La hostilidad de los
bedeles clausuró los institutos.
La afabilidad de los
ujieres alivió a los ministerios.
La belleza de sus muñones
avergonzó a los ágrafos.
La vulgaridad de sus
maneras desconcierta a los lemures.
La noche de eleva sobre
la metrópoli de gravedad cero.
El armatoste se hizo
fuerte con un didactismo diletante llegado el caso.
Lo primero que tengo que
decir es mu, eso que conste, dijo la vaca.
El estilo de los escitas
excita a los hoplitas.
La porosidad negativa del
neopreno al agua puso freno.
La reverberación de los
cristales, dijo el vano, eso añoro.
La idiosincrasia de los
eucaliptos seduce a los koalas.
La ubicuidad del éter
anestesia al universo.
El enojo de los
litigantes ulcera a los jurados.
La plasticidad de su obra
asombró a los albañiles.
El éxtasis de
Hermenegildo paralizó a las legiones.
El vuelo de la gallina
desconcertó a las palomas.
El abrótano nace, crece y
se reproduce en el pelo.
La procacidad de su
discurso aflojó las cremalleras.
La autoridad del general
subyugó a los mariquitas.
La verborrea del
incontinente atascó las toilettes.
Eso sí, pero quizás lo
otro tampoco, llegó a dudar.
El paralelismo de las
rectas pero no las curvas, puntualizó.
La meticulosidad del
cacharrero paraliza al elefante.
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