sábado, 20 de mayo de 2017

APARATOS



El aparato se arregla tal que así. Para empezar, se lo mide se lo pesa y se realizan con él las operaciones necesarias para evaluar el desperfecto. Más tarde se verá, si es preciso, si se deben poner en marcha otras diligencias que lo pongan en modo de ser reparado, pues de eso se trata. Una vez instituido el algoritmo, o como quieran llamarse a las operaciones precedentes, se procede de la forma prevista en las instrucciones de uso. Si el aparato funciona, se pliegan bártulos y asunto terminado; en caso contrario, se prevén las próximas actuaciones. Si ni siquiera tras estas el aparto vuelve a funcionar como sería menester, ha llegado el momento de tomar nuevas iniciativas, entre las cuales no debe descartarse finalmente su destrucción mediante los métodos aconsejables en caso de guerra o frente al enemigo. En cualquier caso, no siendo tal la situación, debe procederse con la máxima discreción y a ser posible sin fuego ni pirotecnias.

Sin llegar a tales extremos, el aparato, sin embargo, puede ser muy suyo y no dejarse manipular, reaccionando a nuestros intentos con tácticas defensivas, incluidas la ocultación y el transformismo. En tal caso, esperar tranquilamente a que el artilugio vuelva a su ser primordial de acuerdo con el conocido concepto freudiano del “lento retorno de lo reprimido”. Una vez vuelto en sí, atraparlo sin darle tiempo a reaccionar y actuar vigorosamente mediante un martillo del tamaño adecuado o un soplete oxiacetilénico. Nunca volverá a ser lo que fue, eso es evidente, pero podremos experimentar al mismo tiempo la euforia de la éxito y el pesar del la derrota.

Hay que manifestar aquí que la utilización de los aparatos no siempre resulta lo sencilla que pudiera parecer a primera vista. Ni siquiera con la ayuda de las instrucciones de uso mencionadas más arriba. Algunos prefieren permanecer en su ensimismamiento original, y se resisten a ser empleados siguiendo tácticas que todos los sólidos conocen al dedillo desde el primer momento que adoptaron la estructura que les caracteriza. En estas ocasiones y una vez convencidos de la resistencia que ofrece el artefacto a su saneamiento, lo mejor será permanecer tranquilo, sentarse en sus proximidades y esperar a que cambie su actitud o podamos sorprenderlo en un instante de transición en el que se haga evidente su deriva hacia un dinamismo autónomo.

En casos rebeldes en extremo, toda estrategia resultará inútil y será preferible permanecer como se ha dicho con anterioridad, considerando al aparto en cuestión como un objeto para ser contemplado y nada más. Abandonar de esta manera nuestro delirio reparador y aceptar en buena lid nuestro fracaso. El tiempo en tal coyuntura se nos hará más llevadero, y podremos poner en marcha nuevas variantes no contempladas en absoluto cuando llegó a nuestras manos. Sería conveniente, por ejemplo, cambiar la ubicación de nuestra butaca, y contemplar de esa manera nuevos perfiles del cacchivache que quizás nos descubren una belleza recóndita ignorada hasta esos momentos, pero digna para su exposición en un museo. O para una instalación al aire libre en unos jardines públicos con fuentes, por poner un ejemplo. Me sucedió en una ocasión con un rastrillo negado para cualquier actividad no sedentaria, al que pude sacar un buen partido en una exhibición de arte de vanguardia en el Museo de arte contemporáneo reina Sofía de Madrid, donde alcanzó un sonoro éxito de crítica y público.  


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