sábado, 20 de septiembre de 2014

ANOCHECERES

Anoche, al poco de acostarme tuve la horrible sensación de que me estaba quedando sin manos. Al despertarme, sin embargo, pude comprobar que no era cierto, aunque si hay que decirlo todo, tampoco se trató de una verificación exhaustiva. Miré casi de reojo al lugar donde solían estar situadas, y yo juraría que allí estaban. Incluso casi de inmediato, ya en el baño, las utilicé para sus labores habituales sin mayor inconveniente, y sin síntomas de que se trataran de otra cosa. Cumplieron su función con eficacia y dignidad, algo de lo que debiera alegrarse todo ente que se considere a sí mismo lo que suele denominarse “un ser vivo”. Claro que después, durante el resto del día, tampoco me sometí a un escrutinio digno de tal nombre, sino que solo me dejé hacer y, por ejemplo, puedo afirmar que comí sin mayores problemas llevándome los cubiertos hasta la boca.
 Cuando anocheció de nuevo, lo normal hubiera sido salir totalmente de dudas, y mirarme francamente los antebrazos para acabar con este desasosiego, pues fue ya de anochecida cuando creí percibir los primeros síntomas. Pero no fui capaz, debo confesarlo, aunque tal hecho no diga nada en mi favor, e incluso pueda por ello pueda ser tachado de pusilánime. Hice palmas, eso sí, sin mayor inconveniente, y no percibí en el sonido que me llegó nada que no pudiera considerarse como normal. No era desde luego una foca de circo haciendo monerías, ni tampoco se trataba de un aplauso colmado, al estilo de los que profesan los entusiastas al final de una función de ópera o teatro acompañado de los inevitables bravos. No, pero, estimé que era suficiente, por lo que finalmente me metí en la cama en pijama con la placentera sensación de estar entero.  Por la noche, sin embargo, me acometieron de nuevo las dudas, y aunque me desperté casi de madrugada con sudores y temblando, me dije que solo eran imaginaciones, y pude encender la luz de la mesilla sin mayores inconvenientes.
Debe tratarse de un sueño repetitivo con todo lo que tal cosa entraña de agobiante, pero a pesar de todo, no me decido a mirar con franqueza lo que otra vez fueron mis manos, no fuera a ser que por un mal fario se tratara de otra cosa. Me conformo con la agradable sensación de juguetear con mis dedos, y ver que responden a sus funciones habituales, de tal forma que, por ejemplo, puedo sin inconveniente montar el central sobre el índice con toda naturalidad. Incluso me rasco sin venir a cuento, y siento el alivio inmediato que conlleva la desaparición del prurito, aunque solo sea imaginado. Llegado el nuevo día, realizo mis labores sin mayor inconveniente y durante el almuerzo la comida llega a mi boca sin problemas, aunque si debo ser riguroso en mi análisis, juraría que el camarero mira las bocamangas de mi chaqueta con un gesto que, puestos a decir algo, yo llamaría de sorpresa.

A estas horas ya no queda demasiado tiempo para que llegue otra vez la noche, y me vea una vez más sometido a la dura prueba que me asalta a esa hora en los últimos tiempos. Soy una buena persona, y no debería afrontar situaciones para las que no estoy preparado. Creo que no me lo merezco, y espero (¿hasta cuando?) que finalmente todo habrá sido un mal sueño, pues por muy optimista que intente ser, debo confesar que determinadas acciones a las que soy muy aficionado, son muy difíciles de ser llevadas a cabo solo con muñones.

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