Imagina que está ahí aunque tú no lo veas. Tú,
como es natural, estás a lo tuyo. Piensas o quizás divagas, que es una forma de
pensar algo más anárquica. O quien sabes si a esas horas intempestivas te ha
dado por leer. Pero está ahí y es plenamente consciente de tu presencia. Te
mira y posiblemente reflexiona sobre tu actividad. Podría estar interesado y
eso agradarte y hacerte sentir importante, aún sin saber con exactitud su opinión
que, sin embargo, podría no ser tan favorable. En cualquier caso, es posible
que al cabo de un rato, quién sabe si solo de un instante, se canse de
observarte y decida que ya está bien y se pierda en sus propios pensamientos,
ajenos totalmente a tu existencia. Te ignorará aunque te cueste creerlo y
echará a andar, si ese es el medio que tiene de desplazarse, doblará el recodo
que tenga más cercano y se olvidará de ti definitivamente. Tú no lo sabes, y quizás
sea mejor así, pues si lo supieses es posible que te sintieras avergonzado y un
tanto deprimido. Lo poco interesante que debiste resultarle, que unos pocos
minutos le fueron suficientes par tomar nota y olvidarte para siempre. Pero así
fue como pasó o como podría haber pasado, que de esto no estoy totalmente
seguro. Pero incluso si solo hubiera sido una posibilidad, no deberías
olvidarla, por si la situación se hace realidad o vuelve a repetirse y deseas
añadir algo de tu propia cosecha.
Las cinco de la mañana es una hora propicia para
pocas cosas. En todo caso para estar uno sumergido en sus propios sueños, ese
extraño lugar poblado de fantasmas. O de banalidades, para qué vamos a decir
otra cosa, que hay mucha fantasía cuando se habla de la noche, y en buena
medida suele ser algo de lo más vulgar, que como norma general todos conocemos.
Pero resulta sorprendente que anoche a la hora mencionada, te levantaras,
fueras directamente al aparador del salón y te sirvieras sin dudarlo una copa
de Oporto. Lo hiciste de forma totalmente natural, instintiva, como si fuera un
hábito cotidiano. Aunque también alguien podría imaginar como algo que hubieses
estado esperando todos los días de tu vida: llegó la noche en la que a todo tu
ser se le ocurrió finalmente tomar tal decisión. Luego te sentaste en el sofá y
te mantuviste durante un rato en una especie de duermevela perdido en tu mundo,
bastante más banal posiblemente que el que podría imaginar cualquiera que te
viese en un lugar tan elegante, rodeado de muebles nobles y libros de viejo,
con la apariencia de pertenecer a una novela realista del diecinueve con visos
intelectuales. Luego, abriste una cajita de plata en la que guardabas al parecer tabaco desde
tiempo inmemorial, y para mi sorpresa, porque nunca lo haces, te pusiste a
fumar con la mirada soñadora de alguien que aún espera al día siguiente con la
ilusión de la juventud. O con la melancolía de quien ya no espera nada de la
vida, pues tengo que admitir que tu actitud me confundía. Pasaste así un buen
rato hasta que terminaste el cigarrillo, apuraste la copa de Oporto, y con la
misma parsimonia con la que fuiste hasta el salón, volviste a tu habitación y
te acostaste. Hacia las nueve de la mañana, con el sol entrando a raudales por
la ventana, te acordaste de lo sucedido como un sueño. Nada delataba tu
presencia en el salón durante la noche. Por motivos que desconozco, como un
ladrón o un criminal, habías borrado meticulosamente toda huella de tu
presencia allí. Ni rastro del Oporto, ni sorprendentemente, del olor a tabaco.
Me han dicho que te has vuelto exhibicionista. Al
parecer, llega la tarde y cuando ya anochece, apareces en el balcón, haga el
tiempo que haga, con una gabardina encima y en un momento dado zas la abres y
sálvese quien pueda. No sé de donde has sacado este vicio. Quién te ha metido
en la cabeza tamaña chaladura. Supongo que a esas horas no tienes nada que
hacer y te sientes quizás demasiado solo y hala, a la terraza a exhibirte. Y
digo exhibirte porque eso es algo que se dice de los tipos como tú, que se
echan una gabardina encima y se dedican a espantar a la gente. Sobre todo a las
jovencitas y a las señoras despistadas ¡Que vergüenza! En tu caso solo te libra
el hecho de que según cuentan, te abres la gabardina “para otro lado”, el que
da a tu propio domicilio, y por lo tanto nadie puede ver lo que escondes ni
tener un motivo real de queja. Eres un exhibicionista, qué duda cabe,
aunque sea vergonzante. Pero los datos están ahí: la semi oscuridad, la
terraza, la gabardina, y sobre todo ese gesto obsceno y ridículo de abrir
violentamente los brazos. Te libras porque nadie ha podido saber con certeza
ver lo que escondes, eres lo suficientemente astuto para disfrutar y al mismo
tiempo ocultar lo que tanto debes valorar, y que por tu gesto pretendes que los
demás supongan como algo especial. Sobre todo los más inocentes. Los vecinos
hasta ahora no han decidido hacer nada a pesar de haberse reunido en una junta
extraordinaria, aunque ya se habla de informar a la policía para que tome
cartas en el asunto ¡Canalla! Si eres hombre abre el impermeable como es
debido, por donde lo abren los verdaderos exhibicionistas. Sin tapujos. Cara al
público. Tú no lo haces, y a pesar de lo apuntado más arriba, no son pocos los
que afirman que lo que eres verdaderamente es un auténtico mariquita.
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