Cuando todo
terminó, se erigió entre nosotros un muro de silencio que solo tú levantaste.
Ni una palabra, ni una señal ni un gesto. Era sin duda tu manera de hacer
posible lo que nunca pensamos que pudiera suceder. Y por lo que me decías hasta
entonces, tú menos aún que yo, que en algún momento me había preguntado por el
sentido de nuestra vida juntos.
Te dije que era
mejor que lo dejáramos. Lo nuestro había sido algo maravilloso, hasta que sin
que ninguno de los dos se diera cuenta, en nuestro amor surgieron unas grietas
que no supimos prever, y menos evitar. Detalles mínimos apenas perceptibles,
que en cuestión de días entraron por los resquicios que deja todo relación como
un torrente. Un alud que lo arrolló todo a su paso, y que de repente hizo que
nos viéramos como dos extraños.
Creo que es
mejor aceptar los hechos y dejar de herirnos buscando una explicación a nuestro
desencuentro. Sucedió, es todo, y es inútil perderse en interminables
disquisiciones tratando de encontrar la razón exacta. Pudo ser de repente. Una
mirada airada o un detalle mínimo, un pliegue escéptico en la comisura de tus
labios o un gesto desabrido por mi parte, que quizás nada tenían que ver en
nuestra relación. Pero sucedió y cada cual lo interpretó a su manera. Y todo se
vino abajo. Nuestro amor tan lleno de comprensión y ternura hasta aquellos
momentos.
Comprendo que
pasados los años pudiera decepcionarte, y que yo no fuese la persona de la que,
según me dijiste entonces, te enamoraste perdidamente. Créeme que yo fui el
primer sorprendido, pues hasta ese momento en mis anteriores experiencias solía
suceder todo lo contrario. En cualquier caso, no debiste esperar para decírmelo
después de acostarnos a mi regreso después de tanto tiempo lejos. Fuiste cruel
y debes saberlo. No quiero saber nada más de ti. Te voy a olvidar.
El mundo es como
es, dices, y es cierto. Pero también es como nosotros lo hacemos. Llegó él de
improviso y no pudiste remediarlo, como si se tratara de un torrente que se
descuelga de la montaña y todo lo arrasa en tiempo de crecidas. O esa lluvia
fina que todo lo empapa en los inviernos del norte, y uno no tiene donde
guarecerse o cree que vale la pena mojarse, y cuando quieres darte cuenta estás
calado hasta los huesos. Me dijiste que soy un hombre valioso y que pronto te
olvidaré. Que soy una persona con recursos. Es extraño que entre todo lo que
dijiste para justificarte no llegases a comprender que simplemente te quería.
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