martes, 30 de mayo de 2017

OPORTO



Imagina que está ahí aunque tú no lo veas. Tú, como es natural, estás a lo tuyo. Piensas o quizás divagas, que es una forma de pensar algo más anárquica. O quien sabes si a esas horas intempestivas te ha dado por leer. Pero está ahí y es plenamente consciente de tu presencia. Te mira y posiblemente reflexiona sobre tu actividad. Podría estar interesado y eso agradarte y hacerte sentir importante, aún sin saber con exactitud su opinión que, sin embargo, podría no ser tan favorable. En cualquier caso, es posible que al cabo de un rato, quién sabe si solo de un instante, se canse de observarte y decida que ya está bien y se pierda en sus propios pensamientos, ajenos totalmente a tu existencia. Te ignorará aunque te cueste creerlo y echará a andar, si ese es el medio que tiene de desplazarse, doblará el recodo que tenga más cercano y se olvidará de ti definitivamente. Tú no lo sabes, y quizás sea mejor así, pues si lo supieses es posible que te sintieras avergonzado y un tanto deprimido. Lo poco interesante que debiste resultarle, que unos pocos minutos le fueron suficientes par tomar nota y olvidarte para siempre. Pero así fue como pasó o como podría haber pasado, que de esto no estoy totalmente seguro. Pero incluso si solo hubiera sido una posibilidad, no deberías olvidarla, por si la situación se hace realidad o vuelve a repetirse y deseas añadir algo de tu propia cosecha.


Las cinco de la mañana es una hora propicia para pocas cosas. En todo caso para estar uno sumergido en sus propios sueños, ese extraño lugar poblado de fantasmas. O de banalidades, para qué vamos a decir otra cosa, que hay mucha fantasía cuando se habla de la noche, y en buena medida suele ser algo de lo más vulgar, que como norma general todos conocemos. Pero resulta sorprendente que anoche a la hora mencionada, te levantaras, fueras directamente al aparador del salón y te sirvieras sin dudarlo una copa de Oporto. Lo hiciste de forma totalmente natural, instintiva, como si fuera un hábito cotidiano. Aunque también alguien podría imaginar como algo que hubieses estado esperando todos los días de tu vida: llegó la noche en la que a todo tu ser se le ocurrió finalmente tomar tal decisión. Luego te sentaste en el sofá y te mantuviste durante un rato en una especie de duermevela perdido en tu mundo, bastante más banal posiblemente que el que podría imaginar cualquiera que te viese en un lugar tan elegante, rodeado de muebles nobles y libros de viejo, con la apariencia de pertenecer a una novela realista del diecinueve con visos intelectuales. Luego, abriste una cajita de plata  en la que guardabas al parecer tabaco desde tiempo inmemorial, y para mi sorpresa, porque nunca lo haces, te pusiste a fumar con la mirada soñadora de alguien que aún espera al día siguiente con la ilusión de la juventud. O con la melancolía de quien ya no espera nada de la vida, pues tengo que admitir que tu actitud me confundía. Pasaste así un buen rato hasta que terminaste el cigarrillo, apuraste la copa de Oporto, y con la misma parsimonia con la que fuiste hasta el salón, volviste a tu habitación y te acostaste. Hacia las nueve de la mañana, con el sol entrando a raudales por la ventana, te acordaste de lo sucedido como un sueño. Nada delataba tu presencia en el salón durante la noche. Por motivos que desconozco, como un ladrón o un criminal, habías borrado meticulosamente toda huella de tu presencia allí. Ni rastro del Oporto, ni sorprendentemente, del olor a tabaco.


Me han dicho que te has vuelto exhibicionista. Al parecer, llega la tarde y cuando ya anochece, apareces en el balcón, haga el tiempo que haga, con una gabardina encima y en un momento dado zas la abres y sálvese quien pueda. No sé de donde has sacado este vicio. Quién te ha metido en la cabeza tamaña chaladura. Supongo que a esas horas no tienes nada que hacer y te sientes quizás demasiado solo y hala, a la terraza a exhibirte. Y digo exhibirte porque eso es algo que se dice de los tipos como tú, que se echan una gabardina encima y se dedican a espantar a la gente. Sobre todo a las jovencitas y a las señoras despistadas ¡Que vergüenza! En tu caso solo te libra el hecho de que según cuentan, te abres la gabardina “para otro lado”, el que da a tu propio domicilio, y por lo tanto nadie puede ver lo que escondes ni tener un motivo real de queja. Eres un exhibicionista, qué duda cabe, aunque sea vergonzante. Pero los datos están ahí: la semi oscuridad, la terraza, la gabardina, y sobre todo ese gesto obsceno y ridículo de abrir violentamente los brazos. Te libras porque nadie ha podido saber con certeza ver lo que escondes, eres lo suficientemente astuto para disfrutar y al mismo tiempo ocultar lo que tanto debes valorar, y que por tu gesto pretendes que los demás supongan como algo especial. Sobre todo los más inocentes. Los vecinos hasta ahora no han decidido hacer nada a pesar de haberse reunido en una junta extraordinaria, aunque ya se habla de informar a la policía para que tome cartas en el asunto ¡Canalla! Si eres hombre abre el impermeable como es debido, por donde lo abren los verdaderos exhibicionistas. Sin tapujos. Cara al público. Tú no lo haces, y a pesar de lo apuntado más arriba, no son pocos los que afirman que lo que eres verdaderamente es un auténtico mariquita.

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