Por fin salí con Laura y Mercedes, las
hermanas gemelas, que me habían venido a buscar a casa sin previo aviso. Me
llamaron desde el telefonillo de la calle y me dijeron que me animase, que bajara,
que se habían enterado de que estaba pasando por un mal momento, y que les
gustaría colaborar a que lo superase. Aunque no me apetecía demasiado,
insistieron tanto y con tan buena voluntad, que finalmente me decidí y bajé a
reunirme con ellas. Se trata de dos hermanas que conocí hace unos meses en un
local de la otra punta de la ciudad que, según dicen, me han cogido desde
entonces un cariño al que no pueden resistirse. La verdad es que no lo entiendo
porque no hice nada especial, pero traté de no darle demasiadas vueltas y me
fui con ellas donde quisieran llevarme. Tienen coche y yo me dejé hacer, aunque
si debo ser sincero, por mi parte fue más una actitud de agradecimiento por lo
que habían manifestado que por otra cosa, aunque saberme objeto de la atención
de dos jóvenes de buen ver pronto me estimuló e hizo que momentáneamente me
olvidara de mis problemas (que si he de ser sincero, ni yo mismo sabría definir
con precisión). El hecho es que acabamos en el pub donde nos conocimos, cuyo
propietario es una persona jovial y extraordinariamente simpática. Al parecer
se trata de su hermano mayor, que de joven fue campeón de Europa de boxeo de
los pesos welter, por lo que una vez enterado (la otra vez estaba de viaje),
traté de mantener la compostura, no fuera a suceder que malinterpretase algo en
mi actitud y me partiera la cara. Al cabo del rato, cuando el individuo en
cuestión había desaparecido, las hermanas me aseguraron que no debía temer
nada, que se trataba de un hombre con muy buen carácter, que no llegó a campeón
del mundo, según el mismo les comentó tiempo atrás, porque a partir de cierto momento de su
carrera, le daba pena pegar a sus contrincantes, y en no pocas ocasiones se
dejaba vapulear e incluso derrotar por ko para no desmoralizarles. La verdad es
que según avanzaba la tarde y el porcentaje de alcohol en sangre alcanzaba los
valores euforizantes habituales, decidí que de perdidos al río, y que si lo que
aquellas mujeres querían era guerra, la iban a tener, a pesar de que como se
sabe, después de la euforia de los primeros momentos el alcohol etílico produce
una depresión vascular que incluso puede incapacitar seriamente a un varón en
plena época reproductiva. Me levanté y salí al exterior del local para airearme,
donde permanecí un buen rato intentando alcanzar un nivel que me permitiera
atender a las gemelas de una forma al menos aceptable. Cerca de la mesa que
ocupábamos (de hecho se trataba de un canapé en el que apenas cabíamos los tres
los tres) había visto unos vestidores desocupados, que podían prestarse a
actividades que esperaba que Laura y Mercedes no tuvieran inconveniente en
compartir Al regresar las encontré bebiendo algo más que animadas, posiblemente
esperando que el aire puro del suburbio me hubiera aclarado las ideas, y ofrecido
la posibilidad de portarme como un verdadero hombre cuando las circunstancias
se prestan a ello. De todas maneras me lo tomé con calma y pedí un par de coca
colas, que según tenía entendido levantaban el ánimo y colaboraban a que el
organismo responda como es debido cuando se requiere de él un esfuerzo
suplementario. Las chicas, a pesar de su íntimo parentesco, parecían
entusiasmadas consigo mismas, y por un instante pensé si yo solo había sido el
catalizador de un arrebato mutuo que las tenía a ellas como protagonistas
exclusivas, por lo que temiéndome lo peor, me instalé entre ellas y comencé un
trabajo fino pero tenaz con las dos, algo que pronto pareció surtir sus
efectos. Debo aquí decir, no obstante, que por unos momentos me sentí un tanto
avergonzado, pues tuve la impresión de estar abusando de dos menores, algo que
desde ningún punto de vista yo podía aceptar, no solo porque siempre he sido
respetuoso con las leyes, sino porque tengo un sentido moral muy acendrado.
Afortunadamente, lo que sucedía, según pronto pude darme cuenta, es que
aquellas mujeres eran extremadamente pequeñas, bordeando el puro hecho de ser
enanas, y transmitían la impresión antedicha al haberse desprendido de sus
zapatos, cuyos tacones las alzaban del orden de quince centímetros sobre el
suelo. Además, para estar a gusto, se habían acomodado sobre el sofá con las
piernas dobladas, lo que las hacia aún más diminutas, algo que como enseguida
pude comprobar, me facilitaba la maniobra a ambos lados, pues tampoco era
cuestión de desatender a ninguna de ellas (con las asuntos de familia hay que
ser lo más ecuánime posible). Finalmente, pasada ya la medianoche, cuando los
tres nos dedicábamos a relajarnos sin haber necesitado un cobijo más discreto,
se presentó de nuevo el ex campeón de Europa, que nos felicitó con verdadero
entusiasmo, como si nuestra actividad le hubiera compensado el no haber llegado
a campeón del mundo. Luego, una vez recompuestos, las mellizas me devolvieron a
mi domicilio con la firme promesa de visitarme pronto, aconsejándome que no me
dejara invadir por los sentimientos negativos que pudieran asaltarme, y que en
cualquier caso, recordara que con tacones o sin ellos, ellas siempre estaban
dispuestas a echarme una mano, labor con la que siempre contaban con la colaboración
entusiasta de Kid García, su adorado y solícito hermano.
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