Me quito los calcetines y me los pongo con una
frecuencia que empieza a asustarme, sobre todo teniendo en cuenta que estamos
en verano y no hay ninguna necesidad de usarlos. Claro que esta afirmación es
un tanto arriesgada, pues después de todo no existe ninguna ley que prohíba
llevarlos en esta época del año. Como tampoco la hay que impida ponerse un
abrigo y salir a la calle con todas las de la ley. La opinión de los otros
viandantes después de todo podría tenerme sin cuidado, y en caso de guasa,
podría mostrar como última ratio los
calcetines afirmando que tengo todo el derecho del mundo a hacer lo que me
venga en gana siempre que no contravenga las ordenanzas municipales. Por otro
lado y para dar en cierta medida razón a mis críticos, que los habrá, puedo
pedirme un helado en cualquier establecimiento del género lo que sin duda les
hará sentirse más tranquilos al ver que están en lo cierto. Con calcetines o
sin ellos, si es que alguna vez se detiene esta manía de ponérmelos y
quitármelos sin tiempo material para pasar a los otros elementos del vestuario,
lo cierto es que si me encuentro en la calle, con o sin abrigo, podré disfrutar
del ambiente tan agradable del estío en estas latitudes, supongamos que estoy
en el norte de Europa donde el buen el tiempo es un regalo que uno no debe
minusvalorar.
Es
verdad sin embargo que la situación podría cambiar en cualquier momento pues
las sandalias son un tipo de calzado al que cada vez me estoy aficionando más.
Y ya se sabe con ellas ponerse calcetines sería un error o dicho con más
propiedad una horterada de dimensiones casi cósmicas. Son un calzado sencillo
que ya era utilizado por los hombres primitivos con la piel del reno y el búfalo
e incluso por los apóstoles si uno debe atenerse a la filmografía americana de
los años pongamos cincuentas y sesentas del siglo pasado. Los setentas también
pero en menor escala, pues los homínidos por aquel entonces empezamos a
aficionarnos a la parafernalia de los superhombres y las sagas de los espacios
siderales con todo lo que ello conlleva de cambio radical de indumentaria. En
cualquier caso esto de los calcetines siendo preocupante en sí mismo no es tan
grave como podría serlo la muda indiscriminada de camisetas o calzoncillos o
ambos con todo el ajetreo que supondría, pudiéndose además darse el caso de que
también quisiera ponerme o quitarme los susodichos calcetines. De hilo, seda o
lana es otro cantar que no es aquí el lugar ni el momento de tener en cuenta. Y
lo mismo vale para los abrigos y las prendas interiores mencionadas. No uso
bragas ni sostenes y esa es la razón por la que no los menciono por nada del
mundo quisiera ser tachado de machista a estas alturas del siglo veintiuno.
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