viernes, 9 de mayo de 2014

KID GARCÍA

 Por fin salí con Laura y Mercedes, las hermanas gemelas, que me habían venido a buscar a casa sin previo aviso. Me llamaron desde el telefonillo de la calle y me dijeron que me animase, que bajara, que se habían enterado de que estaba pasando por un mal momento, y que les gustaría colaborar a que lo superase. Aunque no me apetecía demasiado, insistieron tanto y con tan buena voluntad, que finalmente me decidí y bajé a reunirme con ellas. Se trata de dos hermanas que conocí hace unos meses en un local de la otra punta de la ciudad que, según dicen, me han cogido desde entonces un cariño al que no pueden resistirse. La verdad es que no lo entiendo porque no hice nada especial, pero traté de no darle demasiadas vueltas y me fui con ellas donde quisieran llevarme. Tienen coche y yo me dejé hacer, aunque si debo ser sincero, por mi parte fue más una actitud de agradecimiento por lo que habían manifestado que por otra cosa, aunque saberme objeto de la atención de dos jóvenes de buen ver pronto me estimuló e hizo que momentáneamente me olvidara de mis problemas (que si he de ser sincero, ni yo mismo sabría definir con precisión). El hecho es que acabamos en el pub donde nos conocimos, cuyo propietario es una persona jovial y extraordinariamente simpática. Al parecer se trata de su hermano mayor, que de joven fue campeón de Europa de boxeo de los pesos welter, por lo que una vez enterado (la otra vez estaba de viaje), traté de mantener la compostura, no fuera a suceder que malinterpretase algo en mi actitud y me partiera la cara. Al cabo del rato, cuando el individuo en cuestión había desaparecido, las hermanas me aseguraron que no debía temer nada, que se trataba de un hombre con muy buen carácter, que no llegó a campeón del mundo, según el mismo les comentó tiempo atrás,  porque a partir de cierto momento de su carrera, le daba pena pegar a sus contrincantes, y en no pocas ocasiones se dejaba vapulear e incluso derrotar por ko para no desmoralizarles. La verdad es que según avanzaba la tarde y el porcentaje de alcohol en sangre alcanzaba los valores euforizantes habituales, decidí que de perdidos al río, y que si lo que aquellas mujeres querían era guerra, la iban a tener, a pesar de que como se sabe, después de la euforia de los primeros momentos el alcohol etílico produce una depresión vascular que incluso puede incapacitar seriamente a un varón en plena época reproductiva. Me levanté y salí al exterior del local para airearme, donde permanecí un buen rato intentando alcanzar un nivel que me permitiera atender a las gemelas de una forma al menos aceptable. Cerca de la mesa que ocupábamos (de hecho se trataba de un canapé en el que apenas cabíamos los tres los tres) había visto unos vestidores desocupados, que podían prestarse a actividades que esperaba que Laura y Mercedes no tuvieran inconveniente en compartir Al regresar las encontré bebiendo algo más que animadas, posiblemente esperando que el aire puro del suburbio me hubiera aclarado las ideas, y ofrecido la posibilidad de portarme como un verdadero hombre cuando las circunstancias se prestan a ello. De todas maneras me lo tomé con calma y pedí un par de coca colas, que según tenía entendido levantaban el ánimo y colaboraban a que el organismo responda como es debido cuando se requiere de él un esfuerzo suplementario. Las chicas, a pesar de su íntimo parentesco, parecían entusiasmadas consigo mismas, y por un instante pensé si yo solo había sido el catalizador de un arrebato mutuo que las tenía a ellas como protagonistas exclusivas, por lo que temiéndome lo peor, me instalé entre ellas y comencé un trabajo fino pero tenaz con las dos, algo que pronto pareció surtir sus efectos. Debo aquí decir, no obstante, que por unos momentos me sentí un tanto avergonzado, pues tuve la impresión de estar abusando de dos menores, algo que desde ningún punto de vista yo podía aceptar, no solo porque siempre he sido respetuoso con las leyes, sino porque tengo un sentido moral muy acendrado. Afortunadamente, lo que sucedía, según pronto pude darme cuenta, es que aquellas mujeres eran extremadamente pequeñas, bordeando el puro hecho de ser enanas, y transmitían la impresión antedicha al haberse desprendido de sus zapatos, cuyos tacones las alzaban del orden de quince centímetros sobre el suelo. Además, para estar a gusto, se habían acomodado sobre el sofá con las piernas dobladas, lo que las hacia aún más diminutas, algo que como enseguida pude comprobar, me facilitaba la maniobra a ambos lados, pues tampoco era cuestión de desatender a ninguna de ellas (con las asuntos de familia hay que ser lo más ecuánime posible). Finalmente, pasada ya la medianoche, cuando los tres nos dedicábamos a relajarnos sin haber necesitado un cobijo más discreto, se presentó de nuevo el ex campeón de Europa, que nos felicitó con verdadero entusiasmo, como si nuestra actividad le hubiera compensado el no haber llegado a campeón del mundo. Luego, una vez recompuestos, las mellizas me devolvieron a mi domicilio con la firme promesa de visitarme pronto, aconsejándome que no me dejara invadir por los sentimientos negativos que pudieran asaltarme, y que en cualquier caso, recordara que con tacones o sin ellos, ellas siempre estaban dispuestas a echarme una mano, labor con la que siempre contaban con la colaboración entusiasta de Kid García, su adorado y solícito hermano. 

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