sábado, 20 de mayo de 2017

ALIMOCHES



La certeza del día despierta al alimoche. Otros vendrán que te harán bueno, de eso se trata y no por mucho madrugar las expectativas varían. Podrían ser mejores, cierto, pero podrían no existir. La vida es algo aleatorio que añoran las piedras, hartas de su sueño mineral y de la teoría de la gravedad que siempre las ubica en el suelo o en caída libre con movimiento uniformemente acelerado.

La melancolía es un error, sentenció un escritor de medio pelo, pretendiendo de esa forma emponzoñar un concepto muy querido por los poetas románticos, y al mismo tiempo humillar a los deprimidos. Al fin y al cabo tendrá sus razones, pero la crueldad de su idea no impedirá que los melancólicos se paseen de madrugada por los alféizares de los edificios de más de seis plantas. O que otros de la misma condición se asomen  las azoteas a la luz de la luna para contemplar las estrellas, saludar a la Vía Láctea si fuera posible, y evaluar finalmente la posibilidad del salto. O en caso negativo si resulta recomendable regresar al lecho que abandonó creyendo que se trataba de un sudario.

Anda calle adelante con paso firme y la mirada alta. Parece feliz ensimismado en sus propios pensamientos, hechos sin duda por conceptos relacionados con la alegría de vivir y la primavera, que ya se hace patente en las mimosas recién florecidas, y en una brisa que nuca se hará viento y menos tempestad. Algo en su andar denota, sin embargo, una vacilación en su interior que es posible que poco más allá le haga detenerse y reflexionar sobre la importancia de los filósofos presocráticos y las matemáticas euclidianas, principio de todo de acuerdo con Pitágoras y origen por lo tanto del logos en contraposición al mito. En cualquier caso, nunca se sabe porque siempre fue muy antojadizo, y lo mismo permanece en el lugar definitivamente que acelera el paso y se aleja hasta perderse de vista. Para él el horizonte siempre estuvo a la vuelta de la esquina.

Asombra en Nicereto su quietud, su ausencia de movimiento para nada relacionada con la parálisis cerebral, sino todo lo contrario. Mientras su cuerpo permanece inmóvil, en su interior se agitan multitud de ideas que suelen desarrollarse y organizar en su encéfalo auténticas batallas contradictorias. Hay quienes incuso suponen que su quietud es originada precisamente por esas antinomias, que llegan a inmovilizarle y le impiden dar un paso. Se han ensayado con él todo tipo de terapias que hasta el momento han resultado inútiles. Incluso se le han aplicado corrientes y realizados pequeñas lobotomías en su neocórtex con resultados negativos. Tampoco se han ahorrado intervenciones exógenas como increparle y arrojarle a la cara agua o excrementos para ver si finalmente reacciona. Pero hasta ahora todo ha sido en vano y persiste en su actitud con una obcecación digna de mejores empresas. La beatitud de su gesto inerva a los más inquietos, y recuerda a los búhos expectantes en la noche. Y por lo tanto a Minerva, diosa de la sabiduría.

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