lunes, 15 de septiembre de 2014

TRABAJOS DOS

Volví al hotel a eso de las doce de la noche, y antes de subir a la habitación le pregunté a la recepcionista si en unas horas podrían imprimirme algo que necesitaba al día siguiente temprano. Me dijo que ella nunca lo había hecho, pero que lo intentaría. Allí mismo le hice una pequeña demostración en su impresora, y le advertí que aunque estaba escasa de color, yo les repondría la tinta al día siguiente. Me dijo que esperaba no tener problemas con el jefe  de recepción, que era un hueso, ante lo que le aseguré que yo mismo me hacía responsable.  En la habitación me metí en la cama de inmediato y puse el despertador a las cinco de la mañana. A esa hora, procedí a enviarle no menos de veinte fotos a todo color del interior de la iglesia, párroco incluido, y sobre todo variaciones del Cristo yacente, especialmente de su cara sufriente y de las famosas rodillas contempladas desde diversos ángulos. Luego me acosté casi de inmediato no sin antes llamar a Recepción y decir a la chica que podía proceder. Me regodeé un buen rato imaginando la cara de perplejidad que habría puesto al ver algo que para ella no tendría ni pies ni cabeza. ¡Un tipo enviándole fotografías del interior de la iglesia de su pueblo a las cinco de la mañana!
No suelo actuar con esa malicia habitualmente, pero estaba dispuesto a todo con tal de abandonar el hotel dos días después dejando la impresión de que podría ser todo lo original que se quisiera, pero que sobre todo era un tipo muy profesional, incluso capaz de robar horas al sueño en época de vacaciones para seguir trabajando. Claro que en algún momento también llegué a pensar que más que un buen profesional podían considerarme como un chiflado, algo que sin embargo estaba dispuesto a asumir con cierto orgullo. Estaba harto de un mundo sobrecargado de personas razonables que esporádicamente, sin embargo, se asesinan o se declaran la guerra, saltándose todos los preceptos de la lógica aristotélica.

Me presenté por la mañana en recepción directamente en traje de baño y camiseta sin mangas, queriendo de esta forma que quedara constancia de que era plenamente consciente de hallarme en las vacaciones del periodo estival, lo que no fue óbice para que trajera de la mano el maletín con el ordenador. Leí la prensa tratando de dar la impresión de cierta avidez, como si realmente todo me interesara, o al contrario, todo me tuviera sin cuidado, al hojearlo con tanta prisa y vehemencia. Además con un rotulador que saqué aparatosamente del maletín, me dediqué a subrayar determinados párrafos absolutamente al azar, pero tratando de ser observado para que se valorara mi capacidad de discriminación intentando diferenciar lo principal de lo accesorio en las informaciones. Por cierto que casi a punto seguido, el Jefe de Recepción se me acercó y con cierto mal humor trató de hacerme ver que eso no debía hacerse con la prensa dedicada a todos los clientes del establecimiento, momento en el que le hice cerrar la boca largándole cincuenta euros. “Para eso y para los toner”, le contesté con contundencia. Y de inmediato me fui haciendo resonar mis chancletas por el lounge de manera ostentosa, de forma que se pudiera apreciar que las personas tan laboriosas como yo podían permitirse excentricidades de ese tipo. Casi de inmediato di la vuelta y me dirigí de nuevo a Recepción para recoger las copias que había olvidado, y en el momento que la señorita de guardia nocturna me las extendió con una cara que a su padre le hubiera preocupado, le dije que debería aprovechar la feliz coyuntura para visitar la iglesia del lugar. “Es una joya bajo todos los aspectos- le dije- sobre todo las rodillas del Cristo”. “Y del párroco, qué le voy a contar”, añadí cuando ya me alejaba.  

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