lunes, 15 de septiembre de 2014

TRABAJOS TRES

Después de desayunar copiosamente, algo que no había dicho en mi escrito anterior, cogí el coche y me dirigí hacia la playa. Por una vez no fui a la que habitualmente iba cuando estaba de vacaciones en aquel lugar, sino a otra próxima pero con un acceso mucho más cómodo, que es lo que yo necesitaba en aquellos momentos, después de una noche corta, e interrumpida por el asunto de las fotografías. Nada más llegar me situé en el lugar menos concurrido y posiblemente más incómodo, pero allí era prácticamente imposible que ambas condiciones coincidieran. Casi de inmediato, después de colocar una sombrilla minúscula que siempre llevaba en el maletero, me tumbé debajo decidido a dormir a pata suelta todo el tiempo que fuera necesario. No obstante, me embadurné bien de crema de protección solar pantalla total, no porque en esas circunstancias me hiciera falta en absoluto, pero sí como un homenaje al verano en la playa y a los laboratorios farmacéuticos para que nos siguieran engañando todo el tiempo que fuera preciso, y dieran así de comer debidamente a sus empleados. En cualquier caso, pensé que el viento y el yodo marino me tostarían aunque fuera ligeramente, y me dejarían en la piel la impronta de haber estado de vacaciones, algo importante cuando se regresa al lugar de origen. Antes de cerrar los ojos me prometí ver luego en google que había de cierto en la existencia del famoso yodo, tan aludido cuando se habla de tintes, líquidos antisépticos y brisa marina.
Debí dormir profundamente, posiblemente lo hubiera continuado haciendo durante un buen rato si no llega a ser por el balonazo de un niño en plena cabeza que me trasladó a la realidad de forma fulminante. Mi reacción inmediata hubiera sido levantarme y darle una bofetada al chico, pero reaccioné como un verdadero hincha, y le dije al crío que siguiera practicando porque le veía futuro en el fútbol. Claro que posiblemente mi reacción hubiera sido otra si no hubiera visto delante de mí a un tipo con pinta de gorila, que debía ser su padre Ya despierto, me dije que era evidente que a partir de ese momento debía hacer otras cosas que se hacen en la playa en esas ocasiones. Había marea baja, y el mar se había retirado algo así como medio kilómetro, por lo que su orilla era una leve línea blanca, supongo que de espuma, cuya lejanía no me tentaba, en la medida que para llegar casi tendría que hacer media maratón.
Se me ocurrió que era el momento indicado para llamar al hotel por teléfono y decirles algo que tuviera que ver con el trabajo, de forma que tuvieran nuevos datos sobre la personalidad que quería forjar en sus mentes. Les llamé e improvisé diciéndoles que por favor estuvieran atentos, pues en el transcurso del día era muy posible que les llegara un paquete a mi nombre de una famosa empresa internacional, que hasta mi vuelta deberían tratar con cuidado, pues era frágil, y desde luego ponerlo a buen resguardo, pues contenía documentación muy valiosa. No creí necesario en esos momentos hacer compatibles su supuesta fragilidad (¿cristales?) con su documentación (¿papeles?), esperando que ellos mismos encontraran una síntesis satisfactoria para términos bastante antitéticos.  Me despedía advirtiéndoles que llegaría al crepúsculo (sic) para que comprendieran que aunque fuera un hombre de empresa también tenía un concepto poético de la existencia.
Sin embargo, las cosas no sucedieron como les dije, porque lo que hice poco después de levantarme de la arena, fue sobre todo abreviar. No me bañé en absoluto, sino que únicamente me duché con agua dulce a la salida de la playa, algo que me sentó muy bien y me despejó, teniendo en cuenta que todavía me sentía entre somnoliento y conmocionado. Por el sueño y el balonazo, respectivamente. A continuación metí en el maletero del coche los cuatro trastos que llevé a la playa, y me dispuse a comer en un restaurante con pinta menos que mediocre, pero que supongo que debido a la crisis ofrecía unos precios irrisorios. Desde allí, después de ingerir cuatro croquetas un huevo y algo de lechuga, y estimulado por un tinto de verano a granel, volví a llamar al hotel preguntando por mi supuesto paquete para a continuación simular un corte de línea por falta de cobertura o lo que ellos quisieran imaginar. En una hora estaba de vuelta y pasé por delante de Recepción sin apenas saludar, y desde luego sin hacer la menor referencia al supuesto envío que me tenía en vilo. Cuando la señorita de recepción, que volvía a ser la misma, intentó decirme algo, hice un gesto vago con la mano por encima de mi cabeza, que podía ser interpretado de muchas maneras, pero que yo pretendía que ella comprendiera como “es inútil, ya no lo espero” o “no importa, otra vez será”, a su libre elección.


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