¡Dejadme en paz! Tengo
derecho a mi propia alienación.
Tu boca, tus labios, tus
dientes, tu lengua, pero no tu tráquea.
Ruidos, silencios.
Paralelepípedos, por fin.
Conocer el algoritmo de
tu vulgaridad, a eso aspiro.
Sombrías perspectivas y
luego la victoria, arengó a la tropa.
Mi amor nada metafórico
por tus células me estimula.
Su incapacidad de decir
ni acaso sí.
El almuerzo consistió en
sólidos y líquidos en líneas generales.
Está malita pero blasfema
divinamente.
Toca de oído y con los
dedos: los pianos engordan.
Tenía un defecto y varios
desperfectos.
Mañana sabrás lo que esta
noche también.
Apago la luz. Adonde va
ya es otro cantar.
El orgullo iniciático de
los bantúes me subyuga.
La guerra del Peloponeso
y de lo otro.
Su sistema venoso. Ríos
de sangre nada azul.
La estrellas de mar. Las galaxias
de océano.
La virtud de los mansos
me pervierte.
Abandona este lugar pero
no seas ubicuo.
El abismo se abrió a sus
pies. Se fue sin despedirse.
Nada hay más importante.
La mortadela, si acaso.
Padre nuestro que estás
en los cielos dónde.
Santa María, madre de dos
ni siquiera.
El obispo maneja el
hisopo. No digo cual.
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