré, cuando ya hayan despejado Europa de cadáveres y la hierba vuelva a crecer. Entonces volveré a ver a mamá y a mi hermano Jurgen. Y al nuevo bastardo. Me llamo Hans.

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