Después de
desayunar copiosamente, algo que no había dicho en mi escrito anterior, cogí el
coche y me dirigí hacia la playa. Por una vez no fui a la que habitualmente iba
cuando estaba de vacaciones en aquel lugar, sino a otra próxima pero con un
acceso mucho más cómodo, que es lo que yo necesitaba en aquellos momentos,
después de una noche corta, e interrumpida por el asunto de las fotografías.
Nada más llegar me situé en el lugar menos concurrido y posiblemente más
incómodo, pero allí era prácticamente imposible que ambas condiciones
coincidieran. Casi de inmediato, después de colocar una sombrilla minúscula que
siempre llevaba en el maletero, me tumbé debajo decidido a dormir a pata suelta
todo el tiempo que fuera necesario. No obstante, me embadurné bien de crema de
protección solar pantalla total, no porque en esas circunstancias me hiciera
falta en absoluto, pero sí como un homenaje al verano en la playa y a los
laboratorios farmacéuticos para que nos siguieran engañando todo el tiempo que
fuera preciso, y dieran así de comer debidamente a sus empleados. En cualquier
caso, pensé que el viento y el yodo marino me tostarían aunque fuera
ligeramente, y me dejarían en la piel la impronta de haber estado de
vacaciones, algo importante cuando se regresa al lugar de origen. Antes de
cerrar los ojos me prometí ver luego en google que había de cierto en la
existencia del famoso yodo, tan aludido cuando se habla de tintes, líquidos
antisépticos y brisa marina.
Debí dormir
profundamente, posiblemente lo hubiera continuado haciendo durante un buen rato
si no llega a ser por el balonazo de un niño en plena cabeza que me trasladó a
la realidad de forma fulminante. Mi reacción inmediata hubiera sido levantarme
y darle una bofetada al chico, pero reaccioné como un verdadero hincha, y le
dije al crío que siguiera practicando porque le veía futuro en el fútbol. Claro
que posiblemente mi reacción hubiera sido otra si no hubiera visto delante de
mí a un tipo con pinta de gorila, que debía ser su padre Ya despierto, me dije
que era evidente que a partir de ese momento debía hacer otras cosas que se
hacen en la playa en esas ocasiones. Había marea baja, y el mar se había
retirado algo así como medio kilómetro, por lo que su orilla era una leve línea
blanca, supongo que de espuma, cuya lejanía no me tentaba, en la medida que
para llegar casi tendría que hacer media maratón.
Se me ocurrió
que era el momento indicado para llamar al hotel por teléfono y decirles algo
que tuviera que ver con el trabajo, de forma que tuvieran nuevos datos sobre la
personalidad que quería forjar en sus mentes. Les llamé e improvisé diciéndoles
que por favor estuvieran atentos, pues en el transcurso del día era muy posible
que les llegara un paquete a mi nombre de una famosa empresa internacional, que
hasta mi vuelta deberían tratar con cuidado, pues era frágil, y desde luego
ponerlo a buen resguardo, pues contenía documentación muy valiosa. No creí
necesario en esos momentos hacer compatibles su supuesta fragilidad
(¿cristales?) con su documentación (¿papeles?), esperando que ellos mismos
encontraran una síntesis satisfactoria para términos bastante antitéticos. Me despedía advirtiéndoles que llegaría al
crepúsculo (sic) para que comprendieran que aunque fuera un hombre de empresa
también tenía un concepto poético de la existencia.
Sin embargo, las
cosas no sucedieron como les dije, porque lo que hice poco después de
levantarme de la arena, fue sobre todo abreviar. No me bañé en absoluto, sino
que únicamente me duché con agua dulce a la salida de la playa, algo que me
sentó muy bien y me despejó, teniendo en cuenta que todavía me sentía entre
somnoliento y conmocionado. Por el sueño y el balonazo, respectivamente. A
continuación metí en el maletero del coche los cuatro trastos que llevé a la
playa, y me dispuse a comer en un restaurante con pinta menos que mediocre,
pero que supongo que debido a la crisis ofrecía unos precios irrisorios. Desde
allí, después de ingerir cuatro croquetas un huevo y algo de lechuga, y
estimulado por un tinto de verano a granel, volví a llamar al hotel preguntando
por mi supuesto paquete para a continuación simular un corte de línea por falta
de cobertura o lo que ellos quisieran imaginar. En una hora estaba de vuelta y
pasé por delante de Recepción sin apenas saludar, y desde luego sin hacer la
menor referencia al supuesto envío que me tenía en vilo. Cuando la señorita de
recepción, que volvía a ser la misma, intentó decirme algo, hice un gesto vago
con la mano por encima de mi cabeza, que podía ser interpretado de muchas
maneras, pero que yo pretendía que ella comprendiera como “es inútil, ya no lo
espero” o “no importa, otra vez será”, a su libre elección.
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