Son las tres de la mañana. No puedo más. Me
levanto y me presento en la comisaría de policía. Para que me atiendan tengo
que llamar al timbre. Cuando ya adentro le digo al agente de guardia que parece
mentira, no le doy tiempo a que me responda y le hago partícipe de mi desazón:
mi incapacidad de permanecer en este mundo ni un minuto más. No lo soporto,
aunque no pueda precisar exactamente de qué se trata. Es demasiado grande, o
demasiado pequeño. Demasiado lo que sea, concluyo, y me siento aunque el agente
no me haya autorizado y ni siquiera me haya preguntado qué me sucede.
Ralph, veo el nombre del agente sobre una placa en
el pecho, me dice de inmediato que me comprende, que está conmigo. Que si puedo
y eso me alivia, piense en él por un instante, un tipo a punto de jubilarse a
las tres y cuarto de la noche vestido de mamarracho en una infecta oficina de
un pueblo infecto, toda la noche en vela. “Por si algo ocurre” añade con cierta
sorna para terminar. Y nunca ocurre nada, idioteces o como mucho algún que otro
perturbado que llega hasta aquí contando sus locuras, que uno debe tomarse con
paciencia y tratar de interpretar como si fuera un psiquiatra para no perder la
cabeza y pegarle dos tiros. De eso no te quepa la menor duda, añade. Aquí tengo
la pistola: está a punto. Y para convencerme, saca una bala del cargador y me
la enseña.
Por
extraño que parezca, las palabras del agente han obrado el milagro de
tranquilizarme. No sé la razón pero ha sido así y así lo cuento. Le he dado las
gracias y le he dicho que lo que necesitaba este pueblo era más gente como él.
Que el mundo sería otra cosa con personas tan amables y compasivas. Ralph se ha
levantado, ha pasado una mano por encima de mis hombros y se ha despedido de
mí. “Anda vete, lo tuyo no es nada. A todo el mundo le sucede lo mismo, pero se
calla. Tú al menos has tenido el valor de confesarlo como un verdadero hombre”.
Luego cuando me disponía a añadir algo, ha pasado su mano por mi cabeza y me ha
revuelto el pelo como si fuera un crío. No me ha dejado decir nada y me ha
acompañado hasta la puerta. “Anda vete. La noche es lo que tiene”.
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