sábado, 6 de septiembre de 2014

DESAYUNOS

Al poco de levantarme tengo unas ganas terribles de comer algo, pero en casa no tengo absolutamente nada. Es domingo, los bares y cafeterías de los alrededores están cerrados, y lo mismo sucede con las tiendas de comestibles. Tendré que desplazarme al menos veinte kilómetros para llevarme algo a la boca, aunque quizás pudiera probar suerte con los vecinos, pero es demasiado temprano. Resignado entro en el baño y me lavo los dientes, intento probar suerte con la pasta, pero después de darle un pequeño tiento, la encuentro repugnante, luego bebo mucha agua por si acaso. A continuación hago pis alterando de esta manera mi secuencia habitual de hacer las cosas, pues esta suele ser mi primera actividad nada más poner los pies en el suelo. Quizás se deba a que me levanté a media noche y la cosa fue abundante. Aunque, en cualquier caso, como estamos en verano y se suda bastante, es posible que simplemente no tuviera demasiado que evacuar.
Poco después de realizar estas funciones higiénicas, me siento más optimista y recuerdo al alcalde de Cork, pueblecito de Irlanda en el que su edil aguantó cuarenta días sin probar bocado (murió el último de ellos), lo que por un momento me hace pensar que quizás podía hacer dieta durante solo uno, algo que sin duda le vendría bien a mi organismo y también, aunque moderadamente a mi bolsillo. A continuación me meto en la ducha y procedo, como es habitual, por partes, entreteniéndome más en las llamadas zonas blandas, aunque no debo pecar de optimista, porque en mi cuerpo todas lo son. No olvido las que yo suelo denominar zonas recónditas, o lugares que dada su ubicación permanecen más o menos escondidos dado su escaso interés en el desarrollo de la vida ordinaria. Una vez afuera me seco concienzudamente, entreteniéndome nuevamente en los lugares mencionados, algo fundamental si no se desea la proliferación de arborescencias indeseables en huecos e intersticios.
Después de vestirme, salgo a la terraza y contemplo el paisaje durante unos momentos. Vivo en las afueras, y ciertamente se trata de un lugar bonito, con árboles en las proximidades, algunas elevaciones cerca, y al fondo las montañas de la sierra del Guadarrama, lo que hace que me sienta un ser afortunado, aunque con las cifras de mi cuenta bancaria en buena forma, tampoco me importaría ser Bartleby (el escribiente), y asomarme al muro de hormigón de una oficina céntrica. Que quede claro, por lo tanto, que la belleza en ocasiones está ligada a conceptos menos etéreos, lo que justificaría el hecho de que muchos habitantes de la Polinesia o la selva virgen africana se trasladen a la ciudad, y olviden sus lugares de origen sin que les de un pasmo.
En esos momentos, una vez que abandono la terraza, sería la ocasión de sentarme a la mesa o ponerme una bandejita con las vituallas habituales del desayuno, pero hoy es inútil, a pesar de que por unos instantes me entretengo rebuscando con cierto detalle en los lugares más impensados de la cocina el menor indicio de alimento. Es inútil, y como la gazuza aprieta, tomo la decisión de beberme dos vasos de agua llenos casi sin respirar. Dicen que así disminuye la sensación de hambre por una cuestión estrictamente de volúmenes satisfechos (en este caso, más bien repletos). No quiero pensar demasiado y decido de inmediato subir al coche y darme una vuelta a Madrid por la M-40.
Cojo una de sus entradas desde la carretera de la Coruña, y me dispongo a recorrer aproximadamente noventa kilómetros, incluido el anillo de circunvalación y la distancia desde Las Rozas. Nada más sentarme pongo la radio como hago de forma habitual, supongo que para sentirme de inmediato acompañado (en casa hago lo mismo con la televisión y la radio). A esas horas, apenas son las nueve, hay todavía poca circulación, y por unos instantes me siento como un habitante de San Francisco que ha decidido acercarse a Sausalito por motivos que no tengo demasiado claros. Esto que puede parecer una estupidez sucedió literalmente así, de tal manera que aquí quiero dejar constancia del hecho, aunque no importe a nadie ni tenga demasiado sentido. El MP 3 o como quiera que se llame el elemento ese que me dieron con el coche (¿USB?) está puesto en la modalidad “random”, por lo que la música salta aleatoriamente de canciones folk americanas a rancheras, pasodobles, jazz o música china, lo que pronto hace que me olvide de California y recorra otras geografías.
Al cuarto de hora empiezo a cansarme del pot-pourri y pongo la radio, saltando de una emisora a otra hasta que me detengo en una evangelista, donde no paran de decir amén, aleluya y dar gracias a Jesús, tras lo cual se oye durante unos instantes un coro de gospel y poco después a unos cursis diciendo majaderías acompañados por una guitarra. Cambio de dial y caigo en una tertulia de pensamiento, donde alguien afirma que Heidegger no era un verdadero filósofo sino un auténtico hijo de puta y un nazi, a lo que alguien responde que el concepto de “dassein” ha sido uno de los mayores aciertos de la filosofía de todos los tiempos. Otro tercia en el debate, y dice que si se considera a Wittgenstein todo está aún por decir, para a continuación pasar a Jaime Balmes y Camilo José Cela, momento en el que me digo que hasta ahí podíamos llegar y vuelvo a la música, en donde escucho por unos momentos a Nusrat Fateh Ali Khan, cantante popular/religioso pakistaní, al que tengo que quitar casi de inmediato sintiéndome entrar en trance. En esos momentos pienso que quizás los poetas sufíes y los derviches no eran un auténtico camelo. Afortunadamente lo siguiente son unas rancheras de Aceves Mejías y me entran de nuevo las ganas de vivir y un hambre redoblada. Busco desesperadamente unos restos de galletas que a veces llevo a bordo en la guantera, pero es inútil. Ni rastro.
A la media hora aproximadamente empiezo a aburrirme seriamente y pienso en hacer alguna locura, pero afortunadamente en esos momentos suena el chivato de la gasolina avisándome que debo repostar. Entro en una gasolinera y lleno el depósito. Allí mismo tengo una tentación enorme de entrar en la cafetería que está abierta y desayunar opíparamente. Puedo incluso suponer incluso una posibilidad única de ver el mundo con otra perspectiva, pero finalmente vuelvo a acordarme del alcalde de Cork, y renuncio. No obstante, entro en el local y me compro varios CD,s de música popular española, sobre todo coplas, tan frecuentes en estos lugares, y de vuelta en el coche los pongo casi inmediatamente. Diez minutos después de arrancar me parecen insoportables, abro la ventanilla y los tiro en el arcén, esperando que de tal manera su sola presencia alegre el paso de los automovilistas que me sigan.
A los tres cuartos de hora aproximadamente percibo que el aburrimiento empieza a hacer mella nuevamente en mi psiquismo, y creo llegado el momento de introducir una variable impensada en mi periplo. Se me ocurre llamar a algunos familiares por teléfono contándoles sucintamente mi situación, diciéndoles, además, que me siento muy solo. A esas horas de la mañana casi todos reaccionan con incredulidad, algunos incluso de forma desabrida. Y concretamente un hermano con quien tengo una relación bastante estrecha, me dice literalmente que me vaya a tomar por el culo. A continuación hago tres llamadas a amigos de los que hace incluso años que no sé nada de ellos. Dos me cuelgan casi de inmediato y otro, se trataba de una amiga, me dice que no me desespere, que la vida es bonita aunque tenga sus momentos duros, y enseguida empieza a darme detalles de la suya, algo que se prolonga durante diez minutos, pasados los cuales, digo que ya es suficiente, la llamo zorra sin venir a cuento y cuelgo. Ya casi completada la vuelta a Madrid, veo unos paneles enormes del zoo con muchos animales africanos, digamos un león, un elefante y una jirafa, y por un momento recuerdo una película que tuvo mucho éxito en los setentas “Nacida libre” o algo así. Intento recordar la canción pero como no la recuerdo vuelvo al MP-3. Las rancheras siguen ahí.
A falta de pocos kilómetros para estar de nuevo en casa, vuelvo a sentir un hambre de zombi, pero sigo en mis trece y me prometo ayunar durante todo el día. Pienso en la obra de teatro que voy a ver por la tarde en Madrid. Se trata de un drama norteamericano, en el que como suele ser habitual, toda una familia, aprovechando unas circunstancias problemáticas, reflexiona sobre el sentido de la vida y las conflictivas relaciones padres/hijos, manantial inacabable de inspiración para los premios Nóbel y para algunos poetas y dramaturgos, que acabaron en asilos de mala muerte o quitándose de en medio de mala manera.
Me preparo para sobrevivir durante el tiempo que me queda para que empiece la función. Tengo hambre, me repito sin cesar, pero intento concentrarme con todas mis fuerzas en el alcalde de Cork, los prisioneros de los campos de concentración nazis y algunas zonas de Etiopía y el Sahel, y me siento aliviado casi de inmediato. Estoy salvado.


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