La certeza del día despierta al alimoche. Otros
vendrán que te harán bueno, de eso se trata y no por mucho madrugar las
expectativas varían. Podrían ser mejores, cierto, pero podrían no existir. La
vida es algo aleatorio que añoran las piedras, hartas de su sueño mineral y de
la teoría de la gravedad que siempre las ubica en el suelo o en caída libre con
movimiento uniformemente acelerado.
La melancolía es un error, sentenció un escritor
de medio pelo, pretendiendo de esa forma emponzoñar un concepto muy querido por
los poetas románticos, y al mismo tiempo humillar a los deprimidos. Al fin y al
cabo tendrá sus razones, pero la crueldad de su idea no impedirá que los
melancólicos se paseen de madrugada por los alféizares de los edificios de más
de seis plantas. O que otros de la misma condición se asomen las azoteas a la luz de la luna para
contemplar las estrellas, saludar a la Vía Láctea si fuera posible, y evaluar
finalmente la posibilidad del salto. O en caso negativo si resulta recomendable
regresar al lecho que abandonó creyendo que se trataba de un sudario.
Anda calle adelante con paso firme y la mirada
alta. Parece feliz ensimismado en sus propios pensamientos, hechos sin duda por
conceptos relacionados con la alegría de vivir y la primavera, que ya se hace
patente en las mimosas recién florecidas, y en una brisa que nuca se hará
viento y menos tempestad. Algo en su andar denota, sin embargo, una vacilación
en su interior que es posible que poco más allá le haga detenerse y reflexionar
sobre la importancia de los filósofos presocráticos y las matemáticas
euclidianas, principio de todo de acuerdo con Pitágoras y origen por lo tanto
del logos en contraposición al mito. En cualquier caso, nunca se sabe porque
siempre fue muy antojadizo, y lo mismo permanece en el lugar definitivamente
que acelera el paso y se aleja hasta perderse de vista. Para él el horizonte
siempre estuvo a la vuelta de la esquina.
Asombra en Nicereto su quietud, su ausencia de
movimiento para nada relacionada con la parálisis cerebral, sino todo lo
contrario. Mientras su cuerpo permanece inmóvil, en su interior se agitan
multitud de ideas que suelen desarrollarse y organizar en su encéfalo
auténticas batallas contradictorias. Hay quienes incuso suponen que su quietud
es originada precisamente por esas antinomias, que llegan a inmovilizarle y le
impiden dar un paso. Se han ensayado con él todo tipo de terapias que hasta el
momento han resultado inútiles. Incluso se le han aplicado corrientes y
realizados pequeñas lobotomías en su neocórtex con resultados negativos.
Tampoco se han ahorrado intervenciones exógenas como increparle y arrojarle a
la cara agua o excrementos para ver si finalmente reacciona. Pero hasta ahora
todo ha sido en vano y persiste en su actitud con una obcecación digna de mejores
empresas. La beatitud de su gesto inerva a los más inquietos, y recuerda a los
búhos expectantes en la noche. Y por lo tanto a Minerva, diosa de la sabiduría.
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