martes, 30 de mayo de 2017

OPORTO



Imagina que está ahí aunque tú no lo veas. Tú, como es natural, estás a lo tuyo. Piensas o quizás divagas, que es una forma de pensar algo más anárquica. O quien sabes si a esas horas intempestivas te ha dado por leer. Pero está ahí y es plenamente consciente de tu presencia. Te mira y posiblemente reflexiona sobre tu actividad. Podría estar interesado y eso agradarte y hacerte sentir importante, aún sin saber con exactitud su opinión que, sin embargo, podría no ser tan favorable. En cualquier caso, es posible que al cabo de un rato, quién sabe si solo de un instante, se canse de observarte y decida que ya está bien y se pierda en sus propios pensamientos, ajenos totalmente a tu existencia. Te ignorará aunque te cueste creerlo y echará a andar, si ese es el medio que tiene de desplazarse, doblará el recodo que tenga más cercano y se olvidará de ti definitivamente. Tú no lo sabes, y quizás sea mejor así, pues si lo supieses es posible que te sintieras avergonzado y un tanto deprimido. Lo poco interesante que debiste resultarle, que unos pocos minutos le fueron suficientes par tomar nota y olvidarte para siempre. Pero así fue como pasó o como podría haber pasado, que de esto no estoy totalmente seguro. Pero incluso si solo hubiera sido una posibilidad, no deberías olvidarla, por si la situación se hace realidad o vuelve a repetirse y deseas añadir algo de tu propia cosecha.


Las cinco de la mañana es una hora propicia para pocas cosas. En todo caso para estar uno sumergido en sus propios sueños, ese extraño lugar poblado de fantasmas. O de banalidades, para qué vamos a decir otra cosa, que hay mucha fantasía cuando se habla de la noche, y en buena medida suele ser algo de lo más vulgar, que como norma general todos conocemos. Pero resulta sorprendente que anoche a la hora mencionada, te levantaras, fueras directamente al aparador del salón y te sirvieras sin dudarlo una copa de Oporto. Lo hiciste de forma totalmente natural, instintiva, como si fuera un hábito cotidiano. Aunque también alguien podría imaginar como algo que hubieses estado esperando todos los días de tu vida: llegó la noche en la que a todo tu ser se le ocurrió finalmente tomar tal decisión. Luego te sentaste en el sofá y te mantuviste durante un rato en una especie de duermevela perdido en tu mundo, bastante más banal posiblemente que el que podría imaginar cualquiera que te viese en un lugar tan elegante, rodeado de muebles nobles y libros de viejo, con la apariencia de pertenecer a una novela realista del diecinueve con visos intelectuales. Luego, abriste una cajita de plata  en la que guardabas al parecer tabaco desde tiempo inmemorial, y para mi sorpresa, porque nunca lo haces, te pusiste a fumar con la mirada soñadora de alguien que aún espera al día siguiente con la ilusión de la juventud. O con la melancolía de quien ya no espera nada de la vida, pues tengo que admitir que tu actitud me confundía. Pasaste así un buen rato hasta que terminaste el cigarrillo, apuraste la copa de Oporto, y con la misma parsimonia con la que fuiste hasta el salón, volviste a tu habitación y te acostaste. Hacia las nueve de la mañana, con el sol entrando a raudales por la ventana, te acordaste de lo sucedido como un sueño. Nada delataba tu presencia en el salón durante la noche. Por motivos que desconozco, como un ladrón o un criminal, habías borrado meticulosamente toda huella de tu presencia allí. Ni rastro del Oporto, ni sorprendentemente, del olor a tabaco.


Me han dicho que te has vuelto exhibicionista. Al parecer, llega la tarde y cuando ya anochece, apareces en el balcón, haga el tiempo que haga, con una gabardina encima y en un momento dado zas la abres y sálvese quien pueda. No sé de donde has sacado este vicio. Quién te ha metido en la cabeza tamaña chaladura. Supongo que a esas horas no tienes nada que hacer y te sientes quizás demasiado solo y hala, a la terraza a exhibirte. Y digo exhibirte porque eso es algo que se dice de los tipos como tú, que se echan una gabardina encima y se dedican a espantar a la gente. Sobre todo a las jovencitas y a las señoras despistadas ¡Que vergüenza! En tu caso solo te libra el hecho de que según cuentan, te abres la gabardina “para otro lado”, el que da a tu propio domicilio, y por lo tanto nadie puede ver lo que escondes ni tener un motivo real de queja. Eres un exhibicionista, qué duda cabe, aunque sea vergonzante. Pero los datos están ahí: la semi oscuridad, la terraza, la gabardina, y sobre todo ese gesto obsceno y ridículo de abrir violentamente los brazos. Te libras porque nadie ha podido saber con certeza ver lo que escondes, eres lo suficientemente astuto para disfrutar y al mismo tiempo ocultar lo que tanto debes valorar, y que por tu gesto pretendes que los demás supongan como algo especial. Sobre todo los más inocentes. Los vecinos hasta ahora no han decidido hacer nada a pesar de haberse reunido en una junta extraordinaria, aunque ya se habla de informar a la policía para que tome cartas en el asunto ¡Canalla! Si eres hombre abre el impermeable como es debido, por donde lo abren los verdaderos exhibicionistas. Sin tapujos. Cara al público. Tú no lo haces, y a pesar de lo apuntado más arriba, no son pocos los que afirman que lo que eres verdaderamente es un auténtico mariquita.

sábado, 27 de mayo de 2017

BOLTARIZACIONES 10



Chunda, chunda, chunda, tachán: comienza la tragedia.

Llega, mira a los espectadores y agradece su asistencia a la función. Luego se retira parsimoniosamente y se adentra en la noche: se acabó el teatro.

Aquel niño era un verdadero demonio. No solo por la necesidad de tener que recurrir a un exorcista cuando se enfadaba y era capaz de girar la cabeza 360 º. Ni tampoco por tener patas, cuernos y rabo de chivo, sino por su incorregible costumbre de seguir haciéndose pis en la cama.

La vulgaridad de sus maneras desdice su apostura.

Los cristales del lugar eran opacos. O Pedros, no estoy seguro.

Los pies son un error. No tanto los patines.

Ciertamente, verdaderamente, eficazmente: absurda mente.

Uno de Enero, dos de febrero. Resumiendo: siete de Julio, San Fermín.

La solidez de la catedral humilla a los arbotantes.

Cuando te afeites no rebanes el pescuezo: los verdugos no están de moda.

Me gusta la música que solo es apreciada por sus intérpretes, que son quienes tienen todas las claves para evaluar su belleza y dificultad. Los asistentes del patio de butacas, los anfiteatros y los palcos hagan, por lo tanto, el favor de abandonar sus localidades.

Joven, no haga nada que pueda perjudicarle en un futuro, que se le echará encima mucho antes de lo que se imagina. Si no fuera así, podrá bailar la conga y asesinar a mansalva. Las cárceles y los psiquiátricos tienen una paciencia infinita.

Su ambivalencia solo era equiparable a la del gato de Schödinger.

Pienso lo que piensan los pensamientos si es que piensan. Y no hablamos de de flores.

El inútil empeño de los tréboles de cuatro hojas en amputarse y ser por fin normales.

La inanidad de los de prólogos y epílogos desalienta a los poetas.

La virginidad de las prepúberes descorazona a las putas.

Esto te voy a dar, dijo el enamorado machista blandiendo lo que llevaba entre las manos. Pero solo se trataba de una pluma.

El fracaso del arca de Noé: la inutilidad de las palomas.

El hallazgo consistió en sí mismo ubicado en otras circunscripciones espacio temporales

viernes, 26 de mayo de 2017

LA CORUÑA



He ido a cenar con un cura amigo en un restaurante de la carretera de La Coruña a la salida de Madrid. Nos sentamos en la terraza y nos disponemos a darnos una buena mariscada. El cura sin que yo le diga nada dice que tal hecho es perfectamente compatible con la doctrina de la iglesia católica, después de todo Jesucristo era pescador. Nos sentamos en una terraza en el exterior donde también sirven las cenas. El ambiente es muy agradable y el sonido de los automóviles en las proximidades podría ser tomado por el suave rumor del mar en una playa próxima. Al poco de sentarnos veo cerca de nosotros sentados en otra mesa a una serie de conocidos que supongo que se preparan también para cenar. Son Javier, Tere Mari y Fernando y tres más que no conozco. Al reconocerme me acerco a su mesa y me siento en la silla de Fernando que se ha ausentado un momento. “cuando vuelva ya cogerá otra” digo a los demás que me miran entre contentos y asustados como si no tuvieran claro lo que mi presencia pudiera depararles. Me olvido del cura no sin antes decirle levantando la voz “padre, usted a lo suyo, con la buena materia prima que tienen aquí se va a poner las botas y no me va a echar de menos en absoluto”. Javier farfulla algo en el sentido de que le diga que se acerque, pero yo le corto taxativo diciendo que sería un engorro porque era posible que entre plato y plato nos hiciera rezar jaculatorias y al terminar un rosario, y no está la langosta para tales añadidos. Cuando vuelve Fernando con cara de satisfacción le digo que se busque una silla y que si tiene problemas avise al encargado. El cura hace un gesto de asentimiento y todos podemos observar como se prepara para el condumio poniéndose la servilleta a modo de babero.
         Cuando ya todo en orden nos disponemos a empezar tras haber encargado la cena, naturalmente a base de marisco, pues el restaurante es una marisquería y pedir un chuletón de Ávila aquí aparte de una provocación sería inútil, llega un tipo uniformado y nos comunica que el conde nos espera en una chalet de las inmediaciones. Que la cena será gratis y no tendrá nada que envidiar a la del restaurante que además ha bajado mucho de nivel desde que cambíó de propietario. No lo dudamos ni un momento y nos encaminamos de inmediato al chalet detrás del chofer o lo que fuera aquel tipo. El maitre del restaurante protesta argüllendo que los percebes ya estaban listos, a lo que le respondo señalando al cura que se los pase a él que venía con hambre y la iglesia necesita pastores en buena forma. En casa del conde efectivamente todo parece preparado. Él nos recibe ya sentado a la mesa con batín y una peluca, eso es evidente, de ínfima calidad. Empezamos a cenar de inmediato sin ninguna clase de prolegómenos. Nadie conoce al conde, pero “a caballo regalado no se le mira el diente”, afirma Javier, a falta de mejores argumentos. En mitad de la cena, harto de la cantidad de majaderías que me veo obligado a escuchar, me levanto y me voy sin despedirme. En el restaurante encuentro al cura haciéndose cargo de un bogavante con el que parece haber establecido una guerra sin cuartel. Cuando termina le digo “Pater, pague y recoja los bártulos, que si no va usted a tener que volver a Madrid en taxi, y un sábado por la noche le va a salir por un ojo de la cara”. El cura no rechista y después de dar gracias a Jesús por los alimentos recibidos, nos vamos. “Menuda cara tiene este, pienso para mis adentros”, pero no digo nada pues aunque no soy creyente siempre he tenido cierta prevención con el clero y las instituciones religiosas. Otros por menos acabaron en la hoguera”. Nos metemos en mi SEAT Panda, y desde un recodo de la calle que sale a la carretera de la Coruña podemos ver al conde y sus invitados descorchando botellas de champán. Es posible que alguien se haya casado con Tere Mari o que todos celebran la finalización de su terapia de grupo. Entramos pues en la capital de España y ambos coincidimos en que en la medida que sigan siendo posibles celebraciones como las que con relativa frecuencia nos ofrecemos, sería una idiotez cambiar el sentido de nuestro voto, lo que el cura parece reafirmar mediante un regüeldo que de inmediato trata de disfrazar con un leve ataque de tos. Ya en las inmediaciones del Puente de los Franceses le tranquilizo afirmando que “en cualquier caso tenga la seguridad de que no se trata de los mariscos. En ese lugar son de primera calidad, ajena por absoluto a las flatulencias”. “Laudamus tibi Christi” corrobora el pater.

martes, 23 de mayo de 2017

MARTÍN



Martín hablaba mucho o no hablaba nada. Nos veíamos con frecuencia y lo más habitual era que nos cruzáramos prácticamente sin abrir la boca o que si nos parábamos me largase una perorata sobre la primera cosa que se le viniera a la cabeza, aunque su tema preferido siempre tenía que ver con episodios de tiempo atrás, cuando coincidimos en el ejército haciendo el servicio militar. Pero poco más, mi vida en aquellos momentos no debía interesarle en absoluto, y si debo decir la verdad, a mí la suya tampoco. Con el tiempo que había pasado, lo normal hubiera sido ponernos al corriente de nuestras actividades, familia y aficiones, etc… pero nada de eso sucedió.
             Coincidíamos un par de veces por semana en unas instalaciones deportivas municipales y supuse que iba a la piscina, no solo porque siempre nos veíamos en sus inmediaciones sino porque invariablemente llevaba el pelo mojado y sin peinar como si acabara de salir del agua. Era absurdo y seguramente obedecía a alguna razón de cierto calado, si por tal se entiende que alguien siempre se olvide del peine o le hayan informado de que el cloro en la cabeza durante un buen rato detiene la caída del cabello, puestos a decir majaderías. Quien sabe. En cualquier caso me parecía absurdo porque además supongo que después de nadar se daría una buena ducha, sobre todo teniendo en cuenta que la piscina a esas horas estaba llena de carcamales como nosotros y niños de corta edad con sus papás, con todo lo que ello supone y que no es preciso especificar aquí. Nunca me atreví a preguntárselo ni él tampoco me preguntó nunca qué hacía allí, aunque posiblemente se lo imaginó. Con mis raquetas de tenis a la vista no hacía ser demasiado inteligente para ello. A este respecto, en cierta ocasión después de soltarme un buen espiche sobre las excelencias del servicio militar y las bondades del ejercicio físico, me preguntó señalando a las raquetas ciertos detalles sobre el reglamento y las tácticas del badminton, a lo que como es natural no pude contestarle porque era algo a lo que yo no había jugado en mi vida, poniendo además una cara de perplejidad evidente cuando poco después acarició el cordaje de una de las raquetas con cierta fruición. A continuación, cuando me disponía a aclararle que yo solo jugaba al tenis, me dio un golpecito en el hombro y se alejó a buen paso diciéndome “¡No te preocupes, no tiene importancia, otra vez será!”
     Después de este incidente, por llamarlo de alguna manera, nos seguimos saludando un poco de pasada, casi evitándonos, lo que me hizo suponer que lo sucedido había tenido para ambos una importancia mayor de lo que pudiera parecer a primera vista. A mí me había dejado marcado aunque intentara no admitirlo considerándolo una tontería, pero en el fondo no podía quitármelo de la cabeza y tenía el convencimiento de que había sido una auténtica tomadura de pelo. Recordé que en la época del servicio militar Martín tenía fama de caradura y guasón, y que aprovechaba la menor ocasión para poner en ridículo al primero que se le pusiera por en medio. En una ocasión de la que fui testigo, le preguntó al sargento Peláez si le quedaba mucho tiempo para ascender a general. El suboficial, como es lógico, se quedó de piedra, pero Martín se mantuvo impasible ante su mirada de asombro, lo que debió hacerle dudar, incapaz de darle una razón convincente, mandarle al calabozo o sacudirle una hostia, que por aquella época no escaseaban. La verdad, como bien sabía mi compañero, era que tal ascenso, a no ser que se tratara del mismísimo Napoleón victorioso en Austerlitz, tenía la misma posibilidad de producirse que la que podría tener una persona para echarse a volar agitando los brazos. Recordando, pues, esa ocasión y otras parecidas, decidí desquitarme de la tomadura de pelo de la que había sido objeto por parte de aquel caradura, así que la primera vez que volvimos a encontrarnos francamente, le pregunté con toda seriedad a bocajarro cuantos largos hacía normalmente a mariposa, y sin darle tiempo a que lo asimilara, añadí si ya era capaz de saltar de la palanca de cinco metros y hacer el doble tirabuzón. Como supuse, me miró con cara de estupefacción e intentó balbucear algo, supongo que para preguntarme si estaba de broma, pero no le di la oportunidad y me alejé inmediatamente repitiendo casi las mismas palabras que él había dicho cuando lo del badminton. “Va, déjalo, no tiene importancia, otro día me lo cuentas…”.
       Desde ese día Martín y yo nos evitábamos a las claras, y cuando casualmente nos veíamos de lejos, rápidamente tomábamos otra dirección. Un día, sin embargo, casi nos tropezamos al doblar una esquina, y aparte de disculparnos no tuvimos más remedio que saludarnos y decir las cuatro tonterías habituales en tales ocasiones. En cualquier caso, pude apreciar en él un cambio que me dejó un tanto patidifuso. En esa ocasión Martín estaba perfectamente peinado, y hasta tuve la sensación de que tenía más pelo y hasta que gastaba tupé, lo que me hizo considerar si verdaderamente el cloro actuaba como un magnífico tónico revitalizador. Al despedirnos me miró fijamente a los ojos y me dijo con cierto énfasis echando una rápida mirada a las raquetas: “¡Lo que supuse: siempre supe que acabarías jugando al badminton!”.

sábado, 20 de mayo de 2017

ALIMOCHES



La certeza del día despierta al alimoche. Otros vendrán que te harán bueno, de eso se trata y no por mucho madrugar las expectativas varían. Podrían ser mejores, cierto, pero podrían no existir. La vida es algo aleatorio que añoran las piedras, hartas de su sueño mineral y de la teoría de la gravedad que siempre las ubica en el suelo o en caída libre con movimiento uniformemente acelerado.

La melancolía es un error, sentenció un escritor de medio pelo, pretendiendo de esa forma emponzoñar un concepto muy querido por los poetas románticos, y al mismo tiempo humillar a los deprimidos. Al fin y al cabo tendrá sus razones, pero la crueldad de su idea no impedirá que los melancólicos se paseen de madrugada por los alféizares de los edificios de más de seis plantas. O que otros de la misma condición se asomen  las azoteas a la luz de la luna para contemplar las estrellas, saludar a la Vía Láctea si fuera posible, y evaluar finalmente la posibilidad del salto. O en caso negativo si resulta recomendable regresar al lecho que abandonó creyendo que se trataba de un sudario.

Anda calle adelante con paso firme y la mirada alta. Parece feliz ensimismado en sus propios pensamientos, hechos sin duda por conceptos relacionados con la alegría de vivir y la primavera, que ya se hace patente en las mimosas recién florecidas, y en una brisa que nuca se hará viento y menos tempestad. Algo en su andar denota, sin embargo, una vacilación en su interior que es posible que poco más allá le haga detenerse y reflexionar sobre la importancia de los filósofos presocráticos y las matemáticas euclidianas, principio de todo de acuerdo con Pitágoras y origen por lo tanto del logos en contraposición al mito. En cualquier caso, nunca se sabe porque siempre fue muy antojadizo, y lo mismo permanece en el lugar definitivamente que acelera el paso y se aleja hasta perderse de vista. Para él el horizonte siempre estuvo a la vuelta de la esquina.

Asombra en Nicereto su quietud, su ausencia de movimiento para nada relacionada con la parálisis cerebral, sino todo lo contrario. Mientras su cuerpo permanece inmóvil, en su interior se agitan multitud de ideas que suelen desarrollarse y organizar en su encéfalo auténticas batallas contradictorias. Hay quienes incuso suponen que su quietud es originada precisamente por esas antinomias, que llegan a inmovilizarle y le impiden dar un paso. Se han ensayado con él todo tipo de terapias que hasta el momento han resultado inútiles. Incluso se le han aplicado corrientes y realizados pequeñas lobotomías en su neocórtex con resultados negativos. Tampoco se han ahorrado intervenciones exógenas como increparle y arrojarle a la cara agua o excrementos para ver si finalmente reacciona. Pero hasta ahora todo ha sido en vano y persiste en su actitud con una obcecación digna de mejores empresas. La beatitud de su gesto inerva a los más inquietos, y recuerda a los búhos expectantes en la noche. Y por lo tanto a Minerva, diosa de la sabiduría.

APARATOS



El aparato se arregla tal que así. Para empezar, se lo mide se lo pesa y se realizan con él las operaciones necesarias para evaluar el desperfecto. Más tarde se verá, si es preciso, si se deben poner en marcha otras diligencias que lo pongan en modo de ser reparado, pues de eso se trata. Una vez instituido el algoritmo, o como quieran llamarse a las operaciones precedentes, se procede de la forma prevista en las instrucciones de uso. Si el aparato funciona, se pliegan bártulos y asunto terminado; en caso contrario, se prevén las próximas actuaciones. Si ni siquiera tras estas el aparto vuelve a funcionar como sería menester, ha llegado el momento de tomar nuevas iniciativas, entre las cuales no debe descartarse finalmente su destrucción mediante los métodos aconsejables en caso de guerra o frente al enemigo. En cualquier caso, no siendo tal la situación, debe procederse con la máxima discreción y a ser posible sin fuego ni pirotecnias.

Sin llegar a tales extremos, el aparato, sin embargo, puede ser muy suyo y no dejarse manipular, reaccionando a nuestros intentos con tácticas defensivas, incluidas la ocultación y el transformismo. En tal caso, esperar tranquilamente a que el artilugio vuelva a su ser primordial de acuerdo con el conocido concepto freudiano del “lento retorno de lo reprimido”. Una vez vuelto en sí, atraparlo sin darle tiempo a reaccionar y actuar vigorosamente mediante un martillo del tamaño adecuado o un soplete oxiacetilénico. Nunca volverá a ser lo que fue, eso es evidente, pero podremos experimentar al mismo tiempo la euforia de la éxito y el pesar del la derrota.

Hay que manifestar aquí que la utilización de los aparatos no siempre resulta lo sencilla que pudiera parecer a primera vista. Ni siquiera con la ayuda de las instrucciones de uso mencionadas más arriba. Algunos prefieren permanecer en su ensimismamiento original, y se resisten a ser empleados siguiendo tácticas que todos los sólidos conocen al dedillo desde el primer momento que adoptaron la estructura que les caracteriza. En estas ocasiones y una vez convencidos de la resistencia que ofrece el artefacto a su saneamiento, lo mejor será permanecer tranquilo, sentarse en sus proximidades y esperar a que cambie su actitud o podamos sorprenderlo en un instante de transición en el que se haga evidente su deriva hacia un dinamismo autónomo.

En casos rebeldes en extremo, toda estrategia resultará inútil y será preferible permanecer como se ha dicho con anterioridad, considerando al aparto en cuestión como un objeto para ser contemplado y nada más. Abandonar de esta manera nuestro delirio reparador y aceptar en buena lid nuestro fracaso. El tiempo en tal coyuntura se nos hará más llevadero, y podremos poner en marcha nuevas variantes no contempladas en absoluto cuando llegó a nuestras manos. Sería conveniente, por ejemplo, cambiar la ubicación de nuestra butaca, y contemplar de esa manera nuevos perfiles del cacchivache que quizás nos descubren una belleza recóndita ignorada hasta esos momentos, pero digna para su exposición en un museo. O para una instalación al aire libre en unos jardines públicos con fuentes, por poner un ejemplo. Me sucedió en una ocasión con un rastrillo negado para cualquier actividad no sedentaria, al que pude sacar un buen partido en una exhibición de arte de vanguardia en el Museo de arte contemporáneo reina Sofía de Madrid, donde alcanzó un sonoro éxito de crítica y público.  


viernes, 19 de mayo de 2017

BOLTARIZACIONES 9



Yo sabré recompensar tu idiosincrasia nunca.

La función sucedió tal que así quizá al revés.

Apenas podría caminar sin subterfugios el batiscafo.

Durante la revolución el monarca fue pasado por las ramas.

Los tigres son inciertos y las cebras parientes.

La mano tiene dedos y estos poco menos.

Mi vida ha transcurrió a propósito de qué.

Tengo la necesidad imperiosa de proliferar, dijo el promiscuo.

Heidegger fue arrojado al mundo mundial, aseveró el hortera.

Para Wittgenstein no hay que hablar de lo que no se sabe donde.

Los asirios, los acadios, los sumerios, los caldeos. Pero también los de Alcobendas.

Bailaba la danza del vientre. El vientro era otra cosa.

Escasean los tucanes en Holanda, pero no los tulipanes.

Salgamos de aquí inmediatamente luego.

En lugar de embestir el toro tuvo un orgasmo y se hizo necesario el sobrero.

Nadie es superior a ti excepto las multitudes.

Arde Roma: Nerón no toca el piano.

La Coruña y el faro de Hércules: no será para tanto.

Nuestro amor sin límites. El horizonte solo.

Conocernos al fin y poder despedirnos de inmediato.

Si quieres la paz prepara la guerra jamás, dijo el vencido.

El monólogo de Segismundo Freud en absoluto.

Harto del rojo y el negro, Stendhal inventó el arco iris.

La imprevisibilidad de las zarigüeyas me azora.

BOLTARIZACIONES 8



El amanuense escribe amanueradamente.

El discreto encanto de la apoplejía.

Verás como a partir de ahora vendrá después.

Inténtalo una vez más o menos.

La maleabilidad del diamante en absoluto.

No interfieras ni inter pares primus.

La aristocracia de las acacias de Dalmacia.

Lázaro, levántate y nada.

Lázaro, levántate y nada, anda.

Lázaro, anda. levántate.

La proliferación de tuberías trolebuses.

Nada es lo que amanece.

Ningún hombre sin pan y ninguna casa sin jardín.

Aténgase pues a las connivencias!

El desierto consiste en arena casi nada.

La posibilidad se aproxima a, pero digo cero.

Mi amor es inconmensurable pero sobre todo incognoscible.

De noche todos los gatos son prados.

Ande yo caliente, ríase Vicente. Pongo por caso.

La celebración consistió en esto y lo de más allá.

El traje de mil rayas mal contadas.

La necesidad aguza los sentimientos.

La victoria sonrió a los videntes.

BOLTARIZACIONES 7



¡Dejadme en paz! Tengo derecho a mi propia alienación.

Tu boca, tus labios, tus dientes, tu lengua, pero no tu tráquea.

Ruidos, silencios. Paralelepípedos, por fin.

Conocer el algoritmo de tu vulgaridad, a eso aspiro.

Sombrías perspectivas y luego la victoria, arengó a la tropa.

Mi amor nada metafórico por tus células me estimula.

Su incapacidad de decir ni acaso sí.

El almuerzo consistió en sólidos y líquidos en líneas generales.

Está malita pero blasfema divinamente.

Toca de oído y con los dedos: los pianos engordan.

Tenía un defecto y varios desperfectos.

Mañana sabrás lo que esta noche también.

Apago la luz. Adonde va ya es otro cantar.

El orgullo iniciático de los bantúes me subyuga.

La guerra del Peloponeso y de lo otro.

Su sistema venoso. Ríos de sangre nada azul.

La estrellas de mar. Las galaxias de océano.

La virtud de los mansos me pervierte.

Abandona este lugar pero no seas ubicuo.

El abismo se abrió a sus pies. Se fue sin despedirse.

Nada hay más importante. La mortadela, si acaso.

Padre nuestro que estás en los cielos dónde.

Santa María, madre de dos ni siquiera.

El obispo maneja el hisopo. No digo cual.

RAIGAMBRES



La urdimbre y la raigambre, sí. Pero no las esdrújulas.

La virtualidad de su victoria deprime a los graderíos.

El alpiste es necesario: los pájaros vuelan.

Las salamanquesas entran subrepticiamente por los intersticios de las grietas. El viento agita las copas de los árboles. Ambos, sin embargo, se ignoran.

La flexibilidad de la contorsionista intimida a las cajas de zapatos.

La versatilidad de sus habilidades le incapacitaba, sin embargo, para componer poesía de rima consonante.

No todo se trata de cámaras fotográficas ni de estanterías. Son parte por lo tanto de lo que, pasado el tiempo, devendrá el ser que nos habita.

La antología literaria de Fulgencio B. se compone como mucho de un texto de cincuenta páginas en letra mayúscula, con un interlineado a doble espacio y sangría francesa triple, en folios DINA 4. El autor fue longevo, pues llegó casi a los cien, pero hay que aceptar que tiempo después fuera conocido como Fulgencio B. “El Breve”, con todo merecimiento.

Los muñecos de nieve de Navidad suelen estar tocados con una gorra roja en forma de capirote y tener una zanahoria como nariz. Todos están gordos y no llevan pantalones por cuestiones de geometría.

La precisión del reloj de Ulpiano depende de la mirada de su dueño. Si lo mira con frecuencia, adelanta. Y si no lo hace, llega incluso a detenerse. Es muy sensible y Ulpiano debe guiarse por la posición del sol en el firmamento y por la de las estrellas cuando es de noche.

Las pelotas se apiñan. Las piñas se apelotonan. Sin embargo, no se trata de amor.

Ese libro me obsesiona. Tengo la seguridad de que quiere decirme algo, prisionero sin embargo de los anaqueles que le niegan el uso de la palabra.

El alfeizar se llena de palomas todas las primaveras. Las golondrinas sin embargo lo ignoran e imposibilitan de tal manera su regreso a África de donde procede.

Los barbuquejos de los marineros les impulsan a buscar nuevos mares, en navíos atestados de mástiles y tablas de jarcia.

Venecia, estamos de acuerdo. Canales, iglesias, góndolas, amores, viejos palacios. Y puñales que se hicieron a la mar tiempo atrás cuando fue preciso.

La chimenea trepa hasta el cielo por la escalera del humo que desaloja. Luego sucede lo previsible. Abajo quedan las brasas, y mucho más arriba la estratosfera languidece.

La ignominia de los bárbaros consistía en reducir a cenizas las ciudades que asolaban y pasar a cuchillo a sus habitantes. Más tarde los trovadores darían una versión muy distinta de los hechos.

Los dedos de las manos tienen la cualidad de poder atrapar los objetos y utilizarlos como herramientas mediante el conocido método del efecto pinza. Los dedos de los pies no, a no ser que usted sea un simio o un lemúrido, en cuyo caso tendríamos que hacer algunas matizaciones.

jueves, 18 de mayo de 2017

NEANDERTALES



Todos somos personas desnudas. Eso es lo que yo pienso, porque lo cierto en mi opinión es que la mayoría cuando piensan en ellos mismos o en sus amistades, lo hacen como si fueran personas vestidas. Pero no es verdad, todos estamos desnudos y cada día nos ponemos algo encima para tener otra apariencia. De albañil, de guardia, de oficinista. O de payaso, que viene a ser lo mismo. Y nos lo creemos y nos presentamos así como si tal cosa. Soy agente de policía, ama de casa. Almirante. Nada de eso, camarada, compañero. Pamplinas. Usted es simple y llanamente una persona desnuda. Un mono desquiciado que se afana en ser otra cosa. Soy padre de familia, socio del Real Madrid. Los cojones. Póngase delante de un espejo de cuerpo entero desnudo a las tres de la mañana: ese eres tú, o usted, exactamente. Bastante lamentable a poco que sea sincero. Un ser extraño. De hecho mucho más extraño que un perro o un caballo, pongo por caso. Aunque tengan pelo, tengo el convencimiento que se ven como son, seres desnudos que en su interior están satisfechos con su naturaleza sin aditivos. Simplemente no se visten ni se creen otra cosa.  General, dice usted (o incluso Ministro o Presidente del gobierno). Los cojones. Un chalado que se pone un uniforme y una gorra de plato para sobrevivir (¡Una gorra! Ese extraño artefacto que se ponen sobre la cabeza todos los que se consideran importantes. Imagínese al Papa o los obispos: el delirio). Y si le dejan y las circunstancias son las adecuadas, sale por la puerta de su casa dispuesto a conquistar el mundo. O casi. Hágame caso, no incorpore a su naturaleza añadidos inútiles. Quítese de encima todas las pegatinas que colecciona desde niño sobre su piel. Papá, mamá, el colegio, los amiguitos, el ingeniero, mi mujer, la política. Nada de todo eso. Un neandertal, un homo sapiens, lo que usted quiera. Eso es todo o al menos lo principal. Y en cualquier caso, piense que uno también tiene derecho a sentirse nihilista en determinados momentos. Pero tampoco se lo crea demasiado.

AGENTES



Son las tres de la mañana. No puedo más. Me levanto y me presento en la comisaría de policía. Para que me atiendan tengo que llamar al timbre. Cuando ya adentro le digo al agente de guardia que parece mentira, no le doy tiempo a que me responda y le hago partícipe de mi desazón: mi incapacidad de permanecer en este mundo ni un minuto más. No lo soporto, aunque no pueda precisar exactamente de qué se trata. Es demasiado grande, o demasiado pequeño. Demasiado lo que sea, concluyo, y me siento aunque el agente no me haya autorizado y ni siquiera me haya preguntado qué me sucede.
Ralph, veo el nombre del agente sobre una placa en el pecho, me dice de inmediato que me comprende, que está conmigo. Que si puedo y eso me alivia, piense en él por un instante, un tipo a punto de jubilarse a las tres y cuarto de la noche vestido de mamarracho en una infecta oficina de un pueblo infecto, toda la noche en vela. “Por si algo ocurre” añade con cierta sorna para terminar. Y nunca ocurre nada, idioteces o como mucho algún que otro perturbado que llega hasta aquí contando sus locuras, que uno debe tomarse con paciencia y tratar de interpretar como si fuera un psiquiatra para no perder la cabeza y pegarle dos tiros. De eso no te quepa la menor duda, añade. Aquí tengo la pistola: está a punto. Y para convencerme, saca una bala del cargador y me la enseña.
     Por extraño que parezca, las palabras del agente han obrado el milagro de tranquilizarme. No sé la razón pero ha sido así y así lo cuento. Le he dado las gracias y le he dicho que lo que necesitaba este pueblo era más gente como él. Que el mundo sería otra cosa con personas tan amables y compasivas. Ralph se ha levantado, ha pasado una mano por encima de mis hombros y se ha despedido de mí. “Anda vete, lo tuyo no es nada. A todo el mundo le sucede lo mismo, pero se calla. Tú al menos has tenido el valor de confesarlo como un verdadero hombre”. Luego cuando me disponía a añadir algo, ha pasado su mano por mi cabeza y me ha revuelto el pelo como si fuera un crío. No me ha dejado decir nada y me ha acompañado hasta la puerta. “Anda vete. La noche es lo que tiene”.

domingo, 14 de mayo de 2017

VALLADOLID



Verdaderamente no tengo nada que decir y por lo tanto voilà….

Me paso el día errando sin rumbo por las avenidas pero finalmente me detengo y me ofrezco un bocadillo con cerveza que alivia mi frustración de evitar las plazas y los supermercados.

Pienso en ti con frecuencia. Cada pocos días e incluso en ciertas ocasiones una vez al mes siempre que no se trate del verano. No me lo perdonarás pero eso sucede.

En la confluencia de las calles de Agapito Do Santos y Federico Estremera se producen con frecuencia ciertos fenómenos consistentes en una luz muy blanca que surge de improviso y un pordiosero rumano que hace un instantes confiesa que estaba en las proximidades de Alcalá de Henares desayunando.

Hijo de puta, qué quieres que te cuente pasó lo que paso y tu no eres nadie para venirme con exigencias. Dedícate a la cultura ya frecuentar a los seres singulares que deambulan por el bulevar y olvídame. O no, eso a tu gusto.

El recuerdo de aquellos años levanta en mí emociones encontradas, en las que son frecuentes un hondo pesar por el tiempo transcurrido, una melancolía desgarradora por cierto amiguito pelirrojo que no volveré a ver y una alegría inusitada de saber que aquel tiempo horrible no volverá, a no ser que la historia se repita.

Tú estás tranquilamente en la cama, te acabas de despertar y eres feliz percibiendo un rayo de luz que se filtra a través de los visillos. Ni un pensamiento par mí, tu mentor, sin el que con toda probabilidad frecuentarías los prostíbulos de Ámsterdam o Málaga, de eso no tengo la certeza pues jamás te decantabas por el sur o el norte. Rara que eras.

No se ha hallado todavía la razón por la que Ramoncito es incapaz de aprender a hablar correctamente. Los estudios cerebrales y neurofisiológicos no han dado con ninguna pista, y sigue por lo tanto sucediendo que después de un buen rato hablando en perfecto castellano comience una verborrea incontinente en una lengua desconocida de la que lo único que puede decirse con certeza es que abundan las íes y las uves dobles. O quizás simplemente las uves, pues no hay forma de distinguirlas. Pero no las bes, que estamos en Valladolid.

sábado, 13 de mayo de 2017

BOLTARIZACIONES/MIX6



Todo podría suceder de la siguiente manera. O de otra, puestos a hacer un análisis somero pero versátil de la que se nos viene encima..

Enciendes la luz, te levantas y  caminas con una voluptuosidad que más que sugerir el amanecer, recuerda a los años en los que fuiste la incontestable reina de las pasarelas.

Me miras de tal manera que provocas en el sistema límbico de mi cerebro reacciones contradictorias, pues si en principio estimulas mis impulsos libidinosos, poco después moderas mis expectativas y desecas mis fluidos.

Sus manos al escribir me sugieren dos mariposas revoloteando sobre una hoja de papel. Por qué dos, me pregunto, si solo una escribe. Eso quizás nunca llegue a saberlo. Pudiera ser una consecuencia de tu nombre y apellidos, Ramón González Tablas, si no recuerdo mal, o quizás se trata de un piano. Nunca anduve muy bien de la vista.

El tren siempre suscitó en mí reacciones muy primarias, prácticamente elementales. Es verlo venir colina abajo, pongo por caso, y echarme a llorar desconsoladamente o no poder controlar una risa histérica. Siendo sincero, creo que en el fondo solo se trata de la locomotora. Lo demás, vagones incluidos, es contingente.

Virgen Santa era una expresión habitual de mi padre cuando muy de mañana levantaba la persiana y la luz entraba a raudales en su dormitorio los días despejados. Los días nublados, sin embargo, no quería ni verlos y regresaba a la cama de inmediato farfullando palabras sin sentido, entre las que destacaba “bombilla”. Eso al menos me contó mi madre, que en paz descanse.

Se incorpora en el lecho y dispone los almohadones de tal manera que a continuación leer sería lo más plausible, pero se trataba de un hombre que no apreciaba en absoluto las historias ni la poesía; del ensayo ni hablo. Le bastaba solo con el teatro previo sabiendo que al menos su disposición agradaba a su esposa, presidenta de la RAE, a la que pronto miraba buscando un gesto de aprobación.

Mañana por fin comeremos juntos. Será maravilloso saberse recorrido por los alimentos que hace solo unos instantes formaban parte de un mismo conjunto en el recipiente adecuado, digamos una olla, un cazo o una sartén. Será la forma más plausible para incrementar nuestra mutua empatía y quien sabe si un amor a primera vista.

La perientoriedad de su deseo adelantó las consecuencias a las causas. El empleo adecuado de la herramienta, pongo por caso.

BOLTARIZACIONES/MIX 5

La hostilidad de los bedeles clausuró los institutos.

La afabilidad de los ujieres alivió a los ministerios.

La belleza de sus muñones avergonzó a los ágrafos.

La vulgaridad de sus maneras desconcierta a los lemures.

La noche de eleva sobre la metrópoli de gravedad cero.

El armatoste se hizo fuerte con un didactismo diletante llegado el caso.

Lo primero que tengo que decir es mu, eso que conste, dijo la vaca.

El estilo de los escitas excita a los hoplitas.

La porosidad negativa del neopreno al agua puso freno.

La reverberación de los cristales, dijo el vano, eso añoro.

La idiosincrasia de los eucaliptos seduce a los koalas.

La ubicuidad del éter anestesia al universo.

El enojo de los litigantes ulcera a los jurados.

La plasticidad de su obra asombró a los albañiles.

El éxtasis de Hermenegildo paralizó a las legiones.

El vuelo de la gallina desconcertó a las palomas.

El abrótano nace, crece y se reproduce en el pelo.

La procacidad de su discurso aflojó las cremalleras.

La autoridad del general subyugó a los mariquitas.

La verborrea del incontinente atascó las toilettes.

Eso sí, pero quizás lo otro tampoco, llegó a dudar.

El paralelismo de las rectas pero no las curvas, puntualizó.

La meticulosidad del cacharrero paraliza al elefante.


lunes, 8 de mayo de 2017

BOLTARIZACIONES/MIX 4



Camino con una decisión que desmiente mi cojera.

Lamento haber sido brusco pero la situación lo requería en absoluto.

Me siento y me levanto sin cesar: nada que ver con la gimnasia.

La ortopedia le facilita un discurso lleno de tropos y potros de tortura.

Intento parecer todo lo satisfecho que muchas gracias.

Desconoce la intensidad de mi amor sin retrocarga.

Volveré allí donde se me necesite siempre que así fuera, claro está.

Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a los sapos, que es peor, matizó Rulfo.

Me levanto lleno de energía y grito a los cuatro vientos mi idiosincrasia.

Nada a contracorriente donde el río siempre es nuevo, puntualizó Heráclito.

Beso con unción sus pies nunca en el suelo.

Bendigo el día en que las cucarachas por fin y todo el mundo comprendió.

Harto de este mundo se inventó otro en la copa de un árbol y se echó a volar.

Es inútil tu empeño en llegar donde solo allí existe.

Necesito con urgencia un denotador de falsedades, dijo entre dientes.

Busco lo imperecedero y una lechuga no es el caso.

Su prédica solo tuvo acogida entre los sordos que le aplaudieron enfervorecidos.

Supo por fin ser lo que siempre fue in pectore: un urogallo del sotobosque.

Hablo y cavilo o viceversa. Mis dos únicas actividades además de la samba.

No desesperes, pronto llegará quien te hará ver la inutilidad de los jardines.

Llegará un día en el que los apocalipsis serán triviales, dijo al saltar.

Necesito que pronto suceda lo que ya.

Pienso mucho en el difunto aunque no se llame Lázaro ni resucite.

Su humildad se hacía patente cuando su cólera asolaba sus alrededores.

Esperaba con una paciencia fuera de toda mesura la irrigación protoplasmática de sus vasos capilares.

Medito en los misterios insondables de la Trinidad pero no voy a misa.

Hablaban con la tranquilidad con la que Atila puso sitio a Viena, pongo por caso.

Cantaba una canción primorosa plena de oropéndolas y chotacabras.

domingo, 7 de mayo de 2017

INDUMENTARIA



Me quito los calcetines y me los pongo con una frecuencia que empieza a asustarme, sobre todo teniendo en cuenta que estamos en verano y no hay ninguna necesidad de usarlos. Claro que esta afirmación es un tanto arriesgada, pues después de todo no existe ninguna ley que prohíba llevarlos en esta época del año. Como tampoco la hay que impida ponerse un abrigo y salir a la calle con todas las de la ley. La opinión de los otros viandantes después de todo podría tenerme sin cuidado, y en caso de guasa, podría mostrar como última  ratio los calcetines afirmando que tengo todo el derecho del mundo a hacer lo que me venga en gana siempre que no contravenga las ordenanzas municipales. Por otro lado y para dar en cierta medida razón a mis críticos, que los habrá, puedo pedirme un helado en cualquier establecimiento del género lo que sin duda les hará sentirse más tranquilos al ver que están en lo cierto. Con calcetines o sin ellos, si es que alguna vez se detiene esta manía de ponérmelos y quitármelos sin tiempo material para pasar a los otros elementos del vestuario, lo cierto es que si me encuentro en la calle, con o sin abrigo, podré disfrutar del ambiente tan agradable del estío en estas latitudes, supongamos que estoy en el norte de Europa donde el buen el tiempo es un regalo que uno no debe minusvalorar.
    Es verdad sin embargo que la situación podría cambiar en cualquier momento pues las sandalias son un tipo de calzado al que cada vez me estoy aficionando más. Y ya se sabe con ellas ponerse calcetines sería un error o dicho con más propiedad una horterada de dimensiones casi cósmicas. Son un calzado sencillo que ya era utilizado por los hombres primitivos con la piel del reno y el búfalo e incluso por los apóstoles si uno debe atenerse a la filmografía americana de los años pongamos cincuentas y sesentas del siglo pasado. Los setentas también pero en menor escala, pues los homínidos por aquel entonces empezamos a aficionarnos a la parafernalia de los superhombres y las sagas de los espacios siderales con todo lo que ello conlleva de cambio radical de indumentaria. En cualquier caso esto de los calcetines siendo preocupante en sí mismo no es tan grave como podría serlo la muda indiscriminada de camisetas o calzoncillos o ambos con todo el ajetreo que supondría, pudiéndose además darse el caso de que también quisiera ponerme o quitarme los susodichos calcetines. De hilo, seda o lana es otro cantar que no es aquí el lugar ni el momento de tener en cuenta. Y lo mismo vale para los abrigos y las prendas interiores mencionadas. No uso bragas ni sostenes y esa es la razón por la que no los menciono por nada del mundo quisiera ser tachado de machista a estas alturas del siglo veintiuno.